ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
¿Por qué lo llaman andalucismo cuando quieren decir pescaíto en blanco?
Los días de lluvia se comen migas. Eso dice Fran, el cocinero del bar de mi barrio, que es de Almería. Como sabe que es uno de mis platos favoritos, cuando las hace, Oxana, su compañera, me manda recado y allá que voy, en ocasiones con toda mi familia. En el bar, formamos una extraña comunidad de andaluces de todas partes.
En mi tierra de nacencia, Extremadura, las migas se hacen aprovechando el pan duro que los labradores rebanaban con las manos la noche anterior. Cuando vi la escena de Manolo Vital rebanando migas en “El 47” me estremecí hasta el alma, que en esos pellizcos sí que existe, y toda la estirpe de campesinos que me habita latió en mi memoria.
Para celebrar el 28F, Fran hizo ocho tapas especiales, una por cada territorio de Andalucía y como se anunciaba lluvia, la tapa de Almería no podía ser otra que sus extraordinarias migas. De sémola de trigo, por supuesto, herencia del cuscús andalusí, como se siguen haciendo en el oriente andaluz y en la otra orilla del Mediterráneo.
Como es sabido, en ambas orillas reside la mejor gastronomía del mundo. De su diversidad, sabrosura y riqueza hay miles de ejemplos. Es cocina con sustancia, comida con filosofía. Y es que en la comida y en la filosofía, sustancia es el ser, la esencia, el sujeto, lo que permanece frente lo accidental, lo que late bajo los sentidos.
Particularmente, me gustan los platos contundentes, saludables, poderosos, que abrigan en invierno y refrescan en verano, que alimentan un día y una vida, que nutren el pensamiento, los músculos y el compromiso. Cada plato tiene una función, cada receta guarda la magia ancestral de cuidar, preservar y disfrutar la vida. Me gustan los platos sencillos, que no son necesariamente simples, y detesto los insustanciales, los que ni chicha ni limoná.
Al pescaíto en blanco en algunos lugares le llaman matamaríos, porque de tan ligerito como insustancial alimenta poco o nada, un caldillo de pura subsistencia con el que las mujeres “mataban” de hambre a sus esposos. Con el tufillo machista que destilan la idea y los roles, todavía me gusta menos
Me pasa con el pescao en blanco. Comprendo que puede ser necesario cuando hay que hacer dieta blanda por algún malestar digestivo, pero sustancia, lo que se dice sustancia, no tiene ninguna. Rebuscando para escribir sobre él, he encontrado que al pescaíto en blanco en algunos lugares le llaman matamaríos, porque de tan ligerito como insustancial alimenta poco o nada, un caldillo de pura subsistencia con el que las mujeres “mataban” de hambre a sus esposos. Con el tufillo machista que destilan la idea y los roles, todavía me gusta menos.
Si pasamos de la gastronomía a la política, el pescaíto en blanco son esas doctrinas o personas que tampoco tienen ni chicha ni limoná, aquellas cuyo compromiso es un tuit o una oportunidad bien aprovechada, quienes, como mucho, te adornan un discurso con un ramito de perejil o te dan un caldito para algún malestar, pero bajo la apariencia no hay ninguna sustancia, tan inocuas como inanes y tan abundantes en los tiempos líquidos, que diría Bauman.
El andalucismo político puede ser muchas cosas, pero lo que con toda certeza no es ni ha sido nunca es pescao en blanco. Por eso la gente andalucista basculamos entre la guasa y la indignación cuando vemos cómo determinadas fuerzas políticas centralistas se “verdiblanquean”, en palabras de Manuel Ruiz, con una manita de tinte para adornar el discurso o resolver algún malestar.
El andalucismo no se achica ni se reduce ante ningún poder ajeno porque es, precisamente, el poderío que reside en el pueblo andaluz y que éste ejerce cuando quiere y en la dosis que quiere
Un ejemplo reciente: en un pleno del Parlamento, José Ignacio García, de Adelante Andalucía, presentó una Proposición para que el patrimonio cultural andaluz que está fuera de nuestra tierra por expolio vuelva a Andalucía. El objetivo es conocerlo, disfrutarlo y afianzar, así, nuestra identidad, además de cumplir el Estatuto de Autonomía. Cualquiera que entienda una mijita de andalucismo, tendría que apoyar esta iniciativa. ¿Qué creen ustedes que ocurrió? Pues exactamente lo que están imaginando: el PP, tan andalucista como para llenar de banderas la fachada de San Telmo y para confrontar sus malestares con el gobierno central, votó en contra. El PSOE, tan andalucista new age como para perdonar la deuda sin garantizar la financiación de Andalucía, se abstuvo.
Les aseguro que el supuesto andalucismo de ambos es, en realidad, pescao en blanco. La sustancia del andalucismo es la defensa del interés general de las y los andaluces en lo cultural, en lo económico y en la justicia social. El andalucismo no se achica ni se reduce ante ningún poder ajeno porque es, precisamente, el poderío que reside en el pueblo andaluz y que éste ejerce cuando quiere y en la dosis que quiere. El andalucismo es contundente y saludable, energético, reconstituyente, fortalecedor. Rejuvenece y empodera a quien lo practica. No cura el dolor de barriga ni es dieta blanda. Está en los pucheros, en los espetos, en los guisos, en las frituras, en todas las variedades de gazpacho y de migas que refrescan los veranos y abrigan los inviernos.
Nada que ver con el pescao en blanco.
Ustedes deciden, pero cuiden que no les den gato por liebre y tengan por andalucismo lo que es, en realidad, pescao en blanco de piscifactoría de Madrid.
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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
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