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En el país de los tuertos, Andalucía invisible

El debate a cuatro fue seguido por 10,5 millones de espectadores

María Iglesias

Terminado el único debate de los cuatro candidatos a la presidencia del Gobierno, algunas cuestiones, pocas, quedan claras: estos son los líderes y los temas en la palestra. Y Andalucía es invisible.

Se puede replicar que tan transparente como todas las comunidades excepto Cataluña, el País Vasco, y Galicia, de refilón, metida en el saco de estas dos. Y Madrid, claro. Consuelo de tontos. Encima de ignorados, apaleados pues la única alusión llega con el sintagma “EREs de Andalucía” que mancha a toda la comunidad por la corrupción de una parte.

Parece un detalle, pero es sintomático. No se ha hablado casi nada de nosotros, la ciudadanía, y nuestras necesidades, problemas y expectativas, propuestas. No ha habido contraste de ideas. Ni debate en sí. El show televisivo estaba tan rígidamente montado, tan plegado a las exigencias de los partidos, que ha sido imposible que los cuatro aspirantes dialogasen con autenticidad. Han recitado sus monólogos sucesivos. Como en un Club de la comedia sin gracia. Recurriendo cada cual a su mantea, igual que hacían los humoristas del “Un dos tres” para que se nos metieran latiguillos en la cabeza:

Rajoy ha elegido que el PP creará, si gobierna, dos millones de empleos.

Sánchez ha querido denunciar la pinza del PP y Podemos que le impidió gobernar.

Albert Rivera ha azuzado el miedo a que el lobo con piel de cordero de Unidos-Podemos nos saque del euro o nos arrastre al desastre griego. 

E Iglesias se ha decidido por el “Pedro, te equivocas el adversario, no somos nosotros, es el PP”. Un punto sobreactuado en el rictus de dolor con el susurro a cámara mientras Sánchez le criticaba.

Lo más vivo de este debate disecado -en el que tristemente la Academia de la TV ha hecho de taxidermista- ha llegado al final del primer bloque, el económico. El breve instante arrancó cuando Pablo Iglesias reclamó unos segundos para decir a Rajoy algo así como: “Cuenta usted con un escudero esta noche pero espero que entre los dos no tengan apoyos suficientes para gobernar el tras el 26-J”. Entonces Ana Blanco, rauda, ofreció opción de réplica al Presidente pero, ¡oh sorpresa, le pilló con el pie cambiado! Sin nada preparado para este imprevisto, casi se le escapa su: “¿Y la europea?”. En su lugar, un balbuceo. Y, acto seguido la magistral lección de: “A estos debates hay que traerse los temas estudiados, no se viene a hacer prácticas”. ¡Ay, el subconsciente!

Si la vida no fuera un continuo proceso de amaestramiento, si quienes llegan a las más altas responsabilidades lo hicieran gracias a comunicar sin tapujos su criterio, si Pablo Iglesias hubiera empezado el debate desperdiciando segundos en aclarar que no le gusta que este programa de TV se titule El debate de los líderes porque Podemos es un movimiento nacido contra los liderazgos personalistas, las estructuras jerárquicas, polvos de la Transición que han creado el actual fango... ¡Qué auténticos y vibrantes podrían ser los debates! ¡Qué vivos se sentirían los participantes y nosotros escuchándoles! 

Pero es una opción irreal. Todos lo saben. Hay que resignarse, contenerse, controlar; más que salir a ganar, perder lo mínimo. Gustar a la mayoría implica ser lo más neutros posibles, lo más tibios. ¿Anodinos?

El riesgo existe, pero Rajoy es la prueba de que ello no es necesariamente negativo. Él ganó las elecciones en diciembre y sigue siendo el favorito según todas las encuestas. Él gobernará si el PSOE se inclina por la gran coalición, opción que Pedro Sánchez ha evitado disipar.

Mariano Rajoy, que no mira a sus contendientes ni cuando le interpelan directamente. Un hombre que no aguanta la mirada ni cuando habla a cámara. Él es quien recaba la mayor confianza ciudadana. Teniendo esto en cuenta, los debates tienen aún mucho margen para degenerar. Puede que llegue el día en que ninguno de los tres, cuatro o cinco candidatos levante la vista de sus papeles, no sea que un atisbo de idea propia o inteligencia les atraviese el iris y les delate ante los votantes. 

Ese día no parece lejano y, salvo que los andaluces hagamos algo por evitarlo, yo diría que tampoco entonces se hablará de esta insignificante Andalucía, que apenas supera en población a la mitad de los 28 países de la Unión Europea.

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