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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

Almerienses, levantaos

Web Un Relato Andaluz - Almerienses, levantaos

Ana F. Díaz.

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Se apagan las luces, se abre el telón y aparece la imagen de una rambla pedregosa, desértica, salpicada de matorrales que apenas se destacan entre los riscos como manchas de moho en una pared vieja. En cambio, el azul del cielo satura la vista con un brillo imposible, la luz es tan intensa que por instinto te llevas la mano a los ojos; piensas que debe hacer un calor capaz de partir las piedras por la mitad.

De pronto, pasan unas figuras a caballo, galopan con resolución, gritan palabras ininteligibles y visten ropas atemporales, podrían ser desde pastores nómadas de tiempos ancestrales hasta vaqueros del lejano oeste. El plano se abre y los cerros se convierten en suaves ondulaciones contra un horizonte difuminado por los rayos de sol. Es en ese momento en el que sonríes con suficiencia, extiendes un dedo hacia la pantalla y exclamas: “¡Eso es Almería!”.

Almería ha sido muchas cosas, pero ¿sabe alguien cómo es realmente?

El cine tiene la capacidad de convertir lo extraordinario en cotidiano y lo extraño en conocido. Esto ha ocurrido con los paisajes almerienses, que de tanto pasar por el rabillo del ojo han acabado grabándose en la retina. El séptimo arte ha conseguido introducir ciertas imágenes en el imaginario colectivo hasta forjar una idea de lo que es Almería, ha creado una versión luminosa (playas, tapas, vacaciones) y una versión sombría (pobreza, explotación) sin haberla escuchado o sentido.

La playa de Mónsul ha sido testigo de cómo Sean Connery espantaba gaviotas para acabar con un puñado de nazis; las calles estrechas que se derraman a los pies de la Alcazaba han sido Egipto en Wonder Woman 1984 y las playas de Rodalquilar pudieron (volver a) ver a un joven John Lennon escribiendo Strawberry Fields Forever durante el verano de 1966. En Google Maps, el desierto de Tabernas está salpicado de nombres pintorescos como Oasis de Lawrence de Arabia, Black Museum de Black Mirror, Taberna de “Por un puñado de dólares” o un genérico pero expresivo Western scene.

Pero si a algo se prestan los paisajes almerienses es a la construcción de escenarios fantásticos donde lo natural se mezcla con lo imposible. La aridez del desierto, las playas rocosas en violento contraste con las aguas azules del Mediterráneo, los potentes estratos sedimentarios que se cortan abruptamente en las ramblas y las infinitas horas de sol han sido un telón de fondo a la medida de los mundos más lejanos y extraños. Almería ha sido tierra de salvajes jinetes Dothraki más allá del Mar Angosto y también un vergel en mitad del desierto de Dorne; las canteras medievales de Rambla Belén fueron las cuevas que sirvieron de refugio a Conan el Bárbaro (tristemente sepultadas por la mole azul de un Ikea) y las estribaciones de Sierra Alhamilla se convirtieron en la tierra prometida tan ansiada en Exodus por el pueblo hebreo.

Viendo este variado aunque necesariamente resumido panorama, cabe preguntarse: ¿ha sido Almería alguna vez simplemente Almería? ¿Cuántas veces se han abierto unos labios y ha sonado su acento, sin disfraces y sin complejos? ¿Con qué frecuencia alguien en Almería contempla su tierra en la pantalla y se siente realmente identificado con lo que ve?

Crisis de identidades

En estas producciones las localizaciones almerienses han pretendido ser algún otro sitio. Se podría decir que su versatilidad le confiere la facultad de adaptarse a cualquier narrativa, circunstancia que, sumada a la rentabilidad económica, explica la predilección de algunos directores por viajar al sureste, a menudo desde lugares remotos, con todo el equipo a cuestas, solo para grabar unos planos.

