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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Los domingos son los nuevos martes

Brujas de plata

David Montero

Oldies (éxitos de ayer y hoy)

Fernando Mansilla. La Bicicletería (Sin Sentido. Muestra de Accciones Artísticas Inclasificables). Viernes, 18 de eneroLa Bicicletería

Arranca la quinta temporada de este ciclo de piezas cortas que organiza y programa Dominque Serena Antignano. El ciclo, verdadero underground escénico sevillano, da cabida a lo que no suele tenerla, alienta a inventar en los márgenes, enseña otras realidades escénicas que laten y delatan esta ciudad, se ofrece como umbral, puñal y recreo.

Inaugura Fernando Mansilla, poeta y juglar, novelista y rapsoda, personaje y persona. Fernando, su cuerpo, su mirada y sus palabras contienen una Sevilla que fue y, como todo lo que ha sido, secretamente sigue siendo: la Alameda antes de la gentrificación y hasta del 92. Quien quiera conocer ese tiempo, que lea su novela Canijo. Pero Mansilla sigue vivo y se cuenta y nos cuenta con esa mezcla de crooner descreído, primo descarriado y animal sabio que contempla la prisa y la locura de nuestro presente con perplejidad como mejor forma de denuncia.

Ya se sabe, uno no elige a sus contemporáneos, pero si yo pudiera hacerlo, me pedía a Mansilla seguro.

Aerolíneas ibéricas

Sonia Astacio y Carolina Montoya (las Milagro). Sala La Imperdible. Domingo, 20 de enero.

Me gustan mucho las Milagro. Me gustan como personas. Son dos tías libres, valientes y divertidas. Además, han ido labrándose un camino propio con un teatro de la calle (pero no necesariamente de calle). Aerolíneas ibéricas es su cuarta pieza de sala y supone un salto importante a nivel de producción, especialmente en los cuidadísimos escenografía y vestuario que reconstruyen brillantemente el interior de un avión. Por lo demás, afortunadamente, las Milagro siguen fieles a su sátira gruesa y afilada, su juego constante con el público y su vis cómica desarrollada en todos los terrenos y ante todos las faunas humanas. Por eso, su propuesta es teatro popular en el mejor sentido del término.

A la llegada, las dos azafatas (Azahara y Fátima) nos reciben y nos dan la bienvenida al vuelo destino Andorra, que conduce a blanqueadores y corruptos de todo pelaje (nosotros). Tratan de hacer su trabajo, pero andan entretenidas en otros asuntos: una esconde su supuesto embarazo y la otra se debate en un amor tormentoso con el comandante. Sumando malentendidos y disparates, las actrices -a medio camino entre clown y bufón- provocan al público y le hacen reír. A mí me gustó especialmente el concurso del precio susto, donde dos voluntarios compiten por adivinar a qué corruptela corresponde cada cantidad de dinero (todas verídicas) y los enredos en el minúsculo cuarto baño. Pero, sobre todo, me parece que la pieza camina en un crescendo cómico imparable en el que el juego con los tés y el azúcar de Colombia se traduce en muecas desternillantes y una situación muchas veces vista, pero que ellas convierten en recién nacida.

El breve cierre de la función en off me parece más ideológico que teatral (se lo dije luego a ellas mismas), pero disfruté mucho de ver dos cómicas bregando con un público difícil, un público muy de domingo, y salir airosas. Ellas tienen power y están llenando la sala. Vivan sus majestades republicanas y viva el teatro popular.

Brujas de plata

De Hekaterina Delgado. Rebeca Torres y Antonia Gómez, dirigidas por Juan Luis Corriente. Teatro La Fundición. Sábado, 26 de enero.Teatro La Fundición.

Este proyecto, largamente madurado, une a dos actrices con ganas de juntarse y un texto del que se enamoraron. Brujas de plata es el encuentro de dos hermanas en un ajuste de cuentas que no parece tener fin.

La propuesta estética es impactante: un cuadrilátero de tierra y hojas secas, coronas mortuorias, batas de quirófano y un técnico en escena. Arrancamos con la voz en off de la propia autora y la llegada de un misterioso personaje desde el patio de butacas hasta entrar en el cuadrilátero. Una vez allí, ese personaje se revela una de las dos hermanas (la que viene, Antígona ). La otra está enterrada y emerge de la tierra (Ofelia). La lucha de rencores, inercia y dolor que es ser familia se muestra aquí descarnada, revuelta, reiterativa como toda discusión entre hermanos en la que somos Sísifos que arrastran la piedra hacia la cima en busca del alivio, pero el alivio nunca llega y hay que volver a empezar.

Se aprecia y se agradece que la obra sea justo la que las actrices querían hacer. Hay un compromiso, una identidad entre lo que hacen y lo que son que no es frecuente. También agradezco la apuesta por una estética propia -que huye del naturalismo- y los distanciamientos que suponen los gongs que abren los asaltos. Me cuestan cosas de la dramaturgia, ya desde el texto, que me resulta que aplaza siempre el núcleo del asunto, como si todo hubiera pasado ya o fuera a pasar después, y también algunas decisiones dramatúrgicas de la propia propuesta. Aún así, resplandece el trabajo de Rebeca Torres por ese torrente de fuerza tan suave, su sensualidad, su transparencia y su capacidad de dolernos en la réplica y el silencio. Para que brille su trabajo es necesaria la labor de Antonia Gómez –alejada esta vez de sus habituales roles cómicos- que la acompaña y le da réplica con convicción y verdad.

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