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“Con los impuestos ciudadanos, Trajano construyó puentes y carreteras, pero Adriano los empleó en sus amantes”

Santiago Posteguillo

Amalia Bulnes

Han pasado siete años y más de 3.000 páginas; han pasado centurias, tropas, legiones imperiales, gladiadores, soldados y mercenarios. Han pasado unas cuantas guerras, cientos de batallas y aventuras en cuatro potencias de la Antigüedad. Han pasado miles de fervorosos lectores, y, sin embargo, tan sólo han posado sus ojos en un único emperador: Trajano, el héroe de la Bética, el gobernante andaluz de Roma que ha protagonizado una de las obras literarias más colosales de la actualidad, que llega ahora a su fin con el último de los tres volúmenes que la integran: 'La legión perdida' (Planeta).

Se trata de la última gesta editorial de Santiago Posteguillo (Valencia, 1967), que con esta novela que acaba de publicarse y, casi sin tiempo para la promoción, ha alcanzado ya su cuarta edición, ha dado por concluida su larga y fructífera relación con Trajano, el emperador nacido en Itálica que situó las fronteras de su imperio en los puntos más lejanos a Roma. Como regidor de la mayor potencia del mundo clásico no tuvo parangón, tampoco como “hombre justo, estratega de excepción y gobernante comprometido”. Se merecía, por tanto, un final, cuanto menos, a la medida.

Así, la traca final de la saga que Posteguillo le ha dedicado a Trajano llega a los estantes de novedades con las siguientes indicaciones para navegantes: un kilo y trescientos gramos de libro, con 1.140 páginas, donde el autor hace estallar las coordenadas espacio-tiempo rememorando batallas, luchas de gladiadores, intrigas y periplos por diferentes culturas, situadas en cuatro escenarios muy alejados geográficamente (Roma, China, La India y Partia) y dando vertiginosos saltos en el tiempo. Un libro que se lee sin resuello y que, por si la narración kilométrica no fuera suficiente, se complementa con deliciosos glosarios en latín y sánscrito, mapas, dibujos…

3.000 páginas y siete años después, ¿cómo se siente? ¿La sensación es de vacío o de satisfacción?

Siento mucha satisfacción. He colocado estas tres novelas, junto con las de la trilogía anterior sobre Escipión, juntitas, una detrás de otra, en la mesa de despacho y…. Caramba, uno las mira y piensa: es una obra, cuanto menos, extensa (se ríe). En serio, mucha satisfacción, sobre todo por la recepción que ha tenido la trilogía. Este último libro lleva sólo un mes en la calle y ya va por la cuarta edición. Mi satisfacción tiene aquí mucho que ver con los lectores, con mi agradecimiento hacia ellos.

Agradecimiento a miles de seguidores que son, sobre todo, muy jóvenes. ¿Cómo se convence a los nuevos lectores, que muchos sólo leen en torno a los 140 caracteres que marca Twitter, con novelas de más de mil páginas?

(Risas). Mire, lo mejor que resume mi satisfacción es precisamente esto: la respuesta de los lectores. Me acaba de llegar una carta, de un chico de 15 años, donde me dice: ‘Odiaba leer hasta que me encontré con sus libros’. Esto no tiene comparación con nada, ni con el placer de escribir. En este plano, la trilogía sobre Trajano me ha proporcionado experiencias personales maravillosas, como personas enfermas que han afrontado sus largas sesiones de quimio con esta lectura y encima tienen tiempo para escribirte un mail y agradecértelo…

¿Este milagro tiene explicación?

Hay que ser muy consciente, mientras se escribe, de que hay que llegar a la gente. Y no ignorar que vivimos en un mundo audiovisual, que el ocio está en la tele, en las redes sociales, en los videojuegos… Debemos ser conscientes de que los escritores competimos con eso. Y hay que pensar como ellos, no rendirnos y establecer estrategias para llevarnos a los jóvenes a la narrativa. Por ejemplo, yo escribo novelas de más de mil páginas, pero con un ‘truco’: ésta última está dividida en 150 capítulos, y yo intento que cada uno de ellos pueda leerse como un relato corto. Mi forma de contar es muy cinematográfica. Un periodista de El País, Jacinto Antón, la ha definido muy bien: es novela en cinemascope.

¿Y cuál es la regla no escrita que identifica best-seller con la extensión de las narraciones?

Los libros tan largos nos llaman mucho más la atención y por eso fijamos en la memoria esa ‘regla no escrita’. Pero en realidad no es así: ‘El niño con el pijama a rayas’ fue un best seller con una extensión muy moderada. Y, acercándonos a España, Eduardo Mendoza es un escritor con multitud de seguidores, pero no por extensión, sino por su grado de comicidad. Con esto quiero decir que cada relato tiene que tener la extensión que necesita. Y aquí he trabajado con dos planos temporales y cuatro espaciales: Roma, China, La India y Partia… Estás abocado a contar eso en mil páginas.

¿Hay alguna significación especial en presentar este libro en Sevilla, la patria de Trajano?, ¿Respira usted aquí cierta inspiración?

