Menos librerías, menos libros
La noticia la dio el diario The Guardian la semana pasada, pero de tan repetida en los últimos años, de breaking news apenas le queda ya nada: en 2012 cerraron 73 librerías independientes en todo el Reino Unido. Una cifra que supone el 7% del total de las que existen en las islas. En términos globales el dato se muestra aún más descorazonador: si bien en 2005 había 1.535, hoy ya solo quedan 1.028. Y los números siguen en descenso.
Siete años de cierres continuados. El diario británico apunta a la recesión económica y a la apuesta online de Amazon. “Las librerías son una comunidad cultural muy importante. Desgraciadamente, la panorámica que tenemos hoy en relación a ellas es que todavía habrá una fuerte contracción”, avisa Tim Godfray, director ejecutivo de la Asociación de Librerías de Reino Unido. Y eso que, como dato positivo, en 2012 también abrieron 35 locales nuevos.
En España, la situación tampoco está para dar saltos de alegría. Tenemos 3500 librerías (más que en Gran Bretaña), según los datos de CEGAL (Confederación Española del Gremio de Libreros), pero en los últimos meses muchas de ellas, algunas emblemáticas, como El Tragaluz o Rumor, han tenido que echar el cierre. Aquí también se apunta a la lectura digital como uno de los mayores peligros, aunque quizá haya que pensar más (y hacerlo pronto) en una reestructuración del modelo. Dejando de lado la llegada de colosos como La Central de Madrid –ese hijo cool y hispter nacido de la unión entre Anagrama y Feltrinelli- ya hay libreros que se han puesto las pilas para adaptarse a los tiempos que vienen. No hay más que darse un paseo por algunas calles del barrio de Lavapiés donde en los últimos meses han brotado nuevos locales llenitos de libros. Uno de ellos está en el Mercado de San Fernando, en el que es posible donar libros que ya no nos quepan en nuestras estanterías (o tengamos demasiado leídos o que simplemente queramos dar) y el otro, Venir a cuento, especializado en relatos, tiene aún fresca la pintura de sus paredes. No nos descorazonemos tanto: el libro (en papel) sigue latiendo.
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