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Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar

Alegoría de la fatiga pandémica

Altar extraordinario para la Semana Santa 2021 / HDAD.ESPERANZA DE TRIANA

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La liturgia de la Semana Santa sin Semana Santa que ha inundado las calles es una alegoría muy sensorial de la famosa fatiga pandémica que ha definido la Organización Mundial de la Salud (OMS). Días ayunos de pasos, pero con el júbilo intacto del gentío que se ha lanzado a celebrar el estallido de la primavera, cuan alegres zombis transitando sobre la memoria. Nada de vivencias para adentro, penitencia interiores y oraciones calladas, como habían prescrito las plumas capillitas. Incluso con el sujeto del ritual ausente (las cofradías), el tumulto se ha hecho carne en los mismos recorridos, con los atuendos de manual y en los bares de siempre. Quizás el desgaste de un año de desconcierto lleve a repetir de alguna manera los actos que constituyen la existencia íntima de cada uno. El mono de normalidad es muy fuerte, casi irresistible.

El cansancio es evidente. La prudencia decae y, como ocurre con la política y su fanática hinchada, las llamadas a la contención se destacan o silencian según quienes integren las multitudes que se saltan las restricciones imprescindibles para frenar la Covid. Desde que empezó la pandemia, nunca se habían visto tal cantidad de aglomeraciones, aunque, paradójicamente, apenas bulle el escándalo, al menos no el que hubo en los prolegómenos del 8-M. Este es otro indicio de la fatiga: muy pocos se esfuerzan en sacudirse la toxicidad de los sectarismos y tratan de buscar una zona templada desde la que razonar, en la que sobrevivan los matices y se deseche la brocha gorda. La sensación de provisionalidad y los vaticinios amenazadores han hecho mella en el cuerpo individual y en el cuerpo social: agotamiento, ansiedad, exasperación.

Entiendo muy bien que en momentos tan confusos se recurra a la costumbre como un asidero. Los manuales de psicología explican que las personas nos sentimos más seguras cuando nuestras vidas son predecibles, una aspiración inalcanzable en la época en la que vivimos, con las certezas sociales y económicas hechas añicos en la anterior crisis, y la demostración reciente de que el mundo puede venirse abajo por un fatídico efecto mariposa en forma de virus letal. La rutina es un refugio si el equilibrio se escurre entre los dedos. En un libro que leí cuando mi hija era pequeña sobre cómo lograr establecer un horario para el sueño, el consejo era mantener siempre una rutina porque los niños ordenan el tiempo en virtud de los acontecimientos que le van sucediendo, y así adquieren una mejor comprensión del entorno y confianza sí mismos.

Algo de esto debe haber en este extraño festejo de una Semana Santa sin procesiones en el que los elementos que las rodean pululan atolondradamente como si nadie hubiera advertido el vacío de pasos y nazarenos. Seguir los usos, las pautas, el hilo del recuerdo para retener una pizca de sosiego. Más allá de las evidentes ganas de divertirse, de la necesidad de un descanso psicológico, de desconectar, de hacer un paréntesis de la inercia malhadada y ceniza, gravita también la urgencia de regresar allí donde están nuestras referencias: las emociones, la familia, la realidad confortable donde habitábamos y donde nos reconocemos. Sin embargo, por muy comprensible y humano que resulte esta vuelta a lo que solía ser firme e irrompible, el peligro de contagio persiste y nada justifica descuidar la cautela. Hay vidas de por medio. Y también circulan decenas de listados para superar la fatiga pandémica, que recomiendan casualmente la rutina. Vale para todo. Paciencia.

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