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150 años de Antonio y Manuel Machado
Con el recuerdo fresco de la alegría y el entusiasmo que ponía Lucrecia Hevia en todo lo que hacía, y entristecido por la pérdida de su amistad y compañerismo, me pongo a escribir sobre los hermanos Machado ahora que se cumplen 150 años del nacimiento de los poetas sevillanos Manuel y Antonio. En la revista semanal (25 abril-1 de mayo) El cultural, que preside el insigne periodista y académico Luis María Ansón, leí un reportaje de Joaquín Pérez Azaústre sobre Antonio Machado. Se recogen anécdotas sabrosas sobre los hermanos poetas, Manuel y Antonio, a propósito de la exposición Los Machado. Retrato de familia, que se inauguró en octubre de 2024 en Sevilla comisariada por Alfonso Guerra. Luego pasó por Burgos y ahora se exhibe en Madrid, en la RAE, hasta el 29 de junio, con motivo del 150 aniversario del nacimiento de ambos poetas, Manuel (29-8-1874) y Antonio (26-7-1875), en Sevilla. En agosto del año pasado fue el de Manuel, y ahora en julio celebraremos el aniversario de Antonio. Los padres Antonio Machado Álvarez (1848-1893) y Ana Ruiz (1854-1939) tuvieron ocho hijos y sobrevivieron cinco: Manuel, Antonio José, Joaquín y Francisco.
En el referido reportaje se cita una conversación. Manuel le dice a Antonio: “Tu poesía no tiene edad. La mía sí. Tu poesía no tiene tiempo; la mía es hoja caduca”. Y Antonio Machado le responde: “La poesía nunca tiene edad cuando es verdaderamente poesía, y la tuya lo es”. Ambos tenían razón, aunque creo que más razón tenía Manuel si comprobamos la perdurabilidad y la influencia de la poesía de uno y de otro en nuestros días. Manuel Machado tomó posesión el 19 de febrero de 1938 como académico de número de la RAE. Su discurso versó sobre Unos versos, un alma y una época. Le respondió José María Pemán.
Antonio Machado fue nombrado miembro de la RAE en 1927, para ocupar el sillón V. En 1931, escribió el discurso de ingreso ¿Qué es la poesía?, pero no lo llegó a leer. Las circunstancias políticas lo impidieron. El 29 de abril de 2025 el actor José Sacristán leyó, con esa voz y dicción impresionantes que le caracterizan, aquel discurso en la RAE, al inaugurarse la exposición más arriba señalada: “Perdonadme que haya tardado más de cuatro años en presentarme ante vosotros (realmente serían 94 años más tarde de escribirlo). No soy humanista, ni filólogo, ni erudito. Ando muy flojo de latín. Estudié el griego con amor, pero con escaso aprovechamiento... ¿Qué es la poesía? La poesía es el más alto deporte de la inteligencia, pero acaso el más superfluo. La lírica fallece porque nuestro mundo interior se ha empobrecido”.
La poesía de Manuel trató de acercarse al modernismo, aunque en su poesía prima la visión folclorista que heredó de su padre Antonio Machado Álvarez, Demófilo
Manuel Machado compartió piso en París con Rubén Darío y Amado Nervo. Colaboró en revistas: Renacimiento, Revista ibérica... Creó con Antonio obras teatrales: La duquesa de Benamejí, Juan de Mañara, La Lola se va a los puertos. Manuel escribió entre otros poemarios: Alma, Cante hondo, Ars moriendi, Phoenis. La poesía de Manuel trató de acercarse al modernismo, aunque en su poesía prima la visión folclorista que heredó de su padre Antonio Machado Álvarez, Demófilo, escritor, antropólogo y pionero en los estudios sobre el flamenco a finales del siglo XIX.
Manuel dedica poemas a las seguiriyas, soleariyas, alegrías, tonás, sevillanas: “La seguiriya gitana/ es la copla de la noche/ musulmana”. La poesía más famosa de Manuel se la dedicó a Andalucía: “Cádiz, salada claridad./ Granada, agua oculta que llora./ Romana y mora, Córdoba callada./ Málaga, cantaora./ Almería dorada./ Plateado Jaén./ Huelva, la orilla de las tres carabelas./ Y Sevilla”.
Sin embargo, la poesía de Antonio Machado “no tiene tiempo”, como dijo Manuel. No tiene fecha de caducidad, pues brota del alma y conecta con el sentimiento y la emoción del ser humano, en Sevilla, en Soria, en Baeza, en Segovia, en Barcelona, en Buenos Aires, en París, en Nueva York y en otros muchos lugares del mundo de lengua y cultura muy diferentes a la latina. Hay algunos paralelismos entre Manuel y Antonio. En La Saeta de Manuel: “Canción del pueblo andaluz:/ de cómo las golondrinas/ le quitaban las espinas/ al rey del cielo en la cruz”. En Antonio: “Cantar del pueblo andaluz,/ que todas las primaveras/ anda pidiendo escaleras/ para subir a la cruz/”.
Antonio Machado es uno de mis poetas preferidos y más influyentes, pues su verso brota de manantial sereno. Sus sentencias y pensares filosóficos por boca de Juan de Mairena, heterónimo apócrifo utilizado por Antonio, son sencillos y llegan al pueblo: “Nadie es más que nadie”. “Sólo se pierde lo que se guarda, sólo se gana lo que se da”. “La verdad, no tu verdad, y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela”. La alta y excelsa poesía de Antonio Machado, gracias a Joan Manuel Serrat que la cantó y popularizó a los cuatro vientos, ha llegado a millones de almas que tararean las canciones y los poemas de memoria. “Viejos olivos sedientos/ bajo el claro sol del día/, olivares polvorientos/ del campo de Andalucía”. Campos de Castilla, Soledades, galerías y otros poemas.
Queda pendiente visitar Soria y recorrer la ribera del Duero con su curva de ballesta y ver si al olmo viejo, hendido por el rayo, le han vuelto a brotar las verdes hojas
“Mi infancia son recuerdos/ de un patio de Sevilla”. “Y al cabo nada os debo/ debéisme cuanto he escrito./ A mi trabajo acudo, con mi dinero pago/ el traje que me cubre y la mansión que habito,/ el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”. “Estos días azules, este sol de mi infancia”. ¡Qué buen documental Los días azules sobre Antonio Machado ha realizado la sevillana Laura Hojman!
De joven, cuando vivía en Madrid, conecté con la poesía de Antonio Machado. Visité Segovia algunas veces y acudí a la casa-museo donde quedan recuerdos de su estancia en la ciudad, y en la Plaza Mayor, ante el ayuntamiento, recordé aquel 14 de abril de 1931 cuando Antonio izó la bandera tricolor de la República. En Andalucía visité Baeza en varias ocasiones y acudí al instituto donde enseñaba francés. Allí quedan la pizarra, la mesa del maestro y los pupitres donde resonarían los versos de Ronsard y Baudelaire. Visité Collioure y rendí homenaje ante la tumba del poeta que murió en el exilio junto a su madre. Y queda pendiente visitar Soria y recorrer la ribera del Duero con su curva de ballesta y ver si al olmo viejo, hendido por el rayo, le han vuelto a brotar las verdes hojas.
“Y cuando llegue el día del último viaje,/ y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,/ me veréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”. “Caminante no hay camino/, se hace camino al andar”. ¡Gracias, Antonio y Manuel!