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Ruido

Ruidos molestos

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Varias veces al año las calles que rodean mi barrio están en obras. De repente aparecen cuadrillas enviadas por el Ayuntamiento, siempre a cargo de alguna constructora mencionada en los papeles de Bárcenas, y comienzan a destripar las mismas aceras de unos pocos meses atrás. Ocho horas al día el vecindario debe convivir con el estruendo de los enormes martillos neumáticos a causa de unas obras que, en numerosas ocasiones, no tienen absolutamente ningún fin de conservación ni mantenimiento. Son una de las poco imaginativas maneras que el Gobierno de Málaga, igual que el de tantos otros municipios, ha encontrado para crear empleo.

En el caso malagueño no es de extrañar. No me refiero a que una de esas empresas comprometidas en los papeles de Bárcenas sea de matriz malagueña, Sando, sino a que aquí la política medioambiental pasa siempre de refilón. No importa que la disminución de la contaminación acústica suponga uno de los objetivos explícitos de la tan traída y llevada Agenda 21. De hecho, contamos ya más de una década con obras para la construcción del metro, que constantemente sufren retrasos injustificables y arruinan la salud de tantas personas. Las concejalías de movilidad y medio ambiente optan por favorecer el tráfico a motor frente a otros silenciosos, como el de las bicicletas. De hecho, le acaban de dar (o eso intentan) la última estocada al eliminar, directamente, el servicio de alquiler municipal.

Aquí en Málaga ha tenido que llegar un juez que, sobrecogido, en una sentencia que no tiene desperdicio, ha condenado al Gobierno de Francisco de la Torre por el “descaro” con el que ha ignorado el ruido del centro que, desde hace años, impide el descanso a los vecinos.

Hace algún tiempo un concejal del Consistorio dijo que quien quisiera silencio se estableciera en Churriana, un distrito de las afueras en lo que antes era zona rural. Sin embargo, permitió que siguieran operando en el entorno varias canteras ilegales. Así que ni eso.

El ruido, que va camino de convertirse en otra pandemia, paradójicamente silenciosa

Una de cada cinco personas en Europa está expuesta todos los días a niveles de ruido perjudiciales para la salud, principalmente como consecuencia del tráfico, ese que en Málaga no dejan de incentivar. El ruido, de hecho, es en nuestro continente el segundo factor de estrés medioambiental más dañino. En España esto provoca anualmente al menos 1.100 muertes prematuras, 4.100 hospitalizaciones y problemas para dormir a 2,3 millones de personas. Se ha comprobado el aumento significativo de afecciones cardíacas y de procesos de estrés, miedo y ansiedad, así como de digestión, de dolores de cabeza o de inapetencia sexual.

En suma, el ruido genera problemas de salud nada despreciables y, por tanto, carga más el sistema sanitario. La pandemia ha puesto de manifiesto las carencias de nuestro sistema, sobre todo en la atención primaria. Eso explica en buena medida el colapso hospitalario, que la Junta de Andalucía va a agravar con el despido de 8.000 profesionales. Al mismo tiempo ha revelado que la falta de atención a la salud mental obedece a una mirada arcaica, como si cuerpo y mente estuvieran disociados. Que alguien le explique a un enfermo de cáncer que la ansiedad que sufre no tiene nada que ver con el retraso en su tratamiento, por ejemplo.

Lejos de buscar soluciones, algunos gestores incluso sacan pecho. Eso también sucede con el ruido, que va camino de convertirse en otra pandemia, paradójicamente silenciosa. Así, no son pocas las ciudades que repiten el modelo malagueño. El transporte público se convierte en una excentricidad o una opción marginal (y de marginados), sin siquiera aparcamientos en las cabeceras. Se centralizan las ventanillas de la administración pública en un solo punto, en lugar de en los distritos, lo que provoca incesantes desplazamientos. Se legisla contras las bicicletas. Se crea empleo público a golpe de obras. Se limpian las calles, se recoge la basura o se cuidan los jardines con maquinaria ruidosa y a veces a horas intempestivas. Y, de propina, se elige el turismo de borrachera como foco principal de atracción.

Cuando tomemos conciencia de este problema habrá que hacer mucho ruido para que nos escuchen. Esa será la única ocasión, ya lo verán, en que esos gestores guarden silencio. 

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