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La política de producto sostenible europea se hace desde Sevilla

Sede del JRC de Sevilla

Sandro Pozzi

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Han pasado ya 30 años de la Exposición Universal de 1992 en Sevilla. A los taxistas les cuesta identificar la dirección cuando se les pide ir al Word Trade Center. Suelen reconocerlo como el edificio oxidado. Ahí tiene su sede el JRC, las siglas en inglés con las que los funcionarios de la Comisión Europea identifican los Centros de Investigación Conjunta.

Hay otros en Italia (Ispra), Países Bajos (Geel) y Bélgica, donde se encuentra la sede central. El de Sevilla se considera, además, la cuarta mayor delegación del Ejecutivo comunitario fuera de Bruselas, con cerca de 400 funcionarios que representan a los 27 países del bloque europeo. Uno de ellos es Alejandro Villanueva. El nombre no dice gran cosa a cualquiera que no esté en ese mundo. Todo empieza a cambiar cuando se ve su responsabilidad. Villanueva es el jefe de unidad adjunto de Economía Circular. Y cuando explica su trabajo, se entiende la relevancia que tienen en la vida cotidiana las cosas que Europa hace desde la Isla de la Cartuja.

“Aquí se definen los criterios para que un electrodoméstico sea eficiente”

Por hacerlo simple, el equipo de Alejandro Villanueva se encarga de determinar cuándo un electrodoméstico, un grifo, un bote de champú, una puerta, una bombilla, una zapatilla de deporte o unos calcetines se consideran un producto sostenible en toda la UE.

Giorgia Faraca es la investigadora de cosméticos. La política de producto sostenible europea se hace desde Sevilla. Es un proceso de estandarización que, como explica Faraca, empieza mucho antes de que los políticos adopten la decisión final en el Parlamento Europeo que va a dar armonía a la vida diaria de los ciudadanos europeos.

“Imagina un anillo de oro -comenta Villanueva- aquí lo vemos como una especie de mochila ecológica en la que tienes la minería del metal, el refino del metal y la energía para refinarlo”. “Y si quieres ir más allá -continúa- puedes preguntarte si realmente lo necesitas para mostrar amor o si hay otras maneras de hacerlo”.

Ese concepto se aplica a una lavadora. “Lo que intentamos es transformar el mercado”, explica. Eso se consigue con las etiquetas ecológicas, el ecodiseño y las etiquetas energéticas. “Aquí se definen los criterios para que un electrodoméstico sea eficiente”, añade. La idea es motivar la competencia entre fabricantes.

Hay mucho trabajo técnico de fondo detrás del proceso estandarización. Se analiza el mercado, todas las tecnologías disponibles y el impacto económico para así poder calcular hasta dónde llevar la transformación. “El reto está en encontrar el punto de equilibrio convincente que tienes que transmitir con una etiqueta”, afirma.

Los guardianes de la línea roja científica

Como regulador europeo, además, no se puede favorecer a un fabricante respecto a otro. Eso obliga a los científicos en la Cartuja a hacer una labor de abstracción de la tecnología para centrarse, en el caso de una lavadora, en los aspectos técnicos de la eficiencia del lavado, para determinar si el cambio compensa al ciudadano. 

“Al principio de un proyecto no sabemos nada -comenta Villanueva- pero a los dos años te conviertes en Mr. Lavadoras a nivel europeo”. Encontrar ese punto dulce es la esencia del proceso de construcción europea, como dice Faraca. “Nuestro criterio es igual de importante para un ciudadano en Sevilla como en Copenhague”, explica.

También para la industria, porque da la guía para sacar al mercado un producto verde. El hecho de que el JRC esté integrado por científicos y técnicos tan diversos, no solo por su origen, ayuda a encontrar un lugar común en esa mezcla que se llama Europa. “Nos da más herramientas para establecer ese equilibrio”, afirma.

La Comisión Europea es al fin y al cabo un organismo político. Hay países que cuando llega el momento de tomar la decisión defienden a sus ciudadanos y otros a su industria. Los científicos del JCR en Sevilla son conscientes de ese rango. Pero lo que no pueden mover los políticos es la base que se acuerda a nivel técnico. Son los guardianes de la línea roja científica y tecnológica.

Crear una etiqueta ecológica para un cosmético no se hace en seis meses. “Ese logo tiene muchos años de trabajo detrás y horas infinitas de diálogo -comenta la experta- el proceso de buscar siempre el consenso es largo pero robusto, cada fase está muy bien documentada y explicada. Es difícil que haya fallos. No genera dudas”.

7 de abril, fecha clave

La sede del JRC en la Cartuja se abrió en 1994 con una veintena de investigadores. Acoge también equipos especializados en política fiscal e inteligencia artificial entre otros. El plan es construir un nuevo edificio permanente en el solar justo enfrente. El próximo 7 de abril se elegirá el proyecto arquitectónico que le dará vida.

Hay multitud de países por el mundo que utilizan variaciones de la etiqueta de eficiencia energética europea. “El consenso y el diálogo es la manera que tenemos de cohabitar en Europa -concluye Villanueva- es un valor que no todo el mundo aprecia pero es muy admirable y profundo”.

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