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Dame una F y dame una E

'El ardor'

David Montero

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17 de febrero

17.47 h. Hace un año justo a esta misma hora escribí mi última entrada de 'elDiariodeunespectador'. Decía: “He buscado la etimología de espectador y dice que viene del latín spectare (observar, esperar). ¿Qué observo? ¿Qué espero?”.

Entonces, no podía imaginar lo que iba a observar y esperar semanas después. ¿Qué os voy a contar que no sepáis? Pandemia, confinamiento, normalidades raras, curva de contagios, miedo y cosas así. Desde entonces, mi diario y el espectador que soy quedamos en una extraña suspensión. Luego, los teatros reabrieron y yo volví a ser espectador. Sin embargo, hasta hoy, había guardado silencio al respecto. Me he dado cuenta de que lo he hecho porque estaba perdiendo la fe. Escribir es siempre una tentativa de rescatar cosas del naufragio de lo cotidiano, y este diario era un acto de fe en la escena y en la vida, en ti y en mí, en que es posible el encuentro, en que existe un nosotros que el teatro funda o inventa. Así que vuelvo a escribir este diario. Valga este pequeño recopilatorio como primer peldaño en la recuperación de mi fe y homenaje a quienes, en mitad del naufragio que está siento esta pandemia, han seguido cuidando y sosteniendo los cuerpos y las almas, inventándose la fe aunque no la tuvieran, obstinándose en seguir con la vida mientras todo pasa.

19.12 h. Me siento en mi sillón amarillo y me acuerdo de 'Mi madre muerta'. Era el trabajo de la bailarina y coreógrafa Greta García y su madre, la escultora Anna Jonsson. La obra es un paso a dos entre una gigantesca escultura (obra de Anna) y Greta. Vemos un duelo que la protagonista necesita y se niega a hacer al mismo tiempo. Hay guasa, danza, gruñidos, negación, rituales inventados que no parecen aliviar el dolor. Al final, las máscaras caen y Greta canta con un hilo de voz una canción de Elvis y parece rendirse a la tristeza de la pérdida. 

21.12 h. Estoy batiendo un huevo en la cocina mientras me hago otro viaje en el tiempo y el espacio hasta llegar al 7 de febrero a las 12h de la mañana en la sala B del Central. Acaba de terminar 'Desayuna conmigo' de Iván Morales. La obra me ha dado una de cal y otra de arena. Los personajes se mueven en el límite entre el absurdo y la ternura. Y me parece que, a veces, no acierta en el tono. Otras, da en la tecla y me hace sentir que están hablando de nosotros, de nosotras, y de este lugar raro en el que estamos tantos: no nos han funcionado los modelos de amor que aprendimos y estamos inventando otros nuevos. Y, a veces, los nuevos tienen todo lo malo de los de antes y una mijita de consumismo. Los cuatro intérpretes son generosos y se entregan a la emoción sin freno de mano. Son valientes y talentosos. Y ante eso, yo me rindo y aplaudo.

21 de febrero

16.03 h. Estoy esperando a A en plaza de San Marcos. Ambos somos dramaturgos y residentes en Sevilla; pero no vamos a un apartamento en Torrevieja, doña Maira. No. Hemos quedado para ver en La Fundición la pieza de otro dramaturgo, éste no reside en Sevilla: Paco Zarzoso. Por el camino, hablamos de dramaturgia, o sea, de la vida. De eso va la dramaturgia. ¿Qué os pensabais?

17.12 h. Paco está en escena. Normalmente, escribe y dirige, pero no interpreta. Pero aquí, en 'La piedra y la encrucijada' sí lo hace. Es entrañable y honesto. No se disfraza de actor ni es autocomplaciente. Su mujer, que sí es actriz, aparece por sorpresa y le dice verdades de las que duelen e iluminan. Hay que ser muy valiente para abrirse así en canal delante de nosotros (las verdades que ella le dice son las que él escribió, claro). Por eso y porque Zarzoso escribe muy bien y se arriesga a inventar un lugar propio, esa diatriba de ella se transforma en un canto de amor a este oficio extraño de la escena, a su voluntad de resistir en mitad de la ruina o la desesperanza. La obra termina. A y yo aplaudimos con ganas porque hemos visto teatro de verdad. Y eso no es fácil.

25 de febrero

17 h. X y yo nos sentamos en la Sala B del Central a ver el penúltimo ensayo de 'El ardor', lo nuevo de Alberto Cortés. Creo que Alberto es una de las mejores cosas que le ha pasado a la escena andaluza en los últimos años. Y esta pieza es la primera en la que estará solo (o casi) en escena. Pensándolo bien, en escena nunca se está solo. Como mínimo, te acompañan tus fantasmas, tu deseo de ser amado, tu memoria y tu miedo.

17.46 h. El ardor invoca a la gente que la sociedad orilla o ignora: adolescentes y ancianas. Esa misma gente a la que la pandemia ha señalado: a los segundos por ser los más vulnerables a la enfermedad, a los primeros porque las restricciones nunca piensan en ellos y se les acusa de irresponsables. Así, Alberto se hace su profeta y trata de darles voz. Clama por la inmortalidad y contra la socialdemocracia. Hay humor y discursos y Alberto pone el cuerpo siempre para no estar nunca por encima del bien y del mal. Es un profeta herido, un hombre que es también mujer y adolescente y anciano, que es inmortal y está muriendo en este instante. Hay verdiales y travestismo, hay poesía y silencio, hay un vampiro y un niño de primera comunión.

 18.02 h. Alberto y su equipo han depurado los elementos hasta ir al tuétano del asunto. No hay adornos ni concesiones. Por eso, 'El ardor' es un concentrado que te llega directamente a las venas, como un chute de los que cantaba Burroughs. Y ahí se queda para seguir haciendo su tarea. Y es que cuando la escena es digna de ese nombre, se derrama en la vida  y la intoxica para transformarla.

18.24 h. X y yo cruzamos el puente de la Barqueta. Deseamos muchas cosas que no son para este diario, pero una que sí lo es: que 'El ardor' se vea en muchos escenarios porque tiembla de preguntas, fe y heridas. Y para eso existen la escena, el patio de butacas y la vida. Miro a X, miro el río. Siento nacer dentro algo parecido a la fe y lo dejo crecer.

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