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Gibraltar, una mijita de por favor

Imagen de archivo de un encuentro entre el ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares (derecha), y su homólogo británico, James Cleverly (izquierda)

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Tres años después de los acuerdos de Nochevieja, los yanis y los del Campo están a verlas venir. La Verja es un laberinto de pasiones: colas de hasta dos horas, para entrar o para salir del Peñón, porque Schengen es mucho Schengen y las negociaciones para sacar adelante un Tratado que acabe con dicha pesadilla siguen empantanadas en las “líneas rojas” de la soberanía; cuando la principal soberanía que debiera importar es la de la gente corriente, la de los vecinos separados por una frontera idiota, la de los currantes transfronterizos –en su mayoría españoles, 10.000— que ven ampliada insólitamente así su jornada laboral, la de los turistas que, después de la experiencia dejarán seguramente de serlo, la de los empresarios –que también los hay-- y la de los gibraltareños que quieran cruzar a pasar el weekend en Sotogrande o en El Corte Inglés, por ejemplo.

En los altos despachos de Londres, de Madrid o de Bruselas, se sigue debatiendo su futuro, sin que haya luz verde, fumata blanca o como quieran llamarle: España quiere cobrarse en parte la pieza del aeropuerto, levantado sobre el istmo que unos señores con casaca y pelucones se repartieron en la ciudad holandesa de Utrecht cuando amanecía el siglo XVIII. Esa es la cuestión, que la población civil de la zona –española o británica—no lleva tres años, sino tres siglos, sometida a los lamentables resultados de la Guerra de Sucesión.

¿No hay ningún adulto en la habitación que grite “no va más” en esta ruleta cuyas fichas son personas de carne y hueso?

A los patriotas muy patriotas, de uno y de otro signo, les preocupan mucho las patrias, pero muy poco los compatriotas. Los de Vox se llevaron un peñasco de Gibraltar a su sede madrileña, los del Partido Popular, en tiempos de García Margallo, cerraron el Cervantes para que no pudieran aprender español en el territorio que quieren que sea de España. A los tories británicos, les preocupa especialmente que les dejen seguir jugando a la guerra en la base local.  Y al Gobierno y a la oposición de Gibraltar les entran sarpullidos por el cuerpo no vayan a hacerles un Sir Joshua Hassan, que tuvo que dimitir como ministro principal hace treinta y cinco años por firmar el acuerdo sobre el uso conjunto del aeropuerto.

Esto parece una timba de póker: todo o nada. Los diplomáticos se reparten los naipes y cuando parece que la partida está resuelta, envidan y suben las apuestas. ¿No hay ningún adulto en la habitación que grite “no va más” en esta ruleta cuyas fichas son personas de carne y hueso?

Lo importante es que no se convierta en un área de gol en donde la esperanza quede en fuera de juego

En las próximas semanas, el Tratado será o no será. Seguro que ya estarán los gabinetes hilvanando un relato. Y probablemente todos los argumentarios tengan razón: el Palacio de Viana no querrá que los de las fiestas del Ferrero Rocher no reprochen que se ha dejado una oportunidad histórica para poner una pica en Flandes, o en la Focona; el ejecutivo gibraltareño se estará tentando la ropa porque es consciente de que, sea cual sea el acuerdo que se acuerde o se desacuerde, no faltará quien les reproche que hayan sido halcones o botifleres a la manera del soberanismo catalán; y el Reino Unido, a lo de siempre, a que no le den demasiados disgustos, siempre y cuando puedan mantener por el mango la sartén del Peñón. 

Escuchen a los empresarios, a los sindicalistas. No se dejen cegar por el canto de las sirenas del pasado.

La negociación promete un área de prosperidad compartida para la Bahía de Algeciras o la Gibraltar Bay, pero lo importante es que no se convierta en un área de gol en donde la esperanza quede en fuera de juego. Que la ocurrencia gibraltareña de eludir el Brexit abrazando a Schengen evite, al menos, aquel viejo paisaje local de fronteras blindadas, en donde a Mary y a Paco les cueste seguir de novios; donde los niños de Robert y de Concha no puedan ver todas las semanas a sus abuelos paternos porque pueden pasarse el sábado en una cola de coches o que mi amigo Antonio Rodríguez no desista de uno de esos terribles contratos de cero horas en Gibraltar, a pesar de que su propia España no sea capaz de brindarle un empleo mejor que ese.  

Queda poco tiempo, pero queda. Si el 95 por ciento del futuro acuerdo ya está acordado, ¿vamos a tirarlo por la borda por ese diablo que vive en los detalles? Escuchen a los empresarios, a los sindicalistas. No se dejen cegar por el canto de las sirenas del pasado. Señores negociadores, llamen patrás a estos vecinos, que les cuenten cómo se vive de cerca un contencioso, como daños colaterales de las supremas razones de Estado. Tomen un capotí o un drink y pompadlo, brothers, subánle el volumen a la sensatez. Una mijita de por favor con estas criaturas. O si lo prefieren, please, please me, como cantaban los Beatles. Don´t give us the tin, como diría un yanito. 

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