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Duchamp es inocente

Azahara Alonso/DK

No hay nada como la desgana para hacerse eterno. Me explico: Marcel Duchamp, el hombre que cambió el rumbo del arte y rompió los moldes en los que hasta ese momento había estado, el creador que desacralizó los objetos artísticos e hipostasió lo cotidiano a la altura de arte (casi con mayúsculas, aunque da reparo), él, Duchamp, confesó hacia el final de su vida que “desde que los generales ya no mueren a caballo, los pintores no están en la obligación de morir ante el caballete”. Y así, tal vez, comprendemos por qué se retiró prematuramente –a los 36 años– para dedicarse a su pasión: el ajedrez.

Estas y otras cosas se las fue contando en varias conversaciones con Pierre Cabanne, el crítico y periodista que le entrevistó en su taller y casa de Neuilly (Francia). Por aquel entonces, hacia el final de su vida, Marcel Duchamp pareció sentirse lo suficientemente extrovertido como para revelar ciertos aspectos de su vida, su carrera y sus ideas estéticas. Los encuentros entre entrevistador y entrevistado se aglutinaron bajo el título Conversaciones con Marcel Duchamp y se reeditan ahora en España gracias a la Fundación Helga de Alvear y This Side Up. Su actualidad es hoy tan patente como entonces, todos sabemos que la sombra de Duchamp es alargada y apenas los creadores de hoy son capaces de zafarse de ella. Ya lo decía Comte-Sponville en su juventud: “¿Qué decir de (…) esas pretendidas 'instalaciones' que aspiraban a erigir a la estela de Duchamp (¡pero sesenta años más tarde!) cualquier cosa a la altura del arte, a comerciar con la impostura y extraer rentabilidad de la provocación?”. Digan lo que digan, no hagan caso: Duchamp es inocente.

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