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En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

Desde que los ricos lloran: lo que pasa en parte de la hostelería para Dummies

Responsable de Turismo en UGT-A
Dos camareros trabajando, en una imagen de archivo.

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Desde que los ricos aprendieron a llorar, oh cuánta manipulación y demagogia es necesaria para que la sociedad despierte antes de que sea demasiado tarde.

Dejando claro que hay una parte del sector que ha sufrido mucho, no es lo mismo para todos y la única diferencia está en el saco con el que se afrontaba la situación.

Así que, aprovechando el desastre de los débiles (que los hay), los fuertes se llevan las manos a la cabeza, lloran y gritan por las pérdidas.

A ver... ¿Quién es el pobre? ¿Quién ha perdido más? Los de siempre, la clase trabajadora y los pequeños. Pero ¿Quién llora?. Los ricos y los grandes.

Vamos a explicar esto a lo BARRIO SÉSAMO:

Yo, Don GRAN EMPRESARIO, listo y artista, he aprendido mucho en los últimos años.

En la crisis anterior aprendí que si yo gano cada año 1.000.000 de manzanas más que el anterior, y este año gano solo 900.000, puedo unirme al carro de los que lo han perdido todo o gran parte y sacar todo el provecho del mundo. Basta con denunciar ese no aumento esperado de 100.000 como pérdidas y ya soy una víctima.

También aprendí, a aprovecharme de las consecuencias de los que sí perdieron de otra muy útil manera. Por un lado, apretar al máximo mis recursos: si el trabajo que antes me hacían cinco personas lo puede hacer una excelente (da igual si mejor o peor, pero que se haga); si además, en lugar de contratar a un profesional bajo las condiciones marcadas en el convenio (en cuanto a salarios, jornada, descansos, etc…) contrato a cualquiera de los millones de parados que ha dado la crisis con un contrato temporal, con el que tenga la espada de Damocles de quedarse en la calle sin nada si no me hace lo que le digo, consigo que uno me haga el trabajo de 10 y más manzanas para mi hucha. Apenas tengo la mitad de la plantilla que solía tener, he bajado la calidad de los productos y del servicio que ofrezco. A cambio, he bajado el precio en un céntimo (así puedo quejarme de bajada de precios…). Aprovecho la ocasión, paralelamente, para invertir más, y abro nuevos establecimientos que voy llenando, pero en los que tenía he perdido 10 clientes... Nadie se va a dar cuenta de que aunque haya más turistas, también hay más establecimientos a repartir. Así aprovecho para denunciar bajadas de ocupación.

Me entero de que mis 10 clientes perdidos se han ido a otro sitio. En ningún caso me planteo haber hecho nada malo, la culpa es de otros, los 10 clientes que pierdo no son por ofrecer peores cosas a casi igual precio, o por ofrecer peor servicio al tener menos empleados; la culpa es de una conjunción planetaria aliada en mi contra, de complots judeomasónicos y de la incompetencia de mis empleados.

Mi solución, conforme se me van jubilando mis profesionales, es que por cada tres contratos a una sola persona, con contrato temporal (para que sude), sigo bajando la calidad de lo que ofrezco, pero lo disfrazo y lo sirvo más bonito para que aparente lo que no es, doy una mano de pintura, y le pongo todas las estrellas que pueda a mi establecimiento para hacerlo más llamativo. Pero ¡mi gozo en un pozo! ¡Eso no funciona del todo! Tan solo he conseguido aumentar mis beneficios en 999.000. Algo hay que hacer.

En mi club de grandísimos empresarios, se comenta que Don Grandiosísimo ha conseguido aumentar sus beneficios en 100.000.000 invirtiendo en otras zonas donde se lo han puesto todo en bandeja y además, con la diferencia de nivel de vida del lugar, pagas a 20 trabajadores lo que aquí pretende cobrar uno. Así que como no voy a ser menos, aprovecho la coyuntura, lloro desconsoladamente mis perdidas, aprieto más las tuercas a todos, de mis 50 establecimientos cierro 5 y abro tres en aquel otro lugar idílico, mientras sigo llorando desconsoladamente mi desdicha y aprovecho cualquier ayuda y facilidad que se oferte para los que lo pasan realmente mal.

Y llega la pandemia, y ahora sí, durante unos meses no solo no gano un euro, sino que pierdo realmente algo. Los débiles se hunden, yo tengo la bolsa llena, pero lo estaba y podría estarlo mucho más. Sé que es coyuntural y que yo puedo asumirlo, pero también sé que es mi gran oportunidad. Tengo gran experiencia en beneficiarme del mal ajeno. ¡¡¡Esta vez sí que me van a oír llorar!!!

Y repito la jugada, pero con fuerza y ganas, porque sí que es cierto que he perdido, y sí que es cierto que los débiles han caído. Solo tengo que parecer uno más y sacar todo el partido posible.

Maldita sea… quería hacer como la vez anterior y librarme de cuantos trabajadores fijos pudiese (ojalá pudieran ser todos…), están muy acomodados y cuesta que me echen más de una hora extra gratuita al día, además están muy usados y ya no rinden lo que deberían, apenas me hacen el trabajo de nueve y algunos tienen la desfachatez de enfermar ¡vagos! Necesito gente hambrienta, que haga lo que sea a cambio de nada. ¿Pero dónde está la cola de espera por trabajo? ¡¡¡Dios mío!!!! El llanto se nos ha ido de las manos. Hemos denostado tanto la situación que la cola de buscar trabajo se ha ido a otros sectores en los que no se explota tanto y se ofrece más seguridad. ¿Qué hago ahora? Pues lo único que sé hacer, echar balones fuera y llorar aún más. Y es que ya no hay profesionales, y la gente no quiere trabajar, la culpa nunca es mía, siempre es de los demás que quieren aprovecharse de un pobrecito Don Gran Empresario como yo.

 

 

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