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Muertes que son nuestras muertes

Imagen de Álex Bolaños que aparece en la portada de 'Cuaderno de urgencias', de Tereixa Constenla.

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“Antes de que te fueras leí muchos libros sobre pérdidas. Buscaba modelos para sobrellevar las mías (...) Se escriben libros así por una cosa y la contraria. Porque se quiere recordar y se quiere olvidar (...) Se escribe para curar y a veces se escribe para seguir sangrando (...)” De este modo explica la periodista Tereixa Constenla el origen de Cuaderno de urgencias (Siruela, 2021), un libro sobre la enfermedad y muerte de su marido, el también periodista Álex Bolaños. Tereixa (Arca, A Estrada, Pontevedra) está dotada con la rara cualidad de llegar al alma y conmover a golpe de sobriedad, serenamente, con la palabra desnuda y exacta. Algo prodigioso. El texto es la suma de muchas cosas (reflexiones sobre el cáncer, el periodismo, biográficas, testimonios de Álex, viajes) cosidas con el hilo conductor de una carta muy larga, una bellísima descripción del dolor y del amor, entre ellos y a la vida. Cuántas ganas de vivir. A menudo me he visto obligada a cerrar sus páginas para no mojarlas con lagrimones como puños. Tereixa y Álex no son para mí personajes lejanos o de ficción, sino compañeros queridos a los que vi crecer profesionalmente, entre risas y enfados, en una redacción llena de alfileres que ya no existe porque se la tragó la reacción centralista a la crisis financiera, que descabezó el periodismo regional y local, mientras que la hinchazón madrileña iba ocupándolo todo.

Cuando Álex falleció a los 47 años el 31 de agosto de 2018, Tereixa compuso a pie de cama una necrológica que será referente por lustros. Durante días estuvo entre lo más visto del periódico y se convirtió en trending topic. “Mi artículo más leído es tu obituario. Ser periodista para esto”, comenta ella con amargo humor. Se conocieron en Sevilla, donde ejercieron casi una década de reporteros y redactores en la Delegación de Andalucía de El País, y allí se enamoraron. Luego se marcharon a la sede central de Madrid y enseguida brillaron con la justicia que merecían: Álex Bolaños desmenuzó como nadie los entresijos de la Gran Recesión y Tereixa Constenla destacó en la sección de Cultura, de la que después fue jefa. Ambos con una escritura impecable. Tuvieron a su hija Elba. Y en 2015 a Tereixa le detectaron un cáncer de mama; entre su tercer y cuarto ciclo de quimio llegó el de páncreas de Alex. “Nos convertimos en enfermos y cuidadores. Nos atrincheramos detrás del amor. Pero el amor no elimina las células tumorales ni sube las defensas”, relata en la contra de su libro Tereixa, que ahora es corresponsal en Lisboa.

Nos convertimos en enfermos y cuidadores. Nos atrincheramos detrás del amor. Pero el amor no elimina las células tumorales ni sube las defensas

Tereixa Constenla Periodista

Cuaderno de urgencias me ha devuelto a una época que tenía archivada en alguna parte de mi memoria. Veo con nitidez a Álex levantarse de la silla a intervalos para hacer estiramientos de espalda, o acarrear pruebas de los cuadernillos patrocinados cuya factura soportaba con un estoicismo admirable. Lo veo atento a cualquier detalle, dispuesto a no perderse ni el vuelo de una mosca, agazapado detrás de la pantalla del ordenador; su amplio jersey marrón por el que le asomaban algunos vellos del pecho, la destreza para desmenuzar temas abstrusos. Inteligente, amable, paciente, bueno. Y oigo sus carcajadas, y el cantarín acento gallego de Tereixa. Y las voces de otros que ya no están tampoco: la voz torrencial de barítono de Santi Fuertes y la carrasposa de Juan Alarcón. También me veo a mí, razonablemente feliz, y al resto de compañeros confiados en el futuro antes de aprender con el ERE la lección de la mutabilidad de las cosas y la levedad de los sueños; la sensación de extrañamiento crónico que se apodera de la vida.

La muerte de Almudena Grandes me sorprendió aún digiriendo Cuaderno de urgencias, que me bebí en poco más de una tarde, pero cuya sucesión de emociones ha estado retumbando semanas. El duelo de la escritora madrileña, que acaba de empezar para fastidio de sus enemigos, ha sido casi general, con artículos hermosos y homenajes sentidos. Pero también agrio por la indiferencia institucional de su comunidad y su ciudad y por gestos de mezquindad que me han dejado perpleja. Aquello de que en España se entierra muy bien ha pasado a mejor vida. El tabú ha desaparecido. Parece que la costumbre de chapotear con los muertos adquirida durante la refriega política de alto voltaje que padecemos, con la pandemia al fondo, ha cuajado y se ha expandido. A veces las redes son charcas biliosas de las que urge escapar. Los libros, sin embargo, nos devuelven a lo esencial, a otras vidas que se cruzaron con las nuestras, a otras muertes que son nuestras muertes. Pronto hará siete años que se nos fue en apenas cinco semanas por un cáncer de pulmón Concha Caballero, la política de Izquierda Unida, articulista y escritora, que era por encima de cualquier cosa mi amiga, un pilar que al faltar dislocó mi estructura y dejó una enorme hondonada. En el catálogo de literatura de pérdidas que cita Tereixa Constenla falta un librito muy breve que compré hace 30 años de Simone de Beauvoir sobre el fallecimiento de su madre, Una muerte muy dulce (Edhasa, 1989). En él escribe una frase que usé para un acto de Concha: “Todos los seres humanos son mortales, pero para todos los seres humanos la muerte es un accidente, porque aunque la conocen y la aceptan, es una violencia indebida”. Acaso el duelo sea sobrellevar esto.

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