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Arabismo y franquismo, una historia silenciada
El pasado 25 de marzo falleció a la edad de 100 años el arabista de origen malagueño Miguel Cruz Hernández. Su carrera académica se desarrolló principalmente en la Universidad de Salamanca, en la que alcanzó en 1950 la Cátedra de Filosofía y Sicología hasta que, en 1976, se trasladó a la Universidad Autónoma de Madrid, donde se jubiló en 1990. El diario El País publicó una necrológica en la que se alude de pasada a los cargos politicos desempeñados por Cruz Hernández durante el franquismo: el texto solo indica que algunos de los mismos ‘no dejan de ser insólitos’ y que Cruz Hernández ‘nunca dio muchos detalles sobre ellos’.
Esos cargos no fueron menores ni anecdóticos. Alcalde de Salamanca (1959-1962), procurador en Cortes y gobernador civil de Albacete (1962-1968). Lejos de lo que parece sugerir la citada reseña, el caso de Cruz Hernández, en realidad, no resulta excepcional. Las conexiones del arabismo español con la dictadura son un tema extraordinariamente complejo hasta ahora no demasiado estudiado. Los arabistas prestaron servicios de diverso tipo al franquismo, un movimiento que desde su origen tuvo el apoyo de la jerarquía de la Iglesia Católica y que se presentó como una Cruzada y una nueva Reconquista de España.
El sacerdote aragonés Miguel Asín Palacios (1871-1944), catedrático de Árabe en la Universidad Central de Madrid y cabeza visible de la disciplina en la época, se encargó de justificar la aparente contradiccion de la presencia de ‘moros’ en una Cruzada como parte de una guerra santa conjunta del islam y el cristianismo contra ateos, rojos y masones (“Por qué lucharon a nuestro lado los musulmanes marroquíes”, 1940).
La Guerra Civil dejó víctimas en el arabismo por ambos lados. Entre los republicanos destaca el caso del salmantino Salvador Vila Hernández (1904-1936), discípulo de Unamuno, segundo director de la Escuela de Estudios Árabes de Granada (sucediendo a Emilio García Gómez) y rector de la Universidad de Granada, fusilado en Víznar con tan solo 32 años. En el lado franquista, el agustino Melchor Martínez Antuña (1889-1936) sufrió idéntico destino en Paracuellos. A ambos se refirió Asín en una carta de junio de 1939 dirigida al célebre químico y matemático belga George Sarton. Su frialdad respecto a Vila, a quien ni siquiera menciona por su nombre, resulta espeluznante: ‘el reducido número de los arabistas españoles se ha reducido todavía más en estos tres años de guerra: el padre agustino del Escorial, Melchor Antuña, fue vilmente asesinado en agosto del año 1936. Algún otro arabista joven ha desaparecido también’.
Junto al propio Asín, procurador en Cortes durante la primera legislatura franquista, sin duda, el arabista que tuvo una mayor implicación directa en la primera etapa de la dictadura fue su principal discípulo, el exseminarista Cándido Ángel González Palencia (1889-1949). Catedrático de Literatura Arábiga Española en la Universidad Central desde 1927 y primer secretario de la Escuela de Estudios Árabes de Madrid, su compromiso con el franquismo le llevó a ejercer como Secretario de la Comisión para la depuración del personal universitario, bajo la presidencia de Antonio de Gregorio Rocasolano. Recientes estudios ponen, asimismo, de manifiesto su frecuente presencia durante esta época en tribunales de oposiciones a cátedras, estando presente en la mayoría de ejercicios de Lengua, Filología Arábiga y Paleografía. No resulta sorprendente que su entierro en 1949 fuese presidido por el Ministro de Educación, Ibáñez Martín, acompañado de la plana mayor del Ministerio.
Cómoda carrera al calor de la dictadura
A pesar de su alto nivel de implicación en la dictadura y de su directa participación en la infame depuración de sus propios compañeros, González Palencia, al igual que Cruz Hernández, fue objeto de complacientes reseñas académicas en las que se omite por completo su activo papel en el ‘atroz desmoche’, como denominó P. Laín Entralgo al proceso que asoló la Universidad española durante décadas. A día de hoy sigue dando nombre a una calle en su localidad natal, Horcajo de Santiago (Cuenca), así como a la Biblioteca Municipal, en lo que parece un flagrante incumplimiento de la Ley de Memoria Histórica.
Los casos citados no agotan el repertorio de arabistas identificados de forma activa con la dictadura. Emilio García Gómez (1905-1995), auténtico cacique del arabismo durante décadas, desempeñó una extensa labor de representación exterior, ostentando a lo largo de once años (1958-1969) la jefatura de las embajadas españolas en Irak, Turquía y El Líbano. Asimismo, José Mª Millás Vallicrosa (1897-1970), originariamente catedrático de Hebreo en la Universidad Central (1927) y posteriormente de Barcelona (1932), donde acumulará la Cátedra de Árabe, ejerció como Consejero Nacional de Educación (1952).
A diferencia de los casos citados, académicos que ya tenían una trayectoria previa antes de la Guerra Civil, el caso de Cruz Hernández es el de quienes se labraron una cómoda carrera al calor de la dictadura. Franco no solo liquidó el proyecto más importante de modernización de la ciencia en España, iniciado en 1907 con la creación de la Junta para la Ampliación de Estudios, sino que laminó la trayectoria de los mejores académicos y científicos españoles de la época, convirtiendo a España en un auténtico paramo durante décadas. Mientras personalidades tan destacadas como Américo Castro (1885-1972) o Claudio Sánchez Albornoz (1893-1984), entre muchos otros, pagaron con la muerte, el exilio o la ruina de sus carreras su público compromiso con la democracia y la República, otros, en cambio, optaron por beneficiarse de la dictadura, gracias a la cual lograron consolidar trayectorias que probablemente habrían sido muy distintas sin ese activo colaboracionismo.
Resulta significativo que, como se indica en la citada necrológica, Cruz Hernández nunca quisiese dar detalles sobre esa parte de su pasado. Su caso, que no tiene nada de insólito, obliga a plantear ciertas reflexiones sobre el mundo académico franquista, y no solo respecto al arabismo. Cruz Hernández fue nombrado en 1995 doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca, ciudad donde sigue teniendo una calle, y el Ayuntamiento de la ciudad emitió un comunicado lamentando su fallecimiento. Lo que sí resulta insólito y, puede que algo peor, es que en pleno siglo XXI determinados logros académicos sigan sirviendo para soslayar sonrojantes vergüenzas políticas.
Alejandro García Sanjuán, Universidad de Huelva.
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