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Esto no es Escocia: la incertidumbre política seguirá aumentando

Junqueras pide a Mas que recupera la consulta inicial o convoque elecciones

Juan Rodríguez Teruel

Artículo publicado previamente en LSE EuroppBlogLSE EuroppBlog

En las últimas semanas, diversos comentaristas y periódicos anglosajones de prestigio han expresado su preocupación por la evolución de los hechos en Cataluña, y han reclamado al presidente Rajoy una solución política, más allá de la estrategia legal desplegada hasta el momento. No han escondido la inquietud que genera el creciente riesgo de inestabilidad en Cataluña y, por extensión, en el conjunto de España. Lo cierto es que la secesión continúa siendo un escenario improbable pero no imposible.

Desde la perspectiva anglosajona, es inevitable observar la cuestión catalana desde la experiencia escocesa. Así, en comparación con la decisión del gobierno de David Cameron de firmar un acuerdo sobre la celebración de un referéndum en Escocia, el gobierno español ha sido absolutamente reacio a aceptar cualquier tipo de concesión en este punto, lo que se podría entender como una actitud de terquedad política.

Sin embargo, aunque Rajoy está siendo profundamente criticado por la ausencia de reacción desde hace casi dos años, puede que tenga buenas razones para esperar. Entre ellas, porque el margen de actuación de Rajoy es menor del que disponía Cameron. Del mismo modo que el de Artur Mas tampoco es el de Alex Salmond. Por ello, la inquietud de los medios extranjeros está planamente justificada: en Cataluña las cosas no pueden a ir exactamente igual que en Escocia. Señalemos cinco diferencias básicas que nos ayudan a entender por qué.

¿Por qué los gobiernos no pudieron acordar un referendo?

En primer lugar, las normas constitucionales hacen que el acuerdo español sea un poco más complicado, ya que fijan con mayor definición los procedimientos para la reforma del sistema político y restringen el margen de actuación para los líderes. Aunque los obstáculos legales no deberían ser un freno para que la política resuelva las demandas de secesión en los Estados multinacionales, los partidos políticos catalanes pueden sufrir si ignoran la ley y fuerzan votos ilegales o alientan la desobediencia civil. Esto incentiva la actitud pasiva del Gobierno español ante la cuestión.

En segundo lugar, aunque no sea fácil de medir, podemos afirmar que el grado de autogobierno en Cataluña es, en general bastante bastante equivalente al de Escocia (según el Regional Authority Index), e incluso más alto de lo que era hace diez años en la propia Cataluña. Recordemos que el referéndum sobre la autonomía tuvo lugar hace sólo ocho años. Y aunque muchos han considerado la posterior sentencia del Tribunal Constitucional de julio de 2010 casus belli en la política catalana, no deja de ser una significativa paradoja que el auge de la secesión se haya dado en el momento en que Cataluña ha obtenido su mayor nivel de autogobierno de los últimos tres siglos. Esto provoca que la ‘devolution max’ que el Gobierno español podría ofrecer a Cataluña exija, de facto, una federalización real del sistema, mucho más que una simple reforma de la financiación autonómica.

En tercer lugar, tampoco ayuda la improvisación de los partidos catalanes en esta cuestión. A diferencia de la paciente evolución de los independentistas escoceses, la evolución soberanista de CDC, el principal partido de todo este proceso ha sido reciente y excesivamente condicionada por el contexto de competición política frente a otros partidos. En verano de 2012 Artur Mas aún se mostraba reacio a definir con precisión cómo iba a plasmar el llamado 'derecho a decidir' que su partido había adoptado como eje discursivo pocos años antes. Existe un consenso en interpretar la disolución anticipada de septiembre de 2012 como un giro táctico poco meditado y fundado en pronósticos electorales muy desacertados. El posterior acuerdo con ERC solo ha servido para forzar el curso de Mas, y acentuar la sensación de que su evolución hacia el independentismo responde a una necesidad de supervivencia política. Aparentemente.

No obstante, existen dos últimas diferencias que a veces parecen pasar desapercibidas incluso en nuestra propia perspectiva casera.

