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Tocando fondo

El fin de "Malaya" da paso a otros treinta procedimientos derivados. /Foto:EFE

Enrique Alcina

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Estamos tocando el fondo, escribió Celaya cuando la poesía cargaba las pistolas de mixtos y la gente aún confiaba en sí misma y en las mentirijillas colectivas para ir tirando. Hoy nada se espera, todo lo que era nuestro se desvanece. Todo se transforma, claro, en un nauseabundo ejercicio de cinismo que golpea las tinieblas; estamos tocando el fondo de pensiones, el fondo de reptiles, el fondo de inversiones sin escrúpulos. Lo más gracioso es que lo hacen por nuestro bien, o tal vez para levantarnos los bienes de una sentada, no ha quedado muy claro; últimamente no se entienden los subtítulos del telediario.

Uno creía que los bancos tenían parné, observen la inocencia financiera, y resulta que el dinero era “fiao” y que la gente se dejó llevar por el ritmo contagioso y se quedaron cortos los niños de antaño que poblaban las calles de enormes huchas petitorias para mayor gloria de la compasión y la caridad y los rifles Winchester cargados de futuro.

Uno creía que las cosas se arreglaban hablando, a piñas o con un buen disparo en la pierna.

Mira, el fondo. Los tropecientos millones correspondientes al sudor frío de los futuros pensionistas bailan una siniestra pieza decadente en el casino de los sinvergüenzas que nos han buscado la ruina. La culpa es del cha cha cha, por supuesto, pero la gente no parece tonta -no, qué va- y tiene un pálpito: si los ricos no se arrojan al vacío desde el puente del fracaso, no hay crisis. ¡Señores, suicídense un rato! Hagan al menos el paripé, disimulen, que la gente se está hartando y va a pedir la devolución del precio de la entrada de esta catástrofe mayor.

Poesía para el pobre. Poesía urgente y necesaria. Gritos en el cielo y revancha a ras de suelo.

Vistos para sentencia, alelados por pantallas de diversas hechuras, los extras de esta película de miedo ensayan con medallas de hojalata la solemne función de mañana, terrible protocolo de diamantes en bruto y desfiles satánicos. Lo peorcito de cada casa será condecorado, atentos a sus receptores. Malversadores, mequetrefes, amigos de lo ajeno, prevaricadores, cohechores, trinconcetes y cortadillos, lo más granado de la ciudad. Preparen sus flashes para inmortalizar el instante, aplaudan en defensa propia, dejen propina en la puerta, confiesen sus pecados en el fotomatón.

Mientras tanto, en mundos lejanos, la gente diferente acude a votar si quieren una renta básica o si eliminan las prebendas de comedores y senadores. Otros mundos. Aquí vivimos del cuento de la clase política, sindical y empresarial; de las rentas trágicas y del postureo, del aire apoltronado y de una familia realmente patética. Seis millones de apalancados practican el relaxing arriando la carná los mondays al sol in the river con su prestigiosa madre de usted, como se llame. Aquí nunca pasa ná.

Recuerden: el caso Malaya nació para mancharle la cara a los señores del trapicheo mayor entre Málaga y Ayamonte. ¿No te gusta la sentencia? Búscate otra cofradía, qué sé yo, la del dolor, y afíliate a la penitencia de moda, la prestidigitación de la dignidad y la distracción del dinero ajeno y el tráfico de malas compañías. Nada comparado con lo que vendrá.

Estamos tocando el fondo. Ya sabemos dónde metieron las llaves los que nos dieron el matarile.

Posdata: no se admiten bromas, ni juegos de palabras, sobre el verdadero drama de la vida y la muerte. En Lampedusa hemos tocado el fondo de la soberbia y el cinismo de los nuevos ricos pobres de espíritu de la vieja Europa. Vergüenza de Europa.

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