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El misterio sin fin de los dólmenes de Antequera

Dolmen de Menga. Foto: Javier Pérez González. Archivo del Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera

Néstor Cenizo

Cuatro mil quinientos años después sigue asombrando que el hombre prehistórico moviera esas moles: cómo fue posible desgajar de la roca, transportar y colocar piedras de hasta 40 metros cuadrados que pesan 180 toneladas, y encajarlas para formar el conjunto megalítico más grande de Europa, que es el de Menga. Cerca está el dolmen de Viera, un poco más reciente y más pequeño, y algo más alejado, el tholos de El Romeral. Es posible que la Unesco declare en mayo que el conjunto de dólmenes de Antequera es Patrimonio de la Humanidad.

Si la Unesco da el sí, estará reconociendo que los dólmenes poseen unos “valores excepcionales universales”. ¿Y qué tienen los dólmenes de Antequera que no tengan otros parecidos? Bartolomé Ruiz, director del conjunto y arqueólogo, explica que dos cosas: la monumentalidad y la orientación única de sus ejes, excepciones extrañas porque el 99,9% de los dólmenes tienen orientación al sol.

Expliquémoslo: justo enfrente de la boca de Menga se levanta con misterio la Peña de los Enamorados, una montaña con forma de rostro humano en medio de la vega que ejerce hoy la misma atracción que hace cinco mil años. Los arquitectos del pasado eligieron con precisión el lugar en el que levantar un monumento a sus difuntos. “La peña sólo tiene perfil antropomórfico desde Archidona y desde la colina de los dólmenes en Antequera. Si te mueves desaparece la figura. El monumento se ubica exactamente donde la figura tiene perfil humano”, explica Ruiz. Menga apunta a la barbilla de ese rostro. Y allí se encontraron pinturas rojas antropomórficas y varias piedras que un día pudieron conformar un menhir. El Romeral, orientado hacia el oeste, mira al punto más alto de El Torcal, el fascinante conjunto cárstico de Antequera. Un lugar que las comunidades de la zona consideraban mágico.

De los tres, sólo Viera es canónico: se orienta al sureste, de modo que la luz del sol entra hasta el fondo de la cámara mortuoria los días de los dos equinoccios, cuando el Sol está sobre el Ecuador terrestre. Fue Michael Hoskin, un investigador de la Universidad de Cambridge (Medalla de Oro a las Bellas Artes 2015), quien dio con la tecla: aquellos dólmenes no se orientaban ni al sol, ni a las estrellas. Miran a dos lugares que fascinaban a sus constructores.

El pozo descubierto y tapado durante siglo y medio

Menga es también el único dolmen con un pozo, de origen desconocido, que tiene la misma profundidad que la cámara mortuoria. Rafael Mitjana descubrió en 1847 el “hueco” que hay tras el tercer pilar, pero aquello le desconcertó: “En ese momento la moda era calificar estas construcciones como célticas druídicas. Esto no tenía equivalente en otras construcciones y no lo describe en su memoria”. Apenas cuatro años después, una viajera inglesa recogió la experiencia de Mitjana en un libro de viajes, pero desde entonces las páginas del libro acumularon polvo, y el pozo fue tapado y olvidado. Siglo y medio después, el libro apareció en una librería de viejo en México D.F, y en 2005 un equipo dirigido por Francisco Carrión dio con el pozo.

Bartolomé Ruiz cree que los dólmenes aún pueden dar más sorpresas. Al fin y al cabo, Viera y El Romeral fueron descubiertos hace apenas un siglo por dos hermanos jardineros. Aquellas leves colinas eran en realidad, los túmulos que cubren piedras como esa cobija (el techo) de Menga, de seis por siete metros. Los expertos suponen que para la empresa de levantar unos monumentos funerarios se aliaron varias comunidades con vínculos tribales y religiosos. A la tarea de mover enormes moles de roca aplicaron la física: para tajar las piedras de la cantera, a unos 500 metros, es probable que usaran agua hirviendo; para transportarlas, un sistema de raíles; y para levantarlas y encajarlas en las hondonadas que habían preparado con cuernos y estacas, un sistema de palancas y poleas.

La Unesco decidirá pronto, entre abril y mayo, si esta obra de tecnología primaria merece ser catalogada como Patrimonio de la Humanidad. Cuentan que Margaret Gowen, la experta que visitó el lugar en septiembre, sólo torció el gesto y hasta se llevó las manos a la cabeza cuando observó, desde lo alto del túmulo, las naves industriales que lo rodean, el Palacio de Congresos abandonado junto a El Romeral que la Junta de Andalucía y el ayuntamiento se tiran a la cara, el museo con más alturas de las necesarias… Las obras que el hombre contemporáneo dispuso alrededor de lo que hizo el prehistórico. Sea cierto o no el gesto, esas pegas aparecen en su informe. A finales de febrero las administraciones enviarán su respuesta, que incluye el esbozo de un plan especial para proteger el entorno.

Si superan el examen, los dólmenes se convertirán en el primer conjunto megalítico de Europa continental catalogado como Patrimonio de la Humanidad. Si no, el sol seguirá saliendo por Antequera como cuando hace cinco mil años, unos humanos antiguos levantaron, en honor de sus muertos, estos monumentos que miran a la peña que parece un rostro humano.

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