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Una mínima abstención
Ha pasado una semana y el parquet político se mueve, y nos mueve, excepción hecha de Rajoy que sigue en su exitosa parsimonia. Lo que corresponde es que el candidato popular asuma su responsabilidad y se presente ante el jefe del estado con un acuerdo con sus afines ideológicos, la derecha, que los hay, reúna apoyos suficientes, y gane la investidura. En torno a esta operación lógica han surgido decenas de interpretaciones y más aún, cálculos. Pero Rajoy a lo suyo y Pedro Sánchez calla. El más razonable en las filas de los socialistas, al contrario de sus baronías que, cual murga de “regaera”, famosa tropa musical sevillana, desafinan con estridencia.
Los vocalistas e instrumentistas de la murga tratan de desdecir al PSOE, que reiteradamente se ha desgañitado, en campaña y luego del escrutinio, asegurando que no investirá a Rajoy ni dará su apoyo a un eventual gobierno con el PP; lo más coherente escuchado, y mantenido, hasta la fecha, por la dirección de Sánchez. Es, por cierto, una promesa electoral.
La teoría de la abstención abunda, no obstante, poco confiados a la espera del ensoñamiento canario de un Quevedo hipotéticamente a la fuga, puente de plata incluido por su coalición nodriza. Dentro de la extendida teoría de los que se consideran muy responsables y hombres de estado, Guillermo Fernández Vara, ha lanzado una nueva variante: la abstención mínima. Una versión parlamentaria del ya famoso un poquito de por favor.
Pero parece que la posición de Sánchez es firme, tanto que, incluso, ha recomendado al PP que se entienda con los nacionalistas, hasta ayer mismo, apestados de la arena política española, por separatistas, por rompedores de la España constitucional. Ojo, que a esta pérdida de Pantone de las líneas rojas argumentales, hasta el presente, de la formación socialista, hay que añadir el giro, sobre sí mismo, del PSC, dispuesto ahora a una consulta catalana, si no prospera, algo obvio, una reforma constitucional de tipo federal, improbable con la actual relación de poder en ambas cámaras parlamentarias, dominadas por los contrarios a una tal reforma.
Desde luego que hay antecedentes de abstención mínima, pero en este caso, tratándose de una investidura, suena raro, sería algo así como un split off socialista, una indisciplina tolerada del voto en el grupo parlamentario, con paripé y pasillo de comedía incluido. Desde luego con antecedentes en la literatura; en la poesía erótica, una suerte de don Juan, don Juan, la puntita nada más que clamaba su amada con misericordia al Tenorio, un metisaca; no me refiero al denostado lenguaje taurino, sino a esa experiencia sexual que dicen los terapeutas del sexo que no satisface ni a uno ni a otro de los partenaires. O un puntazo, si nos referimos a las consecuencias pasivas del lance, es decir, una cornada sin importancia. Lo dudo.
En fin que a la espera de que los politólogos nos alumbren con su ciencia, quizá se trate de una abstención mingitoria. O sea, que en el momento de votar, a sus señorías les sobreviene un cuadro de urgencia urinaria y salen disparados tras las bambalinas del Congreso. Pero esto hay que vestirlo. Debe parecer un accidente. Los llamados al sacrificio deben ser varones, de a partir de cincuenta años y con un PSA que supere el cuatro. Es decir, con la próstata chunga, demostrable ante los servicios médicos de la cámara. Para que funcione, deben hacer lo contrario que Matías Prats, que contaba que no bebía agua, al menos tres horas antes de retransmitir una corrida, para no verse obligado a coger el olivo por los tortuosos vericuetos de los cosos taurinos en medio de una retransmisión. Agua, mucha agua, incluso, yo recomendaría cerveza negra irlandesa, de cuya eficacia diurética doy fe.
Gran ocasión para el fotógrafo Uly Martín que podría pasar a la posteridad e inmortalizar para la ciencia política, en su serie “autoretretes”, el instante de responsabilidad de estado de sus señorías, en tropel en los urinarios del Congreso.
Pero esta operación mínima pueda fallar, es posible que Pedro Sánchez, advertido, someta a sus señorías socialistas a una dieta intensiva de pipas de calabaza y, así, no se meen vivos, y cumplan con sus promesas electorales. Entonces, si falla Rajoy -el PNV ya le ha mandado un aviso-, tocará intentarlo. Y, miren por donde, las líneas rojas de los demonios separatistas se habrán tornado, como parece, en rosa. En ese escenario, con un PSC referendario, y un PSOE convencido de que los nacionalistas y los partidarios de una consulta no son tan malos ni radicales, que cabe un acuerdo territorial provisional, a la espera de una reforma constitucional posible, quién sabe. La paradoja sería que Pedro Sánchez podría estar más cerca de ser presidente de gobierno que nunca.