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El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

La versión más cruda de la desertificación

Chicos en Filingué, comuna urbana de Níger. Wikicommons

Jaime Martínez Valderrama

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Conozco a un tipo que, en plena canícula, en un erial con apenas vestigios de una vegetación calcinada por los cuarenta y pico grados que caen sobre el altiplano de Guadix (Granada), tiene la ocurrencia de ponerse un par de forros polares, a juego con un grueso pantalón de goretex, unos calcetines de lana, un verdugo, un gorro con orejeras, dos guantes y sobre ellos unas recias manoplas de plumas. Sudando como un pollo y limitados sus movimientos por la aparatosa indumentaria, se sienta en una roca, que ni siquiera las lagartijas reclaman, para calzarse unas botas enormes reforzadas en la puntera. No es un lunático. Es una pieza más del endiablado entramado logístico que hemos montado para tener un flujo continuo y variado de alimentos. Es parte de la seguridad alimentaria que hemos diseñado. En cuanto está listo, camina lo más aprisa posible por el secarral, hasta desaparecer en unas instalaciones gigantescas que son una sucesión de sofisticadas naves situadas estratégicamente en un nudo de comunicaciones.

El tipo es ingeniero, especialista en sistemas de refrigeración que han de mantener por debajo de los veinte grados bajo cero la temperatura de esas naves para preservar los ultracongelados que llegan cada mañana a la amplia red de supermercados dependientes de este almacén gigantesco. A pesar de la sequía, tenemos habas congeladas, helados de fresa, y casi cualquier cosa que a uno se le ocurra.

Gracias a las redes de distribución, a los acuerdos de comercio internacionales, a la flota de camiones que lleva mercancías día y noche de aquí para allá (y vuelta), y a que todo esto tiene detrás el apoyo del Estado y el tinglado rinde beneficios, no tememos a las sequías ni a la desertificación, por más que el entorno que rodea a estas grandes naves sea una colección de desagravios a la naturaleza. Al fin y al cabo, montar toda esta seguridad alimentaria no ha salido gratis. La desertificación nos preocupa, pero casi nos incomoda más ir al súper y no encontrar nuestro postre favorito. Tenemos problemas de desertificación, pero nos parecen accesorios. Basta con comprar algo que diga en su etiqueta que con parte de ese dinero plantarán árboles en Sebastopol, para sentirnos satisfechos con nuestra labor por el medioambiente.

En Níger, y en esos países africanos del Sahel, las hambrunas son perpetúas, no coyunturales. Aquí la desertificación tiene su cara más palpable. No es una anécdota. Si no llueve a tiempo es posible que mueras

Ahora me sitúo en Níger. País paupérrimo. Frente al extenso territorio polvoriento, “donde el suelo es más bien arena que revolotea y apenas hay algún arbusto”, el altiplano de Guadix parece un Edén. Níger forma parte del Sahel, esa amplísima región situada al sur del Sahara, entre el Atlántico y el mar Rojo. Cuando se empezó a hablar de desertificación se hizo a consecuencia de la terrible hambruna que sufrieron estos países. Los hechos allí acaecidos entre 1945 y 1968 deben ser considerados un episodio más en la larga historia del impacto humano en el medioambiente marginal del desierto. Si algo los hizo excepcionales es que fueron captados por cámaras de televisión y mostrados a escala planetaria.

Las precipitaciones caídas habían sido mayores de lo habitual durante un tiempo y la población, atraída por la súbita explosión de fertilidad, se había desplazado hacia regiones que hasta entonces solamente habían soportado un precario pastoreo nómada. Establecieron entonces cultivos y rebaños permanentes que vivieron algunos años de prosperidad. Pero la sequía que se inició en 1970 terminó por atrapar a 3 millones de personas entre el desierto del norte y las tradicionales tierras de cultivo, más al sur, cuya población también había aumentado. Como consecuencia de ello, los recursos fueron esquilmados y la fertilidad de la tierra se agotó. Perecieron entre 50.000 y 250.000 personas, mientras que las cabezas de ganado perdidas se contaron por millones. El mundo se estremeció contemplando los noticiarios y la comunidad internacional convocó la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desertificación, celebrada en Nairobi en 1977. Fue el germen de la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, aprobada en la Cumbre de Río de 1992 y adoptada en París el 17 de junio de 1994 (de ahí la efeméride).

