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Evolución de la agricultura en España en las últimas décadas y conflicto actual

Agricultores y tractores en una manifestación durante la décima jornada de protestas de los tractores en las carreteras, a 15 de febrero de 2024.

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El origen de la Comunidad Económica Europea estableció como prioridades el aumento de la productividad agraria, la mejora del nivel de vida de los agricultores y unos precios razonables para los consumidores. Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa prometió “no volver a pasar hambre” y lo cumplió. Mientras que en 1950 un hogar europeo medio gastaba el 50% de sus ingresos en alimentos, en 1990 ese porcentaje se redujo al 15%.

Lo que están haciendo los agricultores de media Europa pone en marcha la campaña de las europeas cuando faltan menos de cuatro meses para votar. No son manifestantes cualesquiera. Tienen una gran capacidad de poner los países patas arriba al paralizar carreteras, puertos… Proporcionalmente son pocos, pero influyen mucho en la economía.

No piden todos lo mismo, aunque han visto una ventana de oportunidad para explicar su problema común: por un lado, la Unión Europea (UE) les pide ser más sostenibles con el medio ambiente y, por otro, que sean más competitivos y produzcan cada vez más barato. Eso solo pueden hacerlo si asumen ellos la subida de precios y la competencia con los productos que vienen de fuera sin pasar por los mismos controles. Es decir, perdiendo dinero.

Aprovechando el momento electoral, la ultraderecha populista trata de capitalizar la situación. La AfD alemana, el RN francés, Ley y Justicia en Polonia o Vox en España claman contra el “dogmatismo ambiental” –una expresión que también usa el Partido Popular en España-, los ardores normativos de Bruselas, el radicalismo ecologista o la ecología punitiva. Buscan frenar todo lo posible la agenda medioambiental, tienen mucho peso en el campo y son euroescépticos. En sus críticas a la supuesta asfixia que provoca la UE al campo, obvian que un tercio del presupuesto europeo se destina a agricultura.

Algunas cifras: casi la mitad del territorio español, unos 24 millones de hectáreas, es considerada superficie agraria útil. El 76% de la superficie trabajada se dedica al cultivo de secano (que no tiene sistemas de riego), y el resto al regadío (24%).

El censo agrario de 2020 estimó que hay unas 900.000 explotaciones agrarias, de las que unos 660.000 titulares son perceptores de ayudas europeas. Se trata de un sector muy fragmentado, con más de la mitad de ellas muy pequeñas, de menos de 5 hectáreas. Está, además masculinizado, con 7 de cada 10 jefes de explotación hombres, que suelen tener una formación basada en la experiencia práctica y edad avanzada (menos del 4% tiene menos de 35 años y los mayores de 65 años suponen el 41%).

En España, 630.000 agricultores y ganaderos tendrán acceso a más de 38.600 millones de euros en ayudas de apoyo a los ingresos, 12.110 millones en desarrollo rural y 3.170 millones en medidas de mercado. 

El 36% de los pequeños agricultores reciben menos de 1.250 euros anuales. Las explotaciones más pequeñas son las más vulnerables.

La agricultura representa el 2,3% del PIB de España, por debajo de la construcción (6%), y muy lejos de la industria (16%) o los servicios (75%).

Igual que en el resto de sectores y en la vida diaria, los costes de producción en el campo han subido. De media, los precios que pagan los agricultores son hoy un 20% más altos que en 2019, empujados sobre todo por la gasolina y los productos para proteger los cultivos de plagas y enfermedades. Fueron aún mayores en 2022, cuando se disparó el precio de la electricidad.

Si bien las cifras absolutas colocan a España a la cabeza de la UE por producción, la productividad del trabajo agrícola español está por debajo de la media europea. 

Desde mediados del siglo XX las áreas productivas se incorporaron a un mercado de amplio radio y dinámico, pasando de producir para un mercado local a producir para un mercado nacional e internacional. Este cambio productivo implicó, por un lado, el abandono y marginación de amplias áreas de montaña o poco productivas y el éxodo de sus gentes hacia zona industriales y, por otro, la intensificación y mecanización de las restantes zona agrarias. Es a partir de los años 50 cuando se empiezan a ver los primeros tractores, nuevas variedades mejoradas, nuevos planes de regadío, uso de nitrógeno sintético como fertilizante… permitiendo mayor rendimiento de los cultivos. 

A finales de los años 50 y principio de los sesenta… Por entonces el campo español era el hermano rico de la economía española, España era un país agrícola, la industria era escasa y el turismo nulo.

