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Cartas desde prisión: el canto a la libertad de las cárceles franquistas

La autora de 'Cartas presas', Verónica Sierra Blas. |

Juan Miguel Baquero

El sostén represor del régimen franquista tuvo un claro exponente en sus cárceles. Las rejas como perfecta mordaza. Un viaje del miedo al silencio que dejó huellas de resistencia. Es la historia cautiva que rescata el libro Cartas presas, sobre ‘la memoria carcelaria en la guerra civil y el franquismo’ (editorial Marcial Pons), de Verónica Sierra Blas, doctora en Historia y profesora en la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid).

En “una España convertida toda en una cárcel”, dice la autora, “las cartas de los presos cuentan esa otra historia del franquismo”. Es la queja contenida, y la memoria silente, acabando libres. La palabra “como testimonio, registro y narración”.

Cartas presas ha sido “cocinado a fuego lento”. Siete años de trabajo sobre una selección de 1.500 cartas en registros públicos y privados. Del Archivo Histórico Nacional o el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca a misivas guardadas en los ficheros de la Fundación Nacional Francisco Franco o del Partido Comunista de España. Y “lo que había en las casas”, la memoria particular, “que son una fuente clave”.

El drama de la represión definido en “tres tipologías” de mensajes. Los más “significativos del ámbito carcelario”, cuenta. Familiares, “por supuesto”. Administrativas, “con súplicas, peticiones, instancias… que eran una forma más de sumisión”. O las “cartas en capilla” como paradigma de la resistencia humana: “sirven de preparación para la muerte, para consolar a los que quedan y para reivindicar ideas”.

Memoria viva en una carta enmarcada

Desde el golpe de Estado de 1936 al final de la dictadura en 1975, “miles de españoles de todo género, clase social e ideología fueron privados de su libertad en una represión tan sistemática como indiscriminada”. En mitad de la “desposesión más absoluta y el sometimiento más cruel”, la escritura de cartas se convirtió para los prisioneros “en el remedio principal para combatir la soledad, el aislamiento o el terror”.

La “terapia más eficaz” para superar “las extremas y complejas situaciones de la vida en cautividad”. Y un instrumento “para salvaguardar la identidad”. Como el drama, que saltaba los muros para azotar a las familias de los presos, lo hacían los mensajes convertidos en un “arma de resistencia”.

“No en pocas ocasiones he visto cómo las familias tienen las cartas enmarcadas en el salón. Son memoria viva. Una cuestión de supervivencia!, relata Verónica Sierra. Con la palabra, continúa, trazan la memoria personal y la colectiva. La historia ”social, familiar, individual… es como quitar capas a una cebolla y las cartas dan todo eso“, dibuja. ”Son memorias que se superponen“ para acabar contando ”las historias de la prisión más intimistas, las que la versión oficial nunca puede contar“.

La “otra historia” del franquismo

Cartas presas rescata la correspondencia carcelaria “con el afán de contar la historia de esa época desde el interior de los centros de reclusión”. Panóptico, construcción con diseño que permite observar toda la superficie interior desde un único punto, explica el diccionario. “La prisión es un panóptico gráfico también”, dice Verónica Sierra. “Vigilantes y vigilados necesitan y están obligados a escribir y a veces a escribirse, a contar sobre sí mismos”.

Y en ese panóptico convive un universo de escrituras. “Diarios y memorias de prisión, en los que aparece el ‘yo’ del recluso, para que la memoria llegue a generaciones venideras y se recuerde”. O “las memorias impuestas, cuando ante la saturación de las prisiones las autoridades piden a los encarcelados que escriban su propia vida de prisionero”. Trazos sobre papel “que son a veces el único púlpito para poder gritar”. La resistencia anónima “de los que pocas veces ocupan páginas en los libros”.

El cantautor Francisco Javier Menchón rasga su guitarra en la presentación de Cartas presas en Sevilla. Malos tiempos para la lírica, apunta alguno. La librería Quilombo, en la plaza del Pelícano, rompe el pesimista boceto: está a rebosar.

“Para mí este libro es un canto a la libertad”. Recuerda Verónica Sierra a Miguel Hernández. “Para la libertad, sangro, lucho, pervivo”. La voz y las cuerdas citan la copla Soy viento de libertad: “Tu sangre sembró el camino / de flores de libertad… / yo quiero ser jardinero / de tu frondoso rosal”. Y rematan con Al alba, de Aute: “Presiento que tras la noche… / Miles de buitres callados / van extendiendo sus alas / no te destroza amor mío, / esta silenciosa danza, / maldito baile de muertos / pólvora de la mañana”.

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