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Padilla Crespo, la tradición del sombrero de ala ancha hecho a mano

Sevilla —
14 de octubre de 2025 20:54 h

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Amparo busca unas facturas en la caja registradora mientras que en un huequito junto a la escalera Encarna está enfrascada en la costura. Ribetes y bandanas. Las cajas de sombreros se apilan en el número 16 de la calle Adriano, una famosa vía comercial del sevillano barrio de Arenal junto a la plaza de Toros de la Maestranza. Allí está Sombrerería Padilla Crespo y en la primera planta del local Manuel E. Padilla pasa las horas en su pequeño taller con la compañía de un radio portátil y un ventilador que mitiga el calor que desprende la plancha.

“Esto (señalando a la plancha) y las hormas de aluminio son los principales instrumentos a la hora de hacer un sombrero”, apunta Padilla. Dicharachero, este artesano del sombrero de ala ancha continúa el legado de su abuelo, Manuel Padilla Crespo, que se inició en el negocio de forma autodidacta en 1939. 

“Mi tío me enseñó el oficio”, dice Padilla que verá su trayectoria reconocida por parte de la Asociación Nacional de Doma Vaquera. Sombrerería Padilla Crespo será galardonada con el Premio BIC a Artesano de la Doma Vaquera el próximo 1 de noviembre.

Hecho a mano

Las piezas con las que trabaja Padilla, con mimo y dedicación, provienen de la fábrica que Fernández y Roche (Industrias Sombrereras Españolas S.A.) tiene en la localidad sevillana de Salteras desde 1885. Padilla humedece los cascos de fieltro —se utiliza piel de conejo— con vapor. “Hay que ablandarlo y con la ayuda de la horma se comienza a darle forma”, describe. Este es el primer paso antes de encontrar “la cintura”, base donde la copa se encuentra con el ala, que es “lo más importante de un sombrero de ala ancha”.“Si no está bien, el sombrero se cae”, resalta Padilla. 

Tras tener el casco “trabajado” se utiliza una herramienta clave y que “parece un instrumento de tortura medieval”. Con el conformador se saca la plantilla y posteriormente “se utiliza el formillón para corregir la forma inicial de la horma y ajustarla a la forma real de la cabeza”. Tras el corte, el producto pasa por costura y regresa al taller para el último planchado con un alisador —“Es un lissauer, en francés, pero yo le digo lisuá (sic)”— y el apoyo de la horma de madera. 

“Sombreros con alma”

El acabado de un sombrero de ala ancha hecho a mano poco tiene que ver con uno de fábrica. Es un proceso “muy sacrificado” y, en ocasiones, no siempre sale bien. “Si fuera algo mecánico lo haría cualquiera, pero hay que tener intuición y experiencia. A veces ya sé cómo va a quedar el sombrero incluso antes de entregarlo”.

Este trabajo artesanal no es compatible con los tiempos modernos de producción. Las fases de secado y de planchado no entienden de minutos. “Te puedo decir que echamos unas 3 horas en la mano de obra, pero es algo difícil de calcular. El sombrero de ala ancha está vivo; tiene alma, que es una frase que se ha puesto de moda, pero yo ya se la escuchaba a mi abuelo”, dice Padilla. Por eso “hay que estar pendiente” de un proceso que llevan repitiendo en Sombrería Padilla Crespo desde hace casi un siglo. “Si un Mercedes o un Porsche te deja tirado, imagínate un sombrero”.

“Ley de vida”

“La artesanía no se valora y sólo tendrá visibilidad cuando ya no estemos. Se acostumbra a pagar por la mano de obra en una tienda de reparación de teléfonos móviles o en un taller de coches, pero esto no”, explica Padilla que recalca que “una cosa es lo que vale” y otra muy distinta “lo que cuesta”.

Padilla Crespo cuenta con una tarifa fija de 290€ por aquellos sombreros a medida “independientemente de lo que el cliente pida”. Estas ventas no dan para que el negocio se sustente y lo complementan con otros sombreros de fábrica, abanicos pintados a mano y otros artículos de recuerdo. El turismo mantiene abierto el negocio: “El 80% de la clientela es extranjera, que valora lo que hacemos” aunque los que verdaderamente se llevan puesto los sombreros de ala ancha son jinetes de doma vaquera, caballistas, garrochistas, toreros así como algún que otro particular. 

“No hay ningún prejuicio en llevarlo sino que mucha gente no se ve con sombrero, pese a que es un artículo necesario, sobre todo en verano, debido a la radiación solar”, enfatiza Padilla, que ahora ya se ha convencido de que el legado familiar puede llegar a su fin. 

“Antes me preocupaba por el futuro, pero ya no porque lo he disfrutado todo este tiempo. Es ley de vida y tengo asumido que la artesanía es así. Me dará pena, pero no me empeño en que se continúe con el negocio”.

De su abuelo, pasando por su tío y su madre. Manuel E. Padilla continúa con el oficio de hacer sombreros de ala ancha a mano y aunque piensa en dejarlo, de momento, siempre está dispuesto a enseñar esta artesanía en su taller del viejo arrabal marinero del Arenal.