De la noche a la mañana entró la tecnología, máquinas segadoras, cosechadoras, tractores, etc. y acabaron poco a poco con los obreros del campo, esto dio lugar a que miles y miles de trabajadores cogieran su maleta de tabla y se fueran a amasar pan para otras tierras, bien al extranjero o a las regiones españolas donde había trabajo, Cataluña, Euskadi, País Valencia, etc.

Avanzados los años 50, se producirá una crisis de la sociedad agraria tradicional, consecuencia del fuerte éxodo migratorio y de la elevación de los salarios como consecuencia del descenso de población activa agrícola. Se cifran entre 1,4 y 1,8 millones el número de andaluces emigrados fuera de la región entre 1950 y 1970, y en 500.000 los jornaleros que aún permanecían en el campo andaluz en esa fecha. 

Los grandes latifundios, lejos de perder, aún ganaron más. Perdieron los trabajadores y los pequeños agricultores que no podían competir con herramientas rudimentarias a las poderosas máquinas de los terratenientes, motivo por el cual el campo se empezó a despoblar y solo funcionaban las grandes empresas agrícolas y ganaderas…hasta llegar a día de hoy donde las grandes empresas agrícolas representan más del 60% y los pequeños agricultores poco más de un 4%. 

El 1 de enero de 1986 España se unió a la Unión Europea y al campo le llovían millones de subvenciones, estos dineros iban destinados en parte a la industrialización y modernización del campo, pero como siempre y por siempre, quien se lleva la tajada de estas subvenciones eran los grandes propietarios, y muchos de ellos se acostumbraron a lo bueno, bonito y barato que era tener un campo para ganar dinero sin pegarle un palo al agua.

Ahora los tractores han salido a la calle no solo en España, sino en varios países europeos y uno se confunde si estas manifestaciones son políticas o reivindicativas…pero en esto no me voy a meter, entre otras cosas porque no lo tengo claro que la derecha, trata de sacarle jugo a este problema.

He visto en televisión un ejemplo que lo dice todo, un kilo de limones se lo pagan al propietario agrícola a 20 céntimos y se vende en el mercado a 1,98 euros, esta es la madre del cordero. Si antes entró la tecnología y acabó con los trabajadores del campo, ahora entran los intermediarios y acabarán con el campo que queda sino se frena esta injusticia.

Añoro aquellos tiempos donde los hortelanos, por mencionar este colectivo como podía hacerlo con otros, tenían sus huertas alrededor de los pueblos y una hora o dos antes de recolectarlos para llevarlos a las plazas los vendían directamente al consumidor, el labrador los podía vender a 75 céntimos con lo cual ganaba él y el consumidor, pero como eso ya no es factible por la burocracia empleada alrededor del campo, uno se tiene que preguntar dónde va a parar la diferencia que hay entre los 20 céntimos y el 1,98 € fácil, en una serie de intermediarios que se llevan la tajada.

Ante esta situación solo procede ponerle al precio del kilo de limón que vende el agricultor a un precio razonable por el cual obtenga unos beneficios que le sean rentables, a la vez, que fijar el precio en la tienda, plaza o grandes superficies, lo equivalente y razonable para que no sea el consumidor quien pague los platos rotos y les llene los bolsillos a todos menos al que debía de llenárselo, al agricultor. Este ejemplo vale para la ganadería y todos los derivados que tiene el campo. Mientras no se controle el precio en origen con el precio final, el campo se muere.  

Meter a todos los agricultores en el mismo saco no es ni medianamente razonable, si hay más de un 60% de grandes latifundios y un 4% de pequeños agricultores, las compensaciones que se destinan al campo son para los primeros, ya que los segundos no les llega ni la calderilla, con esto quiero decir que no todos los que salen a reivindicar los problemas del campo tienen los mismos compromisos y situaciones, así que hay que tener mucho cuidado de no caer en manifestaciones políticas orquestadas, ya que tanto Vox como el PP dan por hecho que esas algaradas tractoristas ellos las apoyan…y ya sabemos que es lo que pretenden las derechas en estos casos.

Es necesario llevar a cabo campañas de sensibilización para reconocer la importancia del sector agrario, destacando su papel esencial en la sociedad y la economía.

Reivindicar siempre que uno tenga razón para hacerlo, mezclar política con los derechos exclusivos de los trabajadores, es perder la razón de sus justas reivindicaciones.

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