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Dios prêt-à-porter

DK

Hace unos años el papa Juan Pablo II aseguró que así como el cielo no es un lugar físico entre las nubes, el infierno tampoco es una parcela en donde pace el demonio, sino que se trataría de la situación de aquellos que se apartan de Dios. Benedicto XVI, su sucesor, matizó esta aseveración, afirmando que hay un infierno y que no está vacío, y es el ámbito de la justicia de Dios. Ahora, en el umbral de la Navidad, Benedicto XVI presenta un nuevo libro, La infancia de Jesús (Planeta, 2012), en el que recuerda que el nacimiento virginal de Jesús no es un mito sino una verdad y que en el Evangelio no se habla ni del buey ni del asno que hay en el pesebre. En la presentación del libro en la Biblioteca Nacional ‑¿por qué no en Tipos Infames u Hotel Kafka, o, vale, la Fnac o La Central, que es donde se suelen presentar los libros en Madrid?–, el cardenal Rouco Varela le quitó hierro al asunto y dijo que él mantendría el buey y el asno en el belén de su parroquia ya que esto es un asunto de teólogos y que no atañe a los fieles de a pie.

De momento, en aquello que el Vaticano no cae en contradicciones es en la existencia misma de Dios. Cuenta para ello con el aporte invalorable de Zigmunt Bauman, quien en su último libro, Esto no es un diario (Paidós, 2012), afirma que Dios es un hecho social que no se puede negar por la sencilla razón de que surge sin que haya sido convocado, dado que nace de la incertidumbre humana, y eso implica que existirá siempre o al menos hasta que se extinga la especie, ni un segundo antes. Pero claro, la individualización a ultranza en la que vivimos, levantarnos todas las mañanas y reinventarnos para salvar el tipo, adaptándonos a cualquier trabajo o situación, según Bauman –y el sentido común: no hace falta ser filósofo para esto–, es prácticamente imposible. Pero idearse un Dios personal que, como cualquier otro, emana de las necesidades e insuficiencias que se padecen, es muy fácil. Digamos que para Bauman, el Dios de Ratzinger viene a cubrir nuestra insuficiencia para enfrentarnos al destino y el Dios personal nos ayuda a cubrir la soledad institucional y la gran crisis. Así están las cosas en religión. Por un lado la Iglesia nos quita el buey y el asno, y por otro la filosofía nos imprime una nueva estampita. Mejor será que nos pongamos a rezar

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