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El Gobierno de Moreno Bonilla excluye a los casadistas, que se rebelan como sector crítico dentro del PP andaluz

Juan Manuel Moreno Bonilla junto a Pablo Casado.

Daniel Cela

La línea invisible que separa lo institucional de lo orgánico ha reabierto la brecha entre casadistas y sorayistas en Andalucía. En el Gobierno que preside Juan Manuel Moreno Bonilla no hay ningún dirigente próximo al líder nacional del PP, Pablo Casado, ni en la primera ni en la segunda línea de responsabilidad. Ni consejeros ni viceconsejeros. Fuentes próximas al presidente aseguran que la integración de casadistas y otras cuotas provinciales llegará a partir del tercer nivel, los secretarios y directores generales que empezarán a ser nombrados la semana que viene, pero en las tripas del PP suenan ruidos de malestar.

El primer Consejo del Gobierno paritario de PP y Ciudadanos, celebrado el pasado sábado en Antequera (Málaga), incluyó el nombramiento como viceconsejero de la Presidencia de Antonio Sanz, veterano presidente del PP de Cádiz, mano derecha y leal escudero de Javier Arenas y director de campaña de Soraya Sáenz de Santamaría en las primarias que perdió contra Casado por la dirección del partido.

La designación de los seis consejeros del PP -diputadas leales a Moreno, veteranas del equipo de Arenas e incluso ex miembros del Gobierno de Mariano Rajoy- no despertó tanta susceptibilidad en los casadistas como la entrada de Sanz en la sala de mandos de la Junta. La dirección nacional del PP reaccionó de inmediato filtrando un anuncio que más tarde el equipo de Moreno no desmintió, pero sí trató de relativizar: el alcalde de Vejer (Cádiz), Pepe Ortiz, hombre fuerte de Casado en Andalucía, sustituiría a Sanz en la presidencia del PP de Cádiz. En Madrid y en Cádiz lo dieron como cosa hecha, en Sevilla lo dejaron en el aire. “Ni hay plazos ni hay nombres para el relevo. Se hará como dicen los estatutos”, avisan.

Pepe Ortiz estaba llamado a ser el relevo orgánico de Moreno Bonilla al frente del PP andaluz ante el previsible hundimiento del partido en las elecciones del 2 de diciembre. El partido, en efecto, se hundió (en cinco años ha pasado de 50 a 26 diputados), pero la carambola electoral hizo que PP, Ciudadanos y Vox sumasen más que las fuerzas de izquierdas e hicieran presidente a Moreno Bonilla. Génova tuvo que devolver al cajón su plan para poner la dirección del PP andaluz en manos de una gestora, y los casadistas que habían sido colocados estratégicamente en las listas electorales de Moreno para sucederle -Juan Ignacio Zoido, José Antonio Nieto o el propio Ortiz- se replegaron a sus fueros. Zoido encabezaba la lista por Sevilla, pero dimitió antes de recoger su acta de diputado en el Parlamento; y lo mismo hizo Ortiz, que iba de número uno por Cádiz, pero eligió quedarse en su Alcaldía de Vejer.

Sorayista

Moreno Bonilla fue el primer líder regional del PP que apoyó públicamente a Sáenz de Santamaría frente a Casado en el último congreso nacional. También fue el que más se significó públicamente, y Antonio Sanz, arenista hasta la médula, generó mucha animadversión entre los casadistas, que le acusaron de plantear una campaña muy dura en las primarias. La derrota de los sorayistas en aquel congreso, la esclerosis del PP andaluz y sus nefastas expectativas electorales hicieron de Moreno Bonilla casi un “convidado de piedra” en su propia candidatura a las urnas andaluzas. “Convidado de piedra” es una expresión que usaban los suyos en campaña, a modo de queja. Casado copó el 50% de las listas electorales de Moreno e hizo más campaña en Andalucía que el propio candidato, con un discurso más duro y en clave nacional que competía ya con el mensaje de Vox, y que situó el problema catalán o la inmigración como centro del debate andaluz.

Tras las elecciones, la dirección nacional del PP siguió monitorizando desde Madrid la negociación con Ciudadanos y Vox para la investidura de Moreno. Lo hizo el número dos de Casado, el secretario general Teodoro García Egea, firmando dos pactos por separado, uno de Gobierno con el equipo de Albert Rivera, y otro de investidura con los hombres de Santiago Abascal. Casado tuvo manos libres para dibujar sobre el mapa andaluz la hoja de ruta que pretende exportar al resto del país tras las elecciones municipales y autonómicas de mayo: un pacto a tres que reagrupe a la derecha fragmentada y desbanque al PSOE de ayuntamientos, comunidades y la Moncloa. Una vez hubo consolidado esta estrategia con la investidura de Moreno Bonilla, el presidente del PP nacional aflojó su tutela sobre el recién nombrado presidente andaluz y éste pudo formar el Gobierno que quiso.

