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¿Por quién doblan las campanas en violencia de género?

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Miguel Lorente

El sonido de las campanas ha acompañado a la historia de los pueblos de España más allá del tiempo, su tañido ha llegado a ser parte de la identidad de muchos lugares que vivían con el oído puesto en el cielo en espera de una advertencia o una amenaza, después de que la vida y la desesperanza les hubiera hecho apartar la mirada de las alturas. Antes de que hubiera redes sociales, teléfonos y otros medios, ya existían las campanas para dar noticia de algunos sucesos y acontecimientos.

Estos días, de alguna manera, han vuelto a sonar las campanas cuando el Secretario General del PSOE, Pedro Sánchez, ha propuesto que las mujeres asesinadas por violencia de género reciban su último adiós en funerales de Estado. Su propuesta ha levantado las críticas de quienes no quieren oír hablar de la violencia de género en ningún caso, y de quienes no quieren hablar de muerte al referirnos a la violencia que ejercen los hombres sobre las mujeres. Las dos reacciones son comprensibles, pero su significado es muy diferente.

Las primeras críticas parten de un sector de la sociedad, hoy caracterizado por ese posmachismo que trata de confundirlo todo para que no se haga nada que suponga avanzar en la erradicación de esta violencia, y de ese modo mantener las referencias tradicionales y la sumisión de las mujeres a los dictados y a la figura de los hombres. En este caso, cualquier medida que tome como referencia la violencia de género será cuestionada, y si además busca como objetivo destacar la gravedad de su significado y exigir un mayor posicionamiento con las víctimas, aún lo será más.

El resto de críticas surgen del sector opuesto, de la parte de la sociedad que trabaja y lucha contra la violencia de género, y que en todo momento está al lado de las mujeres que la sufren. Su experiencia es lo suficientemente dura y dolorosa en la ausencia de medios, y las pisadas de la muerte se escuchan tan frecuentemente en la proximidad de sus vidas, que les resulta imposible no cuestionar una medida que se sitúa directamente en ese momento de después que con tanto esfuerzo tratan de evitar.

Ante esta realidad a conclusión es clara: la propuesta de Pedro Sánchez, de entrada, ha sido inoportuna.

Y digo que “de entrada” e “inoportuna”, porque se trata de una medida que tiene su momento y su función.

La inoportunidad se produce al ser una de las primeras medidas concretas que se proponen desde su nuevo equipo; es cierto que ha estado muy activo en las exigencias hechas al Gobierno tras un verano tan dramático, y ante la intención de cambiar la Ley Integral para llevarla al ámbito de lo doméstico y, de ese modo, apartarla del social; pero hasta ahora no se habían conocido muchas medidas nuevas para contribuir a esa erradicación iniciada con otras medidas socialistas.

Hablar de lo que se hará tras el homicidio de las mujeres sin decir antes lo que llevará a cabo para que este no ocurra, y que sus vidas transcurran libres de violencia y en plenitud de derechos y oportunidades, no es la mejor entrada y resulta inoportuno. Además, cae en la idea de la violencia de género, y del homicidio dentro de ella, como algo “irremediable”, idea extendida en la sociedad, hasta el punto de que en el último estudio sobre violencia de género llevado a cabo por el CIS en noviembre de 2012, un 5’3% de la población la considera explícitamente como algo “inevitable”.

Ahora bien, inoportuno en su planteamiento y en el momento no quiere decir que sea una medida inadecuada, ni que sea incompatible con la puesta en marcha de otras iniciativas para evitar la violencia y los homicidios.

Los homicidios que llevan a cabo los hombres contra las mujeres con quienes comparten o hayan compartido una relación necesitan una respuesta mucho más contundente por parte de la sociedad, de las instituciones y del Gobierno, sobre todo en un momento en que el silencio ha vuelto a ganar terreno y en el que, incluso, cada vez se oyen más voces, especialmente en las redes sociales, pero también en la vida pública, que justifican de una forma u otra estos asesinatos, o que los sitúan directamente en esa idea de “inevitables”; actitudes, ambas, que contribuyen a su continuidad.

La presencia del Gobierno y de las instituciones en los funerales o en los actos de despedida a las mujeres asesinadas no sólo supone el acompañamiento a las familias y personas cercanas, sino que, por un lado, es la representación del claro y rotundo posicionamiento del Estado y de toda la sociedad con las mujeres que sufren la violencia de género, y con los valores democráticos que tienen la Igualdad como uno de sus pilares. Y por otro, el claro rechazo contra los agresores y asesinos que la ejercen, y contra quienes desde el posmachismo atacan todos los avances e instrumentos para erradicarla, pero también contra quienes hacen de su silencio y distancia una excusa para mantenerse al margen del necesario cambio social a favor de la Igualdad.

Por desgracia, este posicionamiento institucional aún es necesario, como lo eran en los funerales de las víctimas del terrorismo o de los soldados que fallecen en distintas misiones. Lo ideal y lo que todo el mundo quiere es que no se tengan que celebrar esos funerales, pero cuando se hacen hay un claro posicionamiento del Gobierno y de las instituciones a favor de lo que se defiende como bien común, y en contra de quienes quieren impedirlo o arrebatárselo a la sociedad. Y hoy por hoy, ese posicionamiento no existe en violencia de género e, incluso, se puede llegar a dudar, a raíz de algunas medidas propuestas y de los recortes en determinadas materias, de que realmente exista una apuesta firme por la Igualdad, que es la forma de erradicar definitivamente y del todo la violencia de género.

Una violencia cargada de mitos, prejuicios, valores, tradición, “normalidad injusta”… requiere de elementos simbólicos que rompan con el significado y las justificaciones que históricamente la han acompañado, de ahí que este tipo de propuestas, bien encauzadas y como parte de una acción integral, tengan mucho sentido.

Las campanas en violencia de género deben doblar, sí; pero deben hacerlo por el machismo que aún permanece, por los valores que lo justifican, por las ideas que hablan de sumisión de las mujeres y las consideran como incapaces… todo ello debe desaparecer de una sociedad democrática y ser enterrado definitivamente en el tiempo pasado. Ese día, cuando suenen las campanas por la pérdida de la desigualdad, aunque muchos interpretarán su tañido como un doblado triste, la mayor parte de la sociedad lo vivirá como un repique alegre y luminoso.

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