Después de una relación tan intensa, casi íntima, con Trajano, venir aquí es siempre bastante especial. El sevillano es muy representativo del carácter general del español; y tengo que decir que España es un país caracterizado por no haber sido sensible con su pasado. A Trajano no se le ha sabido aprovechar, deberíamos sacar más pecho. Cuando vengo a Sevilla, me gusta reivindicarlo.

¿Tenía Trajano, el gran emperador de la Bética, un carácter… digamos… andaluz?

Si me atengo a los tópicos, podemos decir que, sin duda, le gustaba el vino y la dieta mediterránea. ¿Pero qué es ser andaluz? A mí me parece más andaluz por cuanto creía firmemente en sus convicciones y no le temblaba el pulso si para conseguir sus objetivos a veces tenía que coger por la calle de en medio. Era muy impulsivo, muy de la tierra, muy visceral y no medía las consecuencias.

Bajo su mandato, el Imperio logró su mayor extensión y colocó las fronteras lo más lejos de Roma que tuvo nunca antes ni después. ¿Cuáles fueron las principales luces y sombras de este emperador único?

La principal luz, haber logrado ser un gobernante justo. Siempre pensó en el bien común. Y su sombra más destacada, no haber dejado las cosas atadas, no haberse parado a pensar quién lo iba a suceder. Roma nunca iba a ser tan grande ya a partir de él. A partir de la muerte de Trajano podemos hablar de una lenta regresión hacia su declive final.

También se ocupa en este libro del otro emperador sevillano: Adriano. Pero más allá de presentárnoslo como el emperador poeta, amante de la cultura, humanista y sabio que nos han legado otras narraciones más edulcoradas, usted nos habla de un sanguinario. Nos enseña una cara feroz.

Mi construcción del personaje es absolutamente congruente con las fuentes clásicas. Es cierto que era culto y que sabía mucho de poesía, era inteligente y hábil, pero su verdadera personalidad nada tiene que ver con las ‘Memorias de Adriano’ de Margarite Yourcernar. Es muy buena novela, pero ella siempre admitió que había cogido exclusivamente lo que le había interesado del personaje. Nada dijo nunca de que tenía por costumbre sacarle los ojos a los esclavos que le servían mal el vino; o que su mujer, Vibia Sabina, fue la primera mujer maltratada de la historia de la que tengamos constancia. Con los impuestos de los ciudadanos, Adriano no construía carreteras, pero sí levantó Villa Adriana, una mansión a las afueras de Roma para sus amantes. Con ese dinero, Trajano hizo puentes, acueductos, asfaltados…

En esta novela, usted introduce la ficción en esos huecos o esas grandes zonas sombras que nos ha dejado la historia. Una de esas grandes lagunas es, precisamente, la ‘Legión perdida’, sobre la que se ha fabulado mucho y sobre la que usted no ha resistido la tentación…

Hay un vacío histórico. Y precisamente yo novelo en esos espacios de penumbra de la historia. Confío que lo que yo he escrito no cruja, es un tema tremendamente novelesco y atractivo. Aún hoy usamos la expresión ‘craso error’ para una equivocación mayúscula, así que cuando Trajano lanzó su propia invasión un siglo después de Craso, seguramente su ejército tuvo que vencer el pavor que infundían aún aquella derrota y la desaparición sin dejar rastro de sus viejos camaradas, aquella Legión Perdida sobre la que nada se supo de su destino final.

¿Cómo se lleva con los historiadores?

Ahora ya bastante bien. Reconozco que hubo una fase inicial de prevención. Pero son conscientes de que mis libros tienen un esfuerzo especial en ser lo más fieles posibles a la Historia. Yo novelo en los huecos donde la historia no se pronuncia, pero aún así, lo hago siguiendo hipótesis que plantean los propios historiadores.

Permítame el símil, pero ya que ha hablado usted del mundo audiovisual que todo lo devora, esta novela tiene mucho de ‘Juego de Tronos’, no le parece?

Absolutamente. ‘La legión perdida’ es, continuamente, un juego de tronos, de cambiar reyes; me gusta pensar que este libro es una mezcla entre Juego de Tronos, de George R. R. Martin, y ‘Creación’, de Gore Vidal. Por un lado tiene esa ambición intelectual, pero por otro, también tiene mucha acción y una lucha constante por el poder. Es un juego de tronos, pero real.

Si usted recuerda, Pablo Iglesias le regaló un ejemplar de ‘Juego de Tronos’ al rey Felipe VI en su primera visita al monarca. ¿Le regalaría usted a nuestros gobernantes de hoy un ejemplar de ‘La legión perdida’? ¿Aprenderían algo?

¡Les daba la trilogía completa a los cuatro!, podrían aprenderlo todo. De momento, al presidente en funciones, le ayudaría a no saltarse al Senado cuando tiene que tomar una decisión en política exterior. Y añado una pregunta para terminar: si leen este libro se cuestionarán para qué nos hacen falta dos cámaras. En Roma sólo había una y fue el mayor imperio nunca conocido…

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