En Níger, y en esos países africanos del Sahel, las hambrunas son perpetúas, no coyunturales. Aquí la desertificación tiene su cara más palpable. No es una anécdota. Si no llueve a tiempo es posible que mueras. Lo que está asegurado es pasar hambre unos meses. Obtengo estos detalles de un libro oportuno e irónicamente titulado Contra el cambio, de Martín Caparrós, donde el ecologismo se presenta como la más extrema sofisticación del conservadurismo. Es un punto de vista interesante. En Níger, en el tiempo de la seca “los campesinos no pueden hacer más que esperar que las lluvias lleguen, y que el grano que se guardaron el año pasado les alcance hasta el final de la cosecha: lo segundo casi nunca sucede, lo primero a veces”.

Aquí, como en los países más pobres, la relación entre el alimento y la persona es mucho más directa. Y tiene más aroma de tragedia que de romanticismo

Aquí no vamos a encontrar infraestructuras como las descritas más arriba. Aquí, como en los países más pobres, la relación entre el alimento y la persona es mucho más directa. Y tiene más aroma de tragedia que de romanticismo.  En África, en estos lugares donde la desertificación es un enemigo fehaciente, la meta 15.3, que es la única incluida en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que menciona explícitamente la desertificación, no tiene la misma consideración que en nuestros países. La prioridad es erradicar la pobreza (ODS 1), el hambre (ODS 2), reducir la mortalidad infantil (ODS 3), tener agua (ODS 6), electricidad (ODS 7) y, en definitiva, alcanzar una vida digna. Así que las iniciativas se encaminan a imitar la senda de desarrollo económico de los países desarrollados. Legitimado por nuestro boyante estilo de vida.

Una forma es mejorar su capacidad de almacenamiento para amortiguar las variaciones climáticas; las sequías han empeorado con el cambio climático. Hay que almacenar antes (embalses) y después (graneros) del proceso de producción.

Siguiendo con el ejemplo de Níger, vemos cómo el papel que puede jugar la mujer en estas sociedades es esencial para lidiar con los retos que tienen por delante, con la desertificación. A medida que adquieren margen de maniobra, gracias a la educación (ODS 4) y a que, en consecuencia, se reducen las desigualdades de género (ODS 5) van teniendo éxito humildes iniciativas que salvan vidas. Los bancos cerealeros son una de ellas. Las mujeres se coordinan y comprometen a construir un depósito de grano. Reciben un capital inicial (por parte de ONGSs o el Programa Alimentario Mundial) de cien bolsas de cien kilos de mijo, maíz, arroz. El banco vende o presta pequeñas cantidades de grano a la comunidad en el momento clave: la soudure, la estación del hambre, entre junio y, con suerte (si ha llovido) octubre. Las mujeres se agrupan en comisiones (aunque las decisiones importantes se toman en asambleas generales) y deben “rentabilizar” el depósito: cada año, con los ingresos recibidos, el banco se “capitaliza” comprando más grano para el año siguiente. El banco cerealero de Dalweye, nos cuenta Caparrós, es una construcción de ladrillo sin ventanas, el edificio más sólido del pueblo, y debe ser un símbolo de algo: de las ganas de estas mujeres, de la intervención de ciertas instituciones que completan beneficencia con empoderamiento, de lo poco que se precisa para atajar el hambre.

Mientras que en Europa y España la desertificación se puede abordar desde la contención, en Níger y el Sahel lo que hace falta es desarrollo. El reto es doble, porque si bien la falta de desarrollo lleva a la desertificación, el exceso también

La lucha contra la desertificación en nuestro país es más importante de lo que pueda parecer. A pesar de que nos va bastante bien, lo cierto es que hemos esquilmado nuestros recursos, y seguimos haciéndolo. Hemos silenciado las señales de escasez importando todo tipo de insumos. Si el suministro falla y la relación con el territorio vuelve a ser más directa, seremos consciente de los suelos que hemos degradado y del agua que hemos desperdiciado.

En los países desarrollados, la desertificación se aborda conteniendo modelos de producción tumorales que se van despegando de lo meramente agrario y son más un modelo de negocio. Formas de producir y consumir alimentos que, además del deterioro ambiental, explican buena parte de las enfermedades que sufrimos. Mientras que en Europa y España la desertificación se puede abordar desde la contención, en Níger y el Sahel lo que hace falta es desarrollo. El reto es doble, porque si bien la falta de desarrollo lleva a la desertificación, el exceso también. La tarea no es sencilla y menos en un contexto de un cambio climático que no asegura más que un comportamiento caótico. No lo hicimos bien cuando, hablando en términos de mus, teníamos de primeras dadas tres reyes y un as. Ahora, de segundas dadas, el bagaje es un juego ramplón, con una pareja de sotas. No son muy buenas cartas, pero con esto hay que ganar la partida. 

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El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

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