Un blog sobre cuento y novela breve, con excursiones variadas
Abraham Lincoln, cazador de vampiros y amigo de marxistas
Este es un libro con algún truco y varias sorpresas. El truco está en que la anunciada correspondencia entre Abraham Lincoln y Karl Marx no es tal. Ambos estuvieron en comunicación, aunque por persona interpuesta. Ante la reelección de Lincoln para un nuevo mandato en 1864, y con la Guerra de Secesión habiendo dado un vuelco en favor de los unionistas, Marx redacta una carta en nombre de la Asociación Internacional de Trabajadores. A su comienzo define la reelección del republicano como un grito de guerra triunfal que el pueblo americano había pronunciado: “¡muerte a la esclavitud!”. Lincoln acusa recibo a través de su embajador en Londres, Charles Francis Adams, en misiva que será publicada en The Times. La siguiente carta redactada por Marx, de nuevo para la AIT, va ya dirigida al nuevo presidente Johnson, y es un panegírico del asesinado Lincoln y “la gran república que encabezó”. “Tal fue en verdad la modestia de este grande y buen hombre, que el mundo no lo descubrió como héroe hasta que hubo caído como mártir.” Fin de la correspondencia.
Pero las sorpresas variadas que contiene este volumen editado por la editorial Capitán Swing –bonito nombre para la editorial y gran portada para el libro- disculpan el trile. Esas cartas de la AIT y la complacida respuesta de la Administración norteamericana son el colofón perfecto para la narración de lo que hoy parece un extraño maridaje ideológico: el del naciente socialismo internacionalista con el primer presidente del partido republicano. Como bien se explica en la clarificadora y detallada introducción de Robin Blackburn, la templanza inicial del morigerado Lincoln sobre la esclavitud, que le hacía partidario de, una vez triunfada la abolición, colonizar con los esclavos liberados países caribeños y África, sin concesión de voto a los que quedaran en territorio americano, fue dando paso a un compromiso constante y a voz en grito de la necesidad de la abolición como un derecho moral sobre el que fundar una República sanamente unida, que inevitablemente habría de conceder a la población negra un “paquete” –más o menos limitado en un primer momento- de derechos civiles y, a la postre, humanos. Lincoln le concedió progresivamente a la Guerra de Secesión un propósito fundacional, que no admitía componendas. En el discurso de la casa dividida dice:
“Creo que este gobierno no puede perdurar medio esclavo y medio libre.
No espero que la Unión se disuelva –no espero que la casa se caiga-, sino que espero que deje de estar dividida.
Será del todo una sola cosa o del todo la contraria.
O los adversarios de la esclavitud impiden que siga extendiéndose y la dejan allí donde la opinión pública pueda descansar en la creencia de que se encuentra en curso de extinción final, o sus partidarios la fomentarán hasta que llegue a ser legal en todos los Estados, los antiguos y los nuevos, en el norte tanto como en el sur.“
Ese creciente compromiso de Lincoln, trayendo a primer plano la necesidad de la abolición de la esclavitud como espinazo moral de la guerra por la que se desangraron 600.000 personas, y la reprobación del sistema agrícola extensivo de los grandes oligarcas del Sur, que requería de mano de obra explotada y de tierra suficiente para que esa economía fuera próspera, recibió la adhesión de los socialistas europeos. Estos defendían la necesidad de que los esclavos, una vez libertos, se transformaran en trabajadores, con derecho a voto y condiciones dignas de trabajo. Lincoln precisaba de un reconocimiento y apoyo internacional a su causa, que había sido dubitativo en el caso de Inglaterra, con la esclavitud ya proscrita desde 1807, y el compromiso inquebrantable con el abolicionismo obligaba a que la metrópoli, y sobre todo su opinión pública, se posicionara a favor de los unionistas.
Tras el trabajo de Blackburn encontramos una recopilación de discursos y textos de Lincoln, en los que el tema de la esclavitud es el principal. Textos concisos, sin requiebros ni adornos, pero de un envidiable aliento épico, que recuerdan a los del primer Obama y que refuerzan la importancia de la retórica como apoyo en la consecución de un fin político concreto. Tanto los dos discursos inaugurales de sus presidencias como el microdiscurso de Gettisburgh son vibrantes ejemplos de textos con una claridad de ideas y valor literario que hoy, en esta España derruida políticamente y achatada por los polos de sus partidos políticos, brillan como envidiables textos irrefutables, encadenándose a “las cuerdas místicas de la memoria, pulsadas en cada campo de batalla...”.
Y todavía es mejor lo que viene después: el segmento que reúne los textos que Karl Marx dedicó a la cuestión de la Guerra Civil norteamericana. Fueron varios y publicados todos en Die Presse entre 1861 y 1862. Con prosa apasionante y un ritmo bien narrativo, Marx desgrana las causas económicas que han llevado a la guerra pero al tiempo cuestiona a aquellos que se empeñan en achacar el abolicionismo de Lincoln a una simple maniobra política interesada, sin sustento moral. Para Marx, el sur “no es un país en absoluto, sino una divisa de combate”. Impugna las tácticas de algunos generales unionistas, y analiza y opina sobre cuáles deberían ser los movimientos estratégicos que garantizasen la victoria de las tropas de Lincoln. La teoría “anaconda” de envolvimiento le parece un refrito del sistema del cordón, utilizado por los austriacos contra los franceses, y un modo ineficaz de conquistar territorio. Repasa detalladamente la situación Estado fronterizo por Estado, en razón de su población y de su situación geoestratégica, y las posibilidades que tiene la esclavitud, o el abolicionismo, de arraigar en ellos y decantar el curso de la guerra. Para Marx –y Engels, en el artículo “La Guerra Civil americana”, centrado en la táctica militar de la guerra-, Georgia es la llave de Secesia. Al perder Georgia, la Confederación quedaría dividida en dos mitades incomunicadas entre sí. Ese artículo comienza: “Desde cualquier ángulo que se la mire, la Guerra Civil americana ofrece un espectáculo sin parangón en los anales de la historia militar”. Los textos de Marx, por sí solos, funcionan como una guía didáctica de lo más rumbosa de qué fue la Guerra de Secesión norteamericana, de sus motivos e implicaciones para la causa del obrero.
La imprevista entente entre el socialismo europeo y el republicanismo norteamericano mostrada en este volumen tan recomendable otorga un sesgo interesantísimo al análisis de un período convulso y fundacional, por tantos motivos, del siglo XX. Si la victoria de Lincoln forjó el imperio que dominó el mundo capitalista –imperio que hoy se encuentra en una larga pero irreversible decadencia, como aquella otra que tan bien documentó Gibbon respecto del imperio romano- las teorías formuladas por Marx en El capital –libro que escribía por los años de los textos que ocupan este volumen- inspirarían la otra mitad del mundo contemporáneo. Ambas ideologías hoy viven en tierra quemada. Estamos en el otro lado del pliegue, el que une el final de una época con su lejano comienzo, y por eso es tan instructivo avituallarse de los matices de un tiempo histórico que aún nos puede regalar, como dulces sorpresas, alianzas de lo más inesperado.
Lincoln & Marx. Guerra y emancipación.
Capitán Swing