En 2015, se estrenó la exitosa serie Mar de plástico, una producción de Atresmedia que ponía el foco en los invernaderos y los problemas derivados de la precariedad, la explotación, la inmigración y la violencia inherente a todo ello. En ella se ofrecía una imagen de verosimilitud respaldada por una ambientación cuidada. Más allá de la pretensión de denuncia o crítica a una realidad social innegable, la serie se centra en una estética muy concreta: una imagen sórdida con una temperatura de color muy cálida que recuerda al conocido como “filtro México”, recurso tan manido por la industria estadounidense que ha alcanzado la categoría internacional de meme.

Algo similar ocurre con Romancero, thriller de Prime Video recientemente estrenada. Si bien el trasunto fantástico supera los límites geográficos del argumento, dándole a las escenas un aire de trascendencia espacial, la idiosincrasia del campo almeriense resulta determinante en el desarrollo del argumento. Como en Mar de Plástico, la naturaleza hostil de una tierra yerma a la que hay que arrancar cada bocado de alimento parece reflejarse en el carácter de sus gentes, condenadas a sufrir dinámicas ancestrales de miseria material e intelectual, atados al páramo por fuerzas ocultas y acosados sin cesar por criaturas monstruosas que solo un ambiente así puede cobijar.

El historiador José Márquez Úbeda recoge en Almería, plató de cine (IEA, 2019) que durante las grabaciones de Por un puñado de dólares de Sergio Leone, película que colocaría la provincia en el mapa, el set ubicado en el paraje Los Albaricoques se dividía por idiomas: el elenco principal se comunicaba entre sí como buenamente podía en inglés, italiano y alemán, ahogando el acento de los circunstanciales figurantes almerienses que todavía hoy recuerdan a estrellas de Hollywood que apenas repararon en ellos.

En Romancero acechan todo tipo de seres y voces, algunas invitadoras y otras repulsivas. En ella se despliega un elenco de personajes tan bien interpretados que casi se pasa por alto la primera incoherencia: la de los acentos. El acento “neutro” de los agentes contrasta con la mezcla bastarda que caracteriza al resto de personajes locales, desde el acento jerezano del protagonista Sasha Cócola hasta el deje malagueño de Belén Cuesta. Una variedad de voces que para el espectador foráneo puede sonar indistinta, amalgamada bajo el amplio paraguas del “acento andaluz”, pero perfectamente discernible para los habitantes de las distintas regiones andaluzas.

Hay que esperar al tercer episodio para dar un salto en el sofá y exclamar: “¡Esos sí que son de Almería!”, señalando a dos chicos que tampoco tienen mayor relevancia en la trama, dos colegas de Jordán, maleantes que forman parte del mundo hostil del que el protagonista intenta escapar.

Una vez más, el acento almeriense queda desplazado hacia el margen, sale de bocas anónimas que acompañan a las verdaderas estrellas y en cierto modo sirve como piedra de toque para potenciar el contraste entre el andaluz canónico, el occidental, el estándar, el que cualquiera reconoce cuando lo oye. Así se olvidan esos otros acentos andaluces no hegemónicos que las dinámicas centralizadoras confunden a menudo con el murciano, el extremeño o incluso el manchego; dinámicas que han ido sustituyendo las parrandas por las sevillanas y el traje de refajona por el traje de flamenca, que nos han dejado con una identidad mutilada y una cultura en riesgo de desaparecer para siempre.

En el famoso anuncio de Cruzcampo, una Lola Flores rediviva invitaba a andaluzas y andaluces a no perder nunca el acento, uno que con demasiada frecuencia se recorta y se unifica hasta quedar caricaturizado, reducido al seseo o al “miarma”, hasta volverse irreconocible.

Aprovecho estas líneas para pronunciar un sentío “Almerienses, levantaos”, pronunciemos bien alto en nuestro acento, nuestro sæcio y nuestras miguicas cuando llueve, porque si no, nadie lo hará.

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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

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