Golpe de mano en Cádiz

Quedaron los casadistas andaluces farfullando que esperaban más de lo que les están dando, que no tienen la presencia en el Ejecutivo que tuvieron en las listas electorales y que sí tienen en la muy menguada bancada del PP en el Parlamento. El casadismo andaluz es un fenómeno neonato -apenas tiene seis meses de vida-, está muy deslavazado, no tiene la misma fuerza en las ocho provincias y carece de organización jerárquica para levantar la mano y reclamar lo suyo. El primer golpe de mano real es el que la dirección nacional y Pepe Ortiz han dado en Cádiz para hacerse con la presidencia del PP provincial por la vía urgente -a través de una junta directiva- y sin necesidad de convocar unas primarias y un congreso extraordinario.

En realidad, la fórmula rápida es la que siempre han usado los populares andaluces para refrendar a sus líderes -al propio Sanz hasta en cuatro ocasiones-, pero ahora existen otros estatutos en el PP donde cobran más peso las primarias, y ahora la ejecutiva del presidente Moreno se siente con legitimidad, por primera vez, para chistar a la dirección nacional y advertir de que la última palabra la tiene la militancia. Sanz ha aclarado que quiere dar un paso atrás y ceder el testigo tras 11 años como presidente del PP de Cádiz (en tres etapas distintas), aunque su sustituta natural era la diputada y miembro de la ejecutiva de Moreno, Ana Mestre.

Los casadistas finalmente se han revuelto en Cádiz para dejar claro que, si les cierran la puerta del Gobierno andaluz, pelearán por tener más peso orgánico en las provincias. Pero los casadistas no son una familia compacta en el PP andaluz, como reconocen varios de los aludidos consultados. Algunos están alineados con Casado desde el principio (Ortiz, Esperanza Oña, Teresa Ruiz Sillero...); otros llegaron al casadismo desde la corriente que apoyó en el congreso a la ex número dos del PP, María Dolores de Cospedal, como Zoido o Nieto; y todos eran contrarios a Sáenz de Santamaría, enemigos del tándem Arenas-Sanz, y muy críticos con el “PP acomplejado” de Moreno Bonilla. A los casadistas en Andalucía les ocurre como a los sanchistas andaluces, que les unía su animadversión por Susana Díaz más que su afiliación al modo de hacer política de Pedro Sánchez. En realidad, casadistas con un pie en la sede nacional de Génova y otro en Andalucía “hay pocos”: está Ortiz y está la veterana diputada Oña -vicepresidenta del Parlamento andaluz- y ambos han expresado su malestar por la falta de integración en el nuevo Gobierno.

El modelo de Rajoy

El primer Ejecutivo andaluz de centro derecha tiene 11 consejerías, seis nombradas por el PP y cinco por Ciudadanos. Es un gabinete más profesionalizado, que combina lo político y lo técnico, y que bebe de la herencia de Rajoy. Moreno Bonilla ha elegido a su amigo Elías Bendodo, ex presidente de la Diputación de Málaga, como su hombre fuerte en el gabinete, consejero de la Presidencia y escudo político del presidente de la Junta. Bendodo ha pilotado la negociación de los pactos de Gobierno con PP y Vox, de él dicen que es capaz de construir puentes difíciles, y en su mano está la interlocución política con Ciudadanos y con la dirección de Casado (aunque comparta rol con la secretaria general del PP andaluz y portavoz en el Parlamento, Dolores López).

La consejería de Hacienda, capital para convertir en números las políticas de la Junta, está en manos de Alberto García Valero, ex director general de Tributos en el anterior Gobierno de Rajoy, y destituido el pasado julio por la ministra María Jesús Montero, tras la llegada de Pedro Sánchez a Moncloa. La cartera de Salud y Familias la dirige otro moderado, el senador Jesús Aguirre; y las otras tres consejerías han caído en manos de tres veteranas diputadas andaluzas muy próximas a Moreno: la ex portavoz Carmen Crespo es la titular de Agricultura; Marifrán Carazo asume la consejería de Fomento y Patricia del Pozo, hija política de Arenas, es la titular de Cultura.

Moreno Bonilla no se va a desligar del discurso españolista “sin complejos” del nuevo PP de Pablo Casado y hará lo posible por que su Gobierno sirva de referente al líder nacional de su partido en su carrera hacia la Moncloa. En la toma de posesión de su cargo como presidente de la Junta, ya advirtió que sería “combativo” con el Ejecutivo de Pedro Sánchez si percibe complicidad o tibieza con los independentistas catalanes. Allí, ante Casado, hizo suyo el discurso que éste viene enarbolando desde que accedió a la presidencia del PP. “Somos España y vamos a defender España ante los embates de quien sea. La Junta mantendrá una beligerancia activa con quien quiera trocear nuestro país y dividir a los españoles. Nunca estaremos ausentes del debate de España y queremos vivir el andalucismo y la españolidad sin contradicciones, no concebimos lo uno sin lo otro”, advirtió.

Pero nada más jurar como presidente, Moreno Bonilla también anunció que su mandato se miraría en el espejo del Gobierno de Rajoy y de Sáenz de Santamaría, allí presentes en primera línea, a una distancia prudencial de Pablo Casado.

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