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El interés por la política de los españoles

Carol Galais

No te metas en política. La política es conflicto y división, algo difícil practicado por élites hipócritas y corruptas. Es, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo, porque las instituciones son refractarias a los ciudadanos. Así que vamos a cambiar de tema y a tener la fiesta en paz. Éstas son, a grandes rasgos, las percepciones más compartidas por los españoles sobre política desde que somos capaces de medirlas, esto es, desde la transición a la democracia. Frases oídas mil veces que ejemplifican lo que los investigadores sociales denominan “desafección política”, un conjunto de actitudes negativas hacia la política en general, instituciones, partidos y líderes.

Entre otras cosas, esta desafección se manifiesta en unos niveles bajos de interés por la política. ¿Cómo de bajos? Según la Encuesta Social Europea (ESE), en 2010 España era tercera por la cola de entre los 28 países participantes con respecto a sus niveles de interés por la política. Sólo un 28% de españoles se declaraban muy o bastante interesados por la política, lejos del 44% de interesados en Francia, del 58% de Alemania o del 70% de Dinamarca. Este escaso interés por lo público no sorprende teniendo en cuenta la convulsa historia contemporánea de España, y muy particularmente el trauma de la Guerra Civil. Desde entonces, las imágenes negativas de la política se transmiten en el seno de las familias españolas por un mecanismo similar al que llevaba a nuestros ancestros a crear leyendas sobre alimañas o plantas nocivas para que los niños las evitasen, ahorrándose así muchas explicaciones.

Pese a esto, el interés por la política de los españoles ha variado en los últimos años. Si observamos la evolución de la proporción de españoles que se declaran muy o bastante interesados por la política desde 1983 (gráfico 1), detectamos al menos 5 etapas en la evolución de esta actitud. En la 1ª (hasta 86) encontramos alrededor de un 25% de ciudadanos interesados por la política. En la 2ª (88-92) se observa un descenso, paralelo al desencanto de los votantes que creyeron que el PSOE sería el artífice de un gran cambio social, y que pasaron a unirse a la oposición antifranquista más radical, desencantada desde los inicios de la transición. En la 3ª (93-2002) la proporción de interesados aumenta hasta sus valores iniciales, probablemente motivados por la esperanza y materialización de un cambio de gobierno. En 2003 se produce un nuevo aumento, en un momento de agitación social contra las políticas de la segunda legislatura del PP. Estos niveles cercanos al 30% se mantienen bastante estables durante la primera legislatura de Zapatero, hasta que a partir de 2008 entramos en la 5ª etapa, caracterizada por un aumento sostenido de la proporción de interesados. En 2012 alcanzamos un 35% que (no nos emocionemos) nos coloca al nivel de Lituania o Ucrania (ESE 2010).

Esta evolución indica que aunque debemos parte de nuestra alienación al anterior régimen, los discursos y prácticas de los gobiernos democráticos también han incidido en la percepción de la política que tienen los ciudadanos. Pero centrémonos en los dos últimos períodos. Gran parte de esta evolución positiva se debe a la desaparición y reemplazo de las generaciones represaliadas y educadas por las instituciones nacional-católicas. Pero también podemos buscar explicaciones en dos factores coyunturales. El primero es, en mi opinión, la alternativa que ofrecen los movimientos sociales surgidos desde 2002, especialmente el 15M. Éstos habrían conseguido ampliar el sentido del término “política” y eliminar parte de sus mencionadas connotaciones negativas. El gráfico 2 presenta la evolución del acuerdo con algunas percepciones sobre la política en España. Mientras que el interés por los temas de actualidad permanece relativamente estable y elevado, el 63% de ciudadanos que creían que el voto era la única manera de influir en política en 2008 baja al 50% en 2012; y también se detecta un descenso significativo de la proporción de personas de acuerdo con la infame frase “es mejor no meterse en política”. Esto no se entiende sin la generalización de la protesta como manera de intervenir en la esfera pública en lugar de -o además de- votar a un partido.

La segunda causa coyuntural de esta evolución positiva es la crisis económica. Desde 2008 los estímulos de naturaleza política –desde información sobre corrupción y funcionamiento de las instituciones a intentos de movilización política explícita por parte de plataformas cívicas - están mucho más presentes que en épocas anteriores en medios de comunicación y redes sociales. También el uso masivo de las redes sociales en internet es una novedad remarcable que ha ayudado a popularizar visiones y prácticas políticas alternativas que hasta hace poco eran patrimonio de los más politizados, así como a rebajar sus costes. Pero sobre todo hay que destacar el alcance de los efectos dañinos de la crisis, de los que pocos se han librado. Quien no ha perdido el trabajo ha visto reducido su sueldo, quien no ha sido desahuciado ha tenido que emigrar o ayudar económicamente a algún familiar.

Fíjense de nuevo en el gráfico 2: la percepción de que la política tiene una gran influencia en la vida cotidiana pasa de 62% en 2007 al 78% en 2012. Esto es, muchos ciudadanos han entendido que la política no es un pasatiempo de las élites y que, por mucho que se la sacudan de encima, siempre vuelve como un boomerang para noquearlos. Los datos de una encuesta panel inédita –Estudio CIS 2855, dirigido por el grupo “Democracia, elecciones y ciudadanía” de la UAB- confirman esta sospecha. Entre 2010 y 2012 se detectan aumentos significativos del interés por la política entre los que han pasado en este período a percibir una ayuda del estado, los que se han embarcado en una hipoteca y los que han incrementado su dominio y tiempo diario de uso de Internet. Su situación vulnerable y el descubrimiento de que la política es algo de lo que puede depender su bienestar inmediato y en lo que ya andan metidos muchos de sus conocidos habrían suscitado su interés. Veamos hasta dónde llega y hacia dónde nos lleva.

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