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Un turismo respetuoso es un turismo de calidad (y viceversa)

Esperanza Gómez

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Quien haya visitado recientemente el centro de Málaga habrá observado cómo el número de turistas que inundan sus calles ha crecido exponencialmente, hasta el punto de que un lunes cualquiera de mayo, a las diez de la noche, es difícil encontrar un lugar para cenar o, incluso, espacio suficiente para pasear. Qué decir durante el día.

Hay quien ve esto como la constatación de un modelo de éxito. Una ciudad al servicio de las personas que llegan por tierra, mar y aire, mientras su Gobierno se dedica a contar: cuántos turistas, cuántos días, cuánto dinero.

El turismo contribuye en cerca de un 20% al PIB andaluz. Precisamente por eso, nos parece una frivolidad dejar que sea la mano invisible del mercado la que ordene los efectos de esta actividad económica. A la mano invisible no la ha votado nadie y, si tenemos instituciones, es para que ordenen y regulen la actividad económica. Lo dice la Constitución y lo dice nuestro Estatuto, pero la Consejería de Turismo, Cultura y Deporte de la Junta se empeña es a parecerse más a un stand permanente en FITUR que a un órgano de gobierno. Es como si fuera una empresa permanente de promoción, sin orden ni concierto, ansiosa por abrir nuevos mercados, para que los turistas sigan llegando en masa a Andalucía, pero sin ninguna política de sostenibilidad que equilibre los flujos entre provincias o que haga del turismo una actividad respetuosa con el entorno.

La vida en los cascos históricos de algunas ciudades se hace cada vez más difícil hasta el punto de que se está perdiendo población el centro de Málaga, Sevilla o Granada, en una cuantía nada desdeñable

Andalucía se enfrenta a retos importantes que ponen en riesgo el propio modelo turístico creado. Para empezar, la escasez de agua de nuestra comunidad, agravada por la sequía y por la emergencia climática, pone en cuestión el turismo de los campos de golf y las macro-urbanizaciones. Un modelo tremendamente exigente con nuestro entorno natural, por el que no se ha reparado en nada a la hora de cementar una parte importante de nuestro litoral. Un turismo de sol y playa que ha obviado a las provincias de interior y su belleza monumental, como la de los conjuntos renacentistas de Úbeda y Baeza. El monocultivo de sol y playa se olvida de nuestro potencial turismo de interior, el cultural, el natural, el rural… que serían excelentes complementos y darían vida a esa Andalucía que se vacía y se marchita, como sus servicios públicos.

Pero no sólo ha provocado problemas en nuestro entorno natural. La vida en los cascos históricos de algunas ciudades se hace cada vez más difícil hasta el punto de que se está perdiendo población el centro de Málaga, Sevilla o Granada, en una cuantía nada desdeñable. La gente se marcha de sus barrios a la fuerza, expulsados por un mercado de la vivienda que no atiende a las necesidades de sus vecinos y vecinas, convirtiendo los cascos históricos en un enorme parque de vivienda turística que, además, no está totalmente regulada y regularizada, aunque las distintas Administraciones miren hacia otro lado.

Y ello está provocando un incremento obsceno de los precios de la vivienda en determinadas zonas. No es normal que los precios del alquiler suban a razón de un 20% anual. Al menos, no debería serlo. Pero si son la oferta y la demanda las que ordenan el derecho a la vivienda, primando los intereses económicos de los fondos de inversión, seguiremos perdiendo inmuebles dedicados a la vivienda permanente, en beneficio del uso turístico, que aporta una gran rentabilidad a estos fondos.

El turismo es una de nuestras principales vías de riqueza, por eso hay que cuidarlo y es fundamental el papel de las Administraciones, que deben evitar que muera de éxito, para que su desarrollo respete la calidad de vida de quienes vivimos aquí

¿Cómo se puede solucionar esto? En primer lugar, de manera urgente, paralizando el otorgamiento de nuevas licencias, como ya se ha hecho en algunas ciudades como Palma o Cádiz. En segundo lugar, destapando las viviendas turísticas no regularizadas, que en algunas ciudades andaluzas se estima que pueden suponer hasta el 50% de la oferta. Por último, es necesario legislar para limitar y prevenir que determinadas zonas urbanas tengan tal concentración de viviendas turísticas, de manera que el mercado no se tense y los precios vuelvan a unos niveles aceptables y asequibles para la población local.

En un sentido racional, sería útil repartir las viviendas con fines turísticos por todo el municipio, para evitar el vaciamiento de los centros históricos y para equilibrar los beneficios económicos del turismo por todos los barrios. 

También es necesario apoyar a la hostelería local, la que da identidad, promoviendo una cultura gastronómica que hace de Andalucía uno de los destinos más atractivos del mundo. Los cascos urbanos de las principales ciudades andaluzas empiezan a parecerse sospechosamente. Desaparecen los bares de toda la vida y surgen franquicias internacionales, que ofrecen lo mismo en Córdoba y en Houston, sin ningún atisbo de singularidad. Los turistas dejan de percibir esa singularidad y las personas que habitamos Andalucía perdemos nuestros bares y nuestras tiendas de toda la vida. Díganme quién gana con el cambio.

El turismo es una de nuestras principales vías de riqueza y es por eso que hay que cuidarlo. Para eso es fundamental el papel de las Administraciones y las Instituciones, que deben evitar que se desboque y muera de éxito, para que su desarrollo respete la calidad de vida y el patrimonio natural de quienes viven y pretenden seguir viviendo en esta tierra de forma permanente, y no sólo una semana al año. 

Quien haya visitado recientemente el centro de Málaga habrá observado cómo el número de turistas que inundan sus calles ha crecido exponencialmente, hasta el punto de que un lunes cualquiera de mayo, a las diez de la noche, es difícil encontrar un lugar para cenar o, incluso, espacio suficiente para pasear. Qué decir durante el día.

Hay quien ve esto como la constatación de un modelo de éxito. Una ciudad al servicio de las personas que llegan por tierra, mar y aire, mientras su Gobierno se dedica a contar: cuántos turistas, cuántos días, cuánto dinero.