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La migración a la modernidad de las mujeres pirenaicas: de las vendedoras de té a la improbable sororidad de la Sección Femenina

Las ansotanas María Gastón y Juaquina Aznárez trabajando en el Balneario de Panticosa.

Candela Canales

Acumuer (Huesca) —

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Las mujeres del valle de Ansó, de casas pobres, tenían escrito su destino desde su nacimiento. “Sin dote, tenían pocas posibilidades de encontrar marido y terminarían siendo las criadas de su hermano, o heredé ['el heredero'], y de su mujer. Callar y trabajar en beneficio de la casa era su destino… eso o la emigración temporal o definitiva”, así lo cuenta Elena Gusano Galindo Gastón Gurría, que añade los apellidos de sus abuelas para reivindicar su figura cuando relata sus vidas en el libro 'Mujeres. Migración a la modernidad'.

Sus abuelas eran vendedoras de té, recorrieron los caminos de España. Este oficio era, mayoritariamente, ejercido por mujeres mayores o niñas, ya que las mujeres jóvenes trabajaban en las fábricas francesas o en el Balneario de Panticosa, “así que las mujeres mayores, consideradas viejas con menos de 40 años, solo tenían como salida ser vendedoras de té”.

“Yo aprendí sus historias y a charrar ansotano en Madrid, en el barrio de Chamberí, donde se trasladó una parte troncal de mi familia”, así lo explicaba en la presentación del libro en Jaca la autora. Elena Gusano Galindo habla de que la migración de las ansotanas en la última década del siglo XIX hasta el inicio de la Guerra Civil, que fue un fenómeno único en su tiempo: “Había mucha movilidad, pero de familias enteras u hombres. Solo a partir de 1920 hay constancia de que lo hicieron otras mujeres”.

Recuperar las vivencias de estas mujeres no es sencillo, no hay registros oficiales “porque a las mujeres no se les reconocía ningún oficio. En las hemerotecas hay mucha información porque llamaban la atención y gracias a eso se puede reconstruir de alguna manera su paso”. 

La historia de las ansotanas es solo una de las que recoge el libro 'Mujeres. Migración a la modernidad', en el que Sergio Sánchez Lanaspa ha querido mostrar los fenómenos migratorios que se dieron en el Pirineo en la primera mitad del siglo XX. “Yo tenía en la cabeza hacer un libro sobre mujeres porque en mis anteriores publicaciones, el Almanaque de los Pirineos, cada vez que acababa una edición tenía que hacer un ejercicio de búsqueda para que no quedará un libro lleno de testosterona”. Fue su hija de 21 años la que le dio el empujón “un día le conté las ideas que tenía en la cabeza y ella me dijo que tenía que hacer el de mujeres «nos lo debes, después de tanto que has trabajado y has escrito, tienes que hacer el libro de mujeres»”.

El objetivo de la publicación era reflejar la migración que vivía la mujer en la cultura tradicional, basada en el derecho del varón a ser el heredero universal, “eso que nos han contado de la sociedad tradicional en la que todo iba de maravilla, pero lo que no nos habían contado es que para que la sociedad se mantuviera como estaba en cada generación a las mujeres se las expulsaba del núcleo familiar”.

Mujeres como “motor de cambio”

Al principio eran migraciones cortas para trabajar, como en el caso de las golondrinas, mujeres jóvenes y solteras que iban a trabajar a las fábricas durante los meses de invierno en los que no había tanto trabajo agrícola. “Ansotanas y fagotanas abandonaban su casa durante unos meses, por decisión personal o porque sus padres las mandaban, para ayudar a la economía familiar”, así lo cuenta Fina Mañas en el apartado del libro 'Cuasi ninas, qu'en Mauléon traballaban'. Como sucedió en Mauleón, que sufrió una fuerte industrialización con las empresas alpargateras a partir de 1870, y a donde acudieron a trabajar mujeres de Fago, Ansó, Isaba o Salvatierra de Esca, entre otros. Cuando estalla la revolución industrial y las ciudades empiezan a demandar mano de obra y se amplían las comunicaciones, “ya no es esa migración de corta duración que hacían las golondrinas”.

Estas mujeres eran las que ejercían como “motor de cambio”, iban a las ciudades y llevaban los progresos que observaban al mundo rural. “Con esta idea fui eligiendo fenómenos migratorios individuales o colectivos que tuvieran algo que contar, he intentado rescatar un montón de nombres que entiendo que tienen que estar en nuestra memoria colectiva”.

Nombres como el de Margarite Le Bondidier, considerada madre del pirineísmo, es decir, acercarse a la montaña de forma artística e intelectual. Tal y como recoge Nanou Saint-Lèbe, es una de las escasísimas mujeres que tienen su nombre adjunto a un 3.000 de los Pirineos, el pico Margalide.

Marginación histórica de la mujer

Sánchez explica que le parecía importante destacar la forma en que “el Pirineo ha expulsado a las mujeres de sus casas y luego se lamentó de no tener mujeres en sus valles y acabar haciendo caravanas de mujeres en un valle como el de Gistaín. Yo creo que uno de los grandes fallos de aquella sociedad tradicional fue la marginación histórica a la mujer, una marginación dura, irte a servir a una casa cuando tienes 8 años creo que es una vivencia muy importante para una niña. Los niños no tenían que vivir eso, las niñas siempre se tuvieron como bocas inútiles”.

Además, destaca que estas historias no se han contado, los escritos que hay sobre cultura pirenaica “siempre se han centrado en el valor de la mujer pirenaica que ha estado en su casa, que ha hecho de todo, a ella sí que la han descrito, pero a la que no aguanto eso y se fue, no. Esta última fue la que realmente provoco el cambio social”.  

En este libro colaboran otras mujeres que ponen el contrapunto a los temas que se tratan: Nanou Saint-Lèbe, Fina Mañas, Irene Abad, Mercedes Yusta y Sescún Marías. Sánchez resalta la importancia de estas colaboraciones, “ya que al ser yo hombre tenía cierto vértigo al afrontar el libro, no sabía si era quien”. “Estoy muy contento porque está teniendo una respuesta muy buena, las primeras sensaciones son buenísimas. Ha quedado un libro muy bonito, es virtud del diseñador Víctor Mogollón que acaba convirtiendo en realidad las ideas que yo tengo, son maquetaciones un poco complejas que hace falta tener cariño por las cosas que estás haciendo”.

“Un tema que me ha sacado de mis prejuicios es el de la Sección Femenina de Falange, ya que se fomentó una especie de sororidad, como llamaríamos ahora, que yo pienso que pudo ayudar a muchas mujeres”. Sescún Marías habla sobre los Coros y Danzas dentro de la sección, que les permitió viajar por todo el país y “vivir una realidad