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La crisis europea a la luz de la experiencia de América Latina: dos lecciones tentativas

América Latina y la Crisis del euro

Cristóbal Rovira Kaltwasser

Mucho se ha escrito últimamente sobre los efectos de la crisis económica en el sistema político. La gran mayoría de los análisis toman en consideración tan sólo la situación de un país europeo, sobre todo la de aquellos que se han visto más afectados, es decir, España, Grecia, Irlanda y Portugal. Hasta ahora prácticamente no se ha elaborado ninguna mirada comparada que vaya más allá de la situación de los países desarrollados. A mi juicio, uno de los más obvios candidatos para hacer comparaciones transregionales con Europa es América Latina.

El continente latinoamericano sufrió una fuerte recesión económica en los años 80, la cual estuvo directamente relacionada a una crisis de la deuda externa y terminó abriendo paso a la implementación de profundas reformas económicas a favor del libre mercado a lo largo de los años 90. Muchas de las dificultades que los países europeos están viviendo actualmente fueron experimentadas por países latinoamericanos con especial vigor hace no mucho tiempo. Basta pensar en la presión foránea para recortar el gasto público, modificar el sistema impositivo y liberalizar el mercado del trabajo.

¿Pero hasta qué punto el camino recorrido por América Latina arroja luces sobre lo que podrá suceder en Europa el día de mañana? En este breve post quiero defender que para comprender el presente y futuro de Europa, resulta pertinente fijarnos en lo que sucedió en América Latina. A modo de ejemplo, me interesa plantear dos tentativas lecciones que me parecen particularmente válidas.

No está en juego el régimen democrático sino su calidad

Abundan los análisis que establecen una similitud entre la situación europea actual y la situación europea en el período de Weimar. Visto así, la posibilidad del colapso del régimen democrático estaría a la vuelta la esquina, lo cual supuestamente se visibiliza en el crecimiento electoral de los partidos populistas de extrema derecha. Si bien es preocupante el discurso y el programa de estos partidos, es exagerado pensar que estos estén cerca de obtener más del 50% de los votos. Más aún, no es del todo claro que dichos partidos vayan a crecer electoralmente producto de la crisis económica, sino que hay varios indicios que permiten pensar justamente lo contrario.

América Latina ha demostrado que la democracia puede subsistir pese a shocks económicos, espantosos niveles de desigualdad y serios problemas en la capacidad del Estado para cobrar impuestos. No hay mejor ejemplo de esto que la experiencia de Argentina, un país que sufrió una devastadora crisis económica en los años 2000 y 2001, la cual obligó al país a declararse en bancarrota y sufrir devastadoras consecuencias sociales. No obstante, el mundo militar no hizo un golpe de Estado y aun cuando reinó la inestabilidad política por un tiempo, Argentina fue capaz de mantener un sistema democrático.

Con esto no quiero decir que la democracia Argentina ni la de los países latinoamericanos sea perfecta. Se trata de regímenes políticos que permiten la realización periódica de elecciones libres y limpias, pero en donde subsisten una serie dificultades y por tanto evidencian una baja calidad democrática. Desde este ángulo, cabe pensar que la actual crisis económica afectará sobre todo la calidad de la democracia de muchos países europeos, pero no así la existencia misma del régimen democrático. Al decir esto mi intención no es disminuir la gravedad de la crisis, sino más bien girar el ángulo desde dónde se observa el problema. De hecho, creo que convendría investigar mucho más en el rol que juegan partidos de centro-derecha en patrocinar el adelgazamiento del Estado de Bienestar al igual que la escasa innovación programática de partidos de centro-izquierda, y mucho menos en la amenaza ejercida por partidos populistas de extrema derecha.

No está claro que las disputas por mejorar la redistribución ganen preponderancia

Si hay algo que la historia reciente de América Latina demuestra con bastante elocuencia es que la implementación de políticas de austeridad no produce de forma automática una repolitización de las demandas materiales. Aunque parezca curioso, solo recientemente y en algunos países de la región, las elecciones se ganan mediante la elaboración de un programa político centrado en combatir la desigualdad socioeconómica. ¿Cómo se explica que después de la crisis económica que América Latina sufrió durante los años 80 no hubiese un triunfo generalizado de fuerzas políticas de izquierda que promoviesen una mejor redistribución de la riqueza?

Esto obedece probablemente a que en momentos de crisis los votantes suelen preferir aquellos actores y partidos que sean capaces de ofrecer calma y capacidad de controlar la situación. Si bien una gran mayoría de los latinoamericanos no estaba a favor de las recetas neoliberales, ellos optaron por tragar la píldora amarga: dejar que los políticos efectúasen las reformas con la esperanza que esto iba a permitir generar estabilidad y una mejor situación económica en el futuro. Ahora bien, después de que las reformas fueron implementadas y que resultara evidente que éstas no ayudaban a combatir la desigualdad, movimientos sociales y partidos de izquierda comenzaron a ganar terreno mediante la politización de las demandas materiales. De hecho, el así llamado giro a la izquierda ha acontecido en América Latina durante la primera década del siglo XXI y no antes.

En consecuencia, no sería de extrañar que en el caso de Europa exista una importante brecha temporal entre la implementación de políticas de austeridad y la emergencia de una agenda política centrada en la desigualdad que sea rentable electoralmente. Parte de esto se explica porque para que esta agenda irrumpa con fuerza y movilice a los electores, es necesario que se consoliden recursos organizacionales que usualmente son provistos por movimientos sociales y nuevos partidos políticos. Movimientos como el de los indignados en España y el de 5 estrellas en Italia serían tan solo el inicio de un largo camino por recorrer, para que disputas por una mejor redistribución se transformen en el eje central del conflicto político y no la discusión en torno a la estabilidad económica, la inmigración u otros temas.

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