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La Andalucía feminista se rebela contra el negacionismo a la desigualdad de género que salió de las urnas

Miles de mujeres se manifiestan en defensa del feminismo por las calles de Sevilla.

Daniel Cela

La manifestación feminista en la capital andaluza ha desbordado las calles y las plazas, como lo hizo hace un año, en aquel 8 de marzo histórico en el que miles de mujeres vieron “un punto de no retorno”. La Policía Nacional ha calculado en torno a 80.000 personas, la Policía Local contabiliza unos 130.000 manifestantes en las 23 concentraciones y protestas convocadas en la ciudad, y los organizadores duplican esa cifra. La sensación general es que la pulsión feminista que se vivió el histórico 8M de 2018 no ha menguado. Quienes repiten en la marcha comparan esta marea con las movilizaciones del No a la guerra de Irak, en 2004, y con el 4 de diciembre de 1977, cuando un millón de andaluces se manifestó en las calles para reclamar una autonomía plena que sacase a Andalucía del pozo de pobreza en que se hallaba.

Había dos comitivas multitudinarias que confluían en un punto emblemático de Sevilla: el puente de Triana. “Me ha costado cruzarlo más que con la bulla que acompaña a Nuestra Señora de la Esperanza”, dice Paqui, 58 años. Paqui y miles de mujeres más han tardado tres horas en recorrer a pie los dos kilómetros que separan el inicio y el final del recorrido de la manifestación principal. Las grandes avenidas del centro de Sevilla -el Paseo Colón, la Puerta de Jerez, la Avenida de la Constitución y la Plaza Nueva- han desaparecido bajo los pies de centenares de mujeres en un ambiente de júbilo y exaltación. “¡Somos más, somos más!”, se repetían entre ellas en medio del tumulto.

En las protestas de este 8M se entremezclan las madres que abrieron paso a la democracia española en el tardofranquismo (hoy jubiladas o a punto de estarlo) y sus hijas, que ven cómo la crisis ha arrollado sus salarios, sus puestos de trabajo, su conciliación familiar, sus derechos sociales y su propia seguridad física en las calles... Abuelas, madres y nietas de la mano o en carrito. Anita es viuda, tiene 74 años, ha llegado en autobús con “un puñado de mujeres del pueblo”, Cañada la Real, que está a una hora de Sevilla. Lleva la cara pintada de morado y empuja un andador calle abajo. Cuando se cansa se sienta un rato. “He venido por mi hija. Ella tiene que entender lo que les pasa a las mujeres antes de lo que lo entendí yo”, dice.

Los motivos para manifestarse aquel 8 de marzo de 2018 están intactos. Aunque la sociedad parezca más dividida, la política más crispada, aunque los partidos inmersos en campaña electoral hayan reabierto debates en torno a la mujer que parecían superados -la violencia machista, la desigualdad salarial, el techo de cristal, el aborto, los vientres de alquiler-, a pesar de todo, y contra pronóstico, la unidad en torno al feminismo parece fuerte. Hay un ambiente carnavalesco, reivindicativo, hay una protesta pletórica y colorida, hay mujeres de todas las edades, pero las más jóvenes llevan la voz cantante. “Te llaman feminazi incluso los amigos, bromeando, para ubicar todo esto en el terreno del chiste. Yo no necesito ponerme intensa para defender la igualdad de derechos, pero el punto de partida de cualquier conversación es siempre la broma. Y eso si no intentan ridiculizarte”, dice Elena Domínguez, 28 años.

La marea feminista en Sevilla avanza con júbilo y paso firme hacia el centro de la ciudad, pero arrastra un contrapunto de melancolía y rabia que no tienen las movilizaciones feministas del resto de España: hace un año, el 8M congregó en Sevilla capital a 120.000 personas en las calles, según la Policía, un volumen proporcionalmente mayor al de la manifestación de Madrid. Nueve meses después hubo elecciones autonómicas e irrumpió con fuerza un partido ultraconservador con un discurso negacionista en contra de las políticas de género y la lucha contra la violencia machista. En 2015, Vox tenía 4.254 votos en toda Andalucía, y el pasado 2 de diciembre convenció a 396.000 personas, abriéndole las puertas del Parlamento con 12 diputados. Hoy es el partido que sustenta al Gobierno andaluz e PP y Ciudadanos. “Las andaluzas se movilizan más en las calles que en las urnas. No nos preguntes a nosotras, pregúntale a los partidos de izquierda qué han dejado de hacer”, se queja Juana Peláez, 49 años. 2,6 millones de andaluces no fueron a votar el 2 de diciembre.

“¿Si fui a votar? No, no fui a votar. Cuando vengo a manifestarme sé a lo que vengo y dependo de mí y de las que vienen conmigo, cuando voy a votar, no sé a qué voy. No sé qué hacen luego con mi voto”, dice Raquel Álvarez, 22 años. Este es un 8 de marzo entre citas electorales. Dentro de dos meses, los españoles están llamados a votar al próximo Gobierno. El año pasado, el movimiento feminista acaparó el protagonismo, ningún colectivo se atrevió a llevar banderas a la protesta. Hoy están por todas partes: sindicatos, organizaciones...

Las mujeres que aquí se manifiestan perdieron con la entrada de Vox en el Parlamento. Hoy se movilizan gritando contra la discriminación salarial y laboral, la falta de conciliación, el techo de cristal, el acoso sexual en la calle y en el trabajo, la violencia y el asesinato machista, y la invisibilidad en ciertas áreas profesionales copadas por hombres. “El año pasado el feminismo parecía intocable, todos los políticos querían ser un poco feministas, incluso el presidente Rajoy se puso un lazo morado”, recuerda Mercedes, 42 años, “ahora al feminismo le han salido apellidos para dividirnos. En la mano lleva un cartel donde puede leerse: ”El feminismo liberal me da patri-arcadas“.

En la terraza del pub O'Neill's, en la esquina de Colón con Adriano, un grupo de hombres contempla, sentados, cómo avanza la manifestación. “La igualdad está bien, pero para todos. Que yo también me acojono si me cruzo de noche con un tío con malas pintas”, dice el más joven. “Yo no soy feminista, pero estoy a favor de la igualdad”, le responde el compañero.

De esta conversación, un grupo de tres amigas extrae la conclusión de que es preciso seguir manifestándose. “Falta pedagogía, pero a veces da pereza, cuando oyes estas cosas. Con el tiempo, distingues quien te pregunta porque quiere entender y quién lo hace para mofarse de ti o ridiculizarte”, explica Belén Fernández. A Belén un amigo también la llama “feminazi”. “¿Qué quieres que piense cuando oigo a un hombre decir que también tiene miedo si se cruza de noche con otro con malas pintas? Yo paso miedo siempre que me cruzo con un hombre, tenga o no malas pintas. Porque hay violencia de género además de violencia. Mi madre me ha inculcado ese miedo, que ella también tenía. Ella me dice cógete un taxi, yo te lo pago”, dice. Elena, a su lado, recuerda que ha salido por las noches con falda, y se ha llevado un pantalón en la mochila para cambiarse de camino a casa. “Me quito el pintalabios y vuelvo a casa en pantalones, para que se fijen menos en mí”, dice. Bárbara, 30 años, reconoce la misma situación: “Seguramente acabemos trasladándole las mismas advertencias a nuestras hijas algún día”.

A unos metros de allí, bajo la Torre del Oro, un joven está de pie, semidesnudo, levantando un cartón con los brazos donde puede leerse: “Joven desnudo rodeado por el sexo opuesto y me siento protegido y no intimidado”.

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