PSOE versus PSOE-A: un difícil equilibrio
Las tensiones entre la dirección federal y el PSOE-A son resultado de un equilibrio difícil de mantener cuando desde la calle Ferraz (donde tiene su sede el partido en Madrid) se percibe a los andaluces como una potencia que hay que cuidar –son la federación más numerosa, Andalucía es la comunidad que decide unos comicios y es la más importante que gobiernan y ¡desde hace más de 30 años!- pero también como un contrapeso que hay que controlar. Esa distorsión se ha escenificado tras la proclamación del nuevo secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, el primero que se aúpa desde Andalucía, y se está repitiendo con los movimientos que ya se están dando para cuando toque elegir un candidato para las elecciones generales. Pero no deja de ser una tónica en la historia del partido, donde las injerencias de arriba abajo son una constante. Estamos hablando de las componendas en Madrid versus el tanque que para el PSOE supone esta federación con más de 45.000 militantes.
Hasta la llegada de Pedro Sánchez, la apuesta de Andalucía para la secretaría general del PSOE casi siempre había salido mal. Baste recordar que el PSOE-A se alineó con la candidatura de Joaquín Almunia frente a la de Josep Borrell; José Bono en lugar de José Luis Rodríguez Zapatero; y Carme Chacón en vez de Alfredo Pérez Rubalcaba. Sin embargo, Pedro Sánchez duda ahora de las intenciones de ese respaldo que le brindó Andalucía y en el que se veía claramente que había sido un recurso de última horaun recurso de última hora de la secretaria general del PSOE-A, Susana Díaz, para frenar a Eduardo Madina: encontró a ese diputado casi desconocido cuya promoción estaba gestando desde hacía casi un año un grupo de críticos en Dos Hermanas (Sevilla). Curiosamente, también José Luis Rodríguez Zapatero había entrado, de manera casi furtiva, por Dos Hermanas, bastión de Francisco Toscano que a la postre es el alcalde que gobierna el mayor municipio que el PSOE controla todavía en Andalucía. Hay quien en el PSOE le llama “el talismán Dos Hermanas”.
Las tortuosas relaciones entre el poder en Andalucía y el PSOE se remontan a los inicios de la propia autonomía. Un momento clave: en 1984 el entonces presidente de la Junta de Andalucía, Rafael Escuredo, dimitió por las discrepancias con la dirección del PSOE-A pero también por las que le enfrentaron con el presidente del Gobierno de la Nación, Felipe González, y su vicepresidente y vicesecretario general del PSOE, Alfonso Guerra, a cuenta de la propuesta de Ricardo Bofill como comisario de la Expo 92. Comenzaría la era del guerrismo. De hecho, le sucedió en la presidencia el secretario general del PSOE-A, José Rodríguez de la Borbolla, quien cedería en 1988 el testigo del partido a Carlos Sanjuán, un guerrista convencido de la necesidad de separar lo orgánico de lo institucional, y por tanto, sin complejos ante la bicefalia que repudian muchos socialistas.
Sin apenas tregua, a inicios de los 90, ya con Manuel Chaves como presidente de la Junta de Andalucía, y empujado éste por Felipe González, le echaría un pulso a Carlos Sanjuán para hacerse también con la secretaría general del PSOE-A. Gano, y duró: dos décadas. El exministro Manuel Chaves fue un claro ejemplo de los intentos permanentes de Madrid por controlar Andalucía, obsesión que tendría un desastroso exponente cuando desde arriba se impuso a Luis Yánez, que había sido presidente del PSOE-A, como candidato para las elecciones municipales en Sevilla, en lugar de Manuel del Valle, que era el favorito por la dirección regional. La alcaldía de la capital hispalense acabó en 1991 en manos del PA de Alejandro Rojas Marcos. Justo antes de la Expo 92, lo que supuso un mazazo para el PSOE y cierto regusto para los guerristas de Sevilla.
Hace menos de dos años, una ligera insinuación de José Luis Rodríguez Zapatero fue la que hizo que Manuel Chaves decidiera que su tiempo había acabado y pasó el relevo de la Junta de Andalucía y de la dirección regional del partido al también exministro José Antonio Griñán, un consejero de José Rodríguez de la Borbolla, rescatado por Manuel Chaves tras el desastroso final de Felipe González, que nunca se ha interesado realmente por las cuestiones de partido. Manuel Chaves se decidió por su delfín, pese a las presiones desde Madrid.
Una situación diferente
Nuevas presiones desde el centro harían a José Antonio Griñán entregar los dos testigos -apenas año y medio en el poder- a Susana Díaz. Su caso es diferente. Sus predecesores llegaron a San Telmo procedentes de Madrid tras haber quemado su etapa en la carrera política de primera división. Manuel Chaves vino casi a regañadientes y José Antonio Griñán no tenía más opciones tras haber perdido el PSOE el Gobierno de la Nación. Sin embargo, lo ocurrido con Susana Díaz como presidenta es diferente: no ha estado en la cúpula. Eso puede explicar sus aspiraciones y también los recelos de Ferraz. Por ello, si ni Joaquín Almunia, Josep Borrell, José Luis Rodríguez Zapatero o Alfredo Pérez Rubalcaba vieron como amenaza a los anteriores secretarios generales del PSOE-A, Pedro Sánchez sí está atento a cualquier movimiento de la baronesa. Sabe que cualquier error que él cometa es una oportunidad para una mujer que no viene arropada por el paso por ministerios, sino que es puro partido. Y, además, ha sabido ganarse la confianza de otros secretarios generales que no están convencidos de la valía de Pedro Sánchez.
El convencimiento en el seno del PSOE-A de que el papel de esta federación no puede limitarse ya a colocar unos cuantos cargos en la ejecutiva federal -esta vez tienen más representación que nunca- ha sido alimentado por la capacidad, y también la leyenda de ambición, que persigue a Susana Díaz, pero igualmente por la oportunidad que muchos barones del partido ven en esta mujer para cambiar el rumbo del socialismo y hacer frente a un incierto escenario político con nuevos protagonistas. Cuando se le pregunta de cara a las primarias con las que el PSOE elegirá a su candidato, la presidenta de Andalucía ha pasado de decir que agotaría la legislatura a la afirmación menos contundente de que no ve “razones para un adelanto electoral” -lo cual no quiere decir que ella no se vaya como han hecho sus dos predecesores- para rematar la semana con un “ya se verá” que a la par que elocuente suena a clara advertencia, sino desafío, a Pedro Sánchez.