Por un lado, Mariano Rajoy no es Cameron porque no ‘juega’ solo. La política española no es cosa de dos, y cada día menos. Aunque el nacionalismo catalán intenta definir la situación como una lucha entre Cataluña y el Estado español, la competición multipartidista y la política multinivel (en este aspecto, casi como un sistema federal) introducen más actores en el escenario. Algunos de ellos, auténticos ‘jugadores con veto’, que pueden estar en desacuerdo, en última instancia, con el resultado de una negociación entre Rajoy y Mas, sea el que sea.

Desde la década de los 90 todos los presidentes del Gobierno han sufrido ejemplos de oposición, incluso entre sus propias filas, cuando ha tratado de establecer unilateralmente un acuerdo con Cataluña por intereses de estabilidad parlamentaria. Muy en particular, los líderes regionales se han convertido en figuras casi determinantes en la política nacional. Así, las principales crisis políticas internas de la última década en PP y PSOE han estado también vinculadas a facciones territoriales internas. Además, crece la competencia externa: algunos de los nuevos partidos, como UPyD y Ciutadans, se han hecho fuertes sobre la base del discurso antinacionalista, a veces anti-autonómico. En conjunto, estas limitaciones internas y externas actúan como barreras no solo para las aspiraciones catalanas, sino incluso para el margen de actuación de Rajoy. Peor: estimula a menudo la estrategia anti-catalana en sectores de la derecha española, a lo que el PP no se pudo resistir durante la década pasada…

En el otro lado del tablero, Artur Mas tampoco está solo. En contraste con la posición predominante del SNP como el 'partido indpeendentista' dentro del sistema de partidos escocés, el ‘terreno de caza’ electoral (en términos de Panebianco) del soberanismo e independentismo catalán está cada vez más fragmentado entre varios partidos, desde los conservadores a la extrema izquierda. La fragmentación del sistema de partidos no ha dejado de aumentar en Cataluña, desde que Jordi Pujol decidió encaminar sus pasos hacia su última legislatura, lo que alimentó la competencia entre los dos principales partidos nacionalistas, CDC y ERC. Esta competencia, en forma de subasta interminable, condicionó inexorablemente, y quizá no para bien, la reforma del Estatuto de Autonomía entre 2004 y 2006. El resultado es una inercia hacia el “maximalismo” que dificulta enormemente cualquier intento de enfriamiento entre Barcelona y Madrid. Y menos aún posibles acuerdos basados en el pragmatismo que tan bien conoce la cultura política británica.

Todos estos factores ayudan a entender las dificultades para alcanzar un acuerdo entre Rajoy y Mas sobre un referéndum en Cataluña. Desde entonces, apenas se han movido las posiciones. Y así será hasta el 9 de noviembre: gesticulación y prietas las filas. Más fácil en el PP que en CDC.

Pero ni siquiera es seguro que el 10 de noviembre el panorama empiece a desencallarse. En las actuales circunstancias y con un complicado año electoral por delante, Rajoy podría dudar entre correr el riesgo de poner en marcha una reforma constitucional para dar cabida a las demandas catalanas, o seguir con su posicionamiento respecto al nacionalismo catalán, temiendo que cualquier concesión a Cataluña pueda dañar sus perspectivas electorales en las elecciones locales, regionales y generales previstas para 2015.

Del mismo modo, como vimos ayer, Artur Mas mantendrá abierta la búsqueda de una salida a la situación política actual, aunque su supervivencia política cada vez resulta más vulnerable. Rajoy y Mas son hoy todo lo contrario que Cameron y Salmond hace dos años: dos líderes políticos acosados y sin mucho margen para alcanzar acuerdos que sean aceptados por la mayoría de sus competidores.

De todo ello puede beneficiarse el gran factor diferencial respecto a Escocia: Oriol Junqueras, el líder del partido que viene ostentando la llave de los equilibros en la política catalán desde hace una década y media. En este escenario, Junqueras seguirá tratando de aumentar la apuesta secesionista de Mas. Resultado: hace falta mucha imaginación para vislumbrar un panorama donde la inestabilidad y la incertidumbre no dejen de incrementarse en los próximos meses. Junqueras será el agente decisor, con un talón de Aquiles: no dispone de ninguna palanca institucional, de ningún botón rojo para el momento crítico. Pero aquí tiene un modelo a seguir. ¿Sabrá Junqueras extraer las lecciones pertinentes de la carrera de Alex Salmond antes de 2007?

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