Sin Niemeyer
Una noche, Oscar Niemeyer fue junto a sus colaboradores a ver cómo había quedado definitivamente la estructura del Palácio da Alvorada (Palacio de la Aurora) en Brasilia, un edificio que se utiliza para recepciones oficiales y en cuya parte superior está la residencia del presidente de Brasil. El conjunto se completa con una capilla y un helipuerto. El palacio está construido junto a un lago en el que se refleja y el diseño de las columnas que sujetan la estructura acristalada da una sensación de levedad que, con la perspectiva, incluso sugiere estar flotando. Al llegar aquella noche, cuenta Niemeyer, se quedaron extasiados, ya que el palacio no parecía tal cosa sino una escultura que flotaba iluminada en la noche. “Mirad”, les dijo a sus colaboradores, “este es el momento en el que nace la arquitectura; la forma nueva, diferente, que sorprende”.
Para crear la columnas de la Alvorada, Niemeyer partió de una columna jónica a la que desposeyó del capitel, la basa y sus dibujos; una vez desnuda obtuvo un pilotis como los que utilizaba Le Corbusier, es decir una columna sin ningún atributo a la que después abrió como si fuera una hoja, la desplegó y convirtió en una cometa o un deltoide. Puestas una junto a la otra, unidas por los extremos, estas columnas parece que se dieran la mano quedando el conjunto integrado.
Oscar Niemeyer, en sus más de cien años de vida, ha dejado un legado increíble, tanto arquitectónico como vital. La creación de estas columnas es una de las evidencias del mismo y es curioso el sentido que le da al ‘nacimiento’ de su obra, al alumbramiento, que no es otra cosa que una mirada profunda a lo que la humanidad acumula, en este caso desde los griegos hasta nuestro días. El nacer en un entrelazamiento de manos, de voluntades. Lo mismo que estamos buscando hoy: un despertar de la democracia, mirando, por qué no, otra vez a los griegos.
El mejor modo de vivir sin Niemeyer es tratar de vivir como él. En absoluta libertad creativa pensando en lo colectivo.
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