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No te quiere

Iceberg del maltrato/ Amnistía Internacional

Ana I. Bernal Triviño

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Dicen que de un iceberg vemos sólo entre una séptima a novena parte de su volumen total. Como cada uno de nosotros, que muestra su mejor rostro al exterior, mientras ocultamos gran parte de lo que somos en verdad.

Como todo en la vida, se repara en lo más visible. Rara es la semana en la que no aparece un titular sobre violaciones o asesinatos machistas. Es noticia cuando se produce el desenlace más trágico. Pero el cómo se llega hasta ahí se pasa de puntillas. En el iceberg de la violencia de género, el asesinato, la violación o el golpe son sólo el eslabón final. Por debajo, hay una dura mole de hielo, que lo sustenta, mucho mayor que la superficie visible, y que constituye el pilar de todo.

Pero nos hemos criado en una sociedad patriarcal, donde muchos de esos componentes quedan relegados al ámbito familiar, a lo cotidiano, a lo privado, a lo habitual entre las parejas, en el “no te metas ahí, que son cosas de ellos”. Y, de generación en generación, se ha asumido como normal lo que no lo es. Por eso, en estos momentos al alza de opiniones que apenas inciden en el por qué de estos hechos tan dramáticos, tal vez hay que empezar por la primera capa de hielo del iceberg.

Vivimos entre los mal llamados micromachismos… ‘Micro’ para quien los ejecuta, no para quien los sufre. Porque con esto ocurre como con la gota Malaya, que de tanto caer y caer, termina por perforar. Y en este caso, perfora por dentro, en la autoestima y en la dignidad. Lo que nos define y nos da forma. Antes de los insultos, amenazas, gritos y abusos vienen otras muchas pequeñas cosas que se acumulan. Esas pequeñas gotas que calan a diario y que te congelan por dentro. Y pronto descubres que te enfrentas, a la deriva, a un iceberg que pretende hundirte.

Si te culpabiliza cada dos por tres, sin fundamento… no te quiere.

Si usa el chantaje emocional y la dependencia… no te quiere.

Si te desprecia o te hace callar… no te quiere.

Si pasa de ti, le hablas y no responde, si te ignora… no te quiere.

Si se ríe de ti, si te desvaloriza y te trata como una persona inferior… no te quiere.

Si te humilla y te hace sentir un cero a la izquierda… no te quiere.

El desgaste psicológico es el primer paso. Y cuidado porque los machistas no lo llevan escrito en la frente ni responden a un perfil. Incluso puede ser que se camuflen de feministas para ganarse tu confianza. Esto también ocurre en entornos virtuales, y no por ello son menores los efectos. Que te trate mal por Whatsapp o un chat de Facebook, devasta de la misma forma la autoestima. También vale para darse cuenta de esas relaciones donde sólo vienen en busca de la conquista, para apuntarse una “victoria”. Y sí. Cuesta. Cuesta la vida misma poner en orden todo lo que se te viene encima. En ver lo que no quieres ver. En sentir lo contrario de lo que sientes. En comprender por qué te hace ese daño una persona a la que quisiste tanto. Pero… las palabras de conquista fueron mentiras. Se las llevó el viento. Sólo fue el disfraz de un momento. Porque quien las pronunció fue una persona que sólo sabía quererse a sí misma y que necesitaba de ti para alimentarse, porque le diste más cariño del que sentías por ti. El reto está en reconocer que ya no es la persona de quien te enamoraste. Él ya no lo es. Echarás de menos. Y podrás llorar. Y patalear contra el mundo de rabia… Hasta comprender que lloras y pataleas por alguien que nunca existió.

El amor romántico que nos enseñaron desde pequeñas nos marcó en la dirección contraria. Antes de decir te quiero, hay que decir me quiero. Porque nadie te va a rescatar, salvo tú.

Y si no lo haces... ¿Qué alternativa queda?

¿Ser infeliz? ¿Sufrir? ¿Pasar los días en una montaña rusa en el que sólo acudas cuando te lo demande? ¿Seguir acumulando los desprecios? ¿Seguir dejando de ser tú, poco a poco, hasta acabar anulada? ¿Avanzar en esas actitudes que sólo tú sufres, hasta que te golpee, viole o te mate?

Nunca hay que morir por nadie. Ni siquiera el hecho de sentirse muerta en vida. No eres propiedad de nadie. No eres su juguete. Hay que tener la obligación de vivir. Y de soltar lo que daña.

Conforme avances… te darás cuenta de todo. Lo verás con más claridad. Y todos estos trocitos pequeños en los que acabaste convertida, se juntarán poco a poco hasta recomponerte. Te volverás a mirar en el espejo y a reconocerte. Volverá a entrar aire en tus pulmones, los mismos que se bloqueaban cuando antes sentías su presencia. Desaparecerán los temblores. Y las pesadillas. El iceberg se deshelará. Sabrás elegir tu rumbo. Pisarás tierra firme. Empezarás a mirar por encima del muro que levantaste para protegerte. Sí, quedarán heridas… pero cicatrizan. Descubrirás que lo vivido no era amor. Y quedará el miedo, pero se le puede mirar de frente, porque el único cobarde es quien recurre a la violencia.

Un buen día serás capaz de reconocerlo. Dirás en voz alta: “No, no me quería”. Y ese día, te empezarás a querer tú. Ese día empezarás a ser tú.

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