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Sobre este blog

Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos

Sentimientos elementales

Juan

Zaragoza —

A lo largo de los años 90, Alfonso Ussía practicó un número de mucho éxito: llamar hijos de puta a los etarras. Solía hacerlo desde las páginas de ABC y, cuando le invitaban, también en televisión, ante el alborozo de la grada; o la masa; de la gente en general.

La gente en general está para estas cosas: alborozarse, vitorear, depravarse.

La crisis, también en general, ha desplazado buena parte del columnisto de nuestros días hacia discursos de enorme simpleza, que no eluden cada tanto un insulto, un desplante, ese “hijos de puta” que Ussía dedicaba a los etarras, puesto ahora sobre las madres de los políticos, los policías o la familia Real. En esta misma web [miren como me arrimo al toro] sale a veces este tipo de artículo, directo, matemático (2+2=4), en ocasiones hasta zafio. Es una juerga.

Escribir para complacer resulta esencialmente demagógico, y ya apunta el DRAE que la demagogia es una concesión a los “sentimientos elementales de los ciudadanos”. La supervivencia, los hijos, la dignidad: esos son los sentimientos elementales. Me alivia, con todo, que la demagogia sea pecado hoy día de alguna izquierda y que los articulistas de derechas, por su parte, hayan caído todavía mas bajo, hasta el subsuelo del envilecimiento. Un Salvador Sostres -en un poner- no hace demagogia, hace daño, que, claro, es peor. Resulta llamativo que el opinador profesional progresista busque el aplauso del público en sentido amplio y que el opinador profesional liberal quiera la rabia del militante, tener encabronada a la tropa.

Toda esta introducción nos la podíamos haber saltado, pero es lo que se me ha ocurrido para aterrizar en la obra última de Cristina Fallarás, una periodista en estado continuo de eferfescencia popular.

Los “sentimientos elementales” protagonizan la mayor parte de sus artículos, que son siempre fieros y escritos en carne viva, en un tú a tú con el lenguaje, como si mismamente Fallarás se lo hubiera cruzado por la calle y le diera lo suyo. Al igual que otros articulistas elementales, el mensaje se emite desde un nosotros glorioso, al que también se dirige, dejando muy marcada la línea que separa ese nosotros del ellos político o policial, ejecutivo, que son, a estos efectos -va dicho- los hijos de puta de Ussía, por otros caminos.

La demagogia va de engolosinarse, pues a fin de cuentas el mismo articulismo complaciente es un caramelo para las mañanas del ciudadano, un show express, que nada aporta, nada quita, nada le dice a uno. Lo importante de un artículo en nuestro tiempo es que no sea muy complicado, y que repita en cada párrafo la misma idea, que es una idea muy elemental, buenos/malos, ricos/pobres, y olé.

El caso. Últimos días en el Puesto del Este es una novela breve de Cristina Fallarás que ganó el premio Barbastro y que publicó DVD, y que ahora recupera Salto de Página después de que DVD echara el cierre. Es una buena novela, con algunas páginas estupendas.

De Fallarás había leído uno Las niñas perdidas, un thriller tan violento que parecía televisión de provincias, por la noche. Últimos días... supone sin duda un paso adelante, una mejora del propio imaginario y un uso más provechoso de esa prosa rockera, fulana y brava que estila nuestra autora.

Su planteamiento recuerda a Kafka porque todo recuerda a Kafka, pero también a Los siete mensajeros o a El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati; y más en nuestros días y en nuestro idioma, Últimos días en el Puesto del Este comparte anaquel estético con las novelas de Rafael Pinedo o Submáquina, de Esther García Llovet, ambos en Salto de Página asimismo. Tenemos a una mujer con sus dos hijos en un fortín improvisado, al Este, sitiados por un ejércido de fanáticos cuya procedencia y perfiles no se explicita; a un capitán que se va y cuyo regreso se espera eternamente; y un amor tormentoso perdido, al que se dirige la mujer en sus escritos.

“Las mujeres somos así, incomprensiblemente, imperdonablemente viciosas de la herida.”

Hay mucha maternidad desparramada por la novela, y a ella dedica Fallarás sus mejores metáforas (pag. 64). Lo elemental aquí es la protección de los hijos y seguir adelante un día más en medio del horror y de la incertidumbre. En la sinopsis del libro se aprovecha la trama para emparentar la obra con los tiempos que corren (“un retrato poderosamente lírico de nuestros días”), servidumbre habitual hasta la náusea en las novelas recientes, que siempre van de la crisis aunque vayan de cualquier cosa.

No es necesario este anzuelo para interesarse por Últimos días en el Puesto del Este, una novela de coordenadas tan universales que siempre tratará del día de hoy, y del día de ayer, y de pasado mañana; cien páginas que se leen con gusto, salvo pasajes de cursilería un tanto excesiva, pero que no entorpecen decisivamente una obra de cierto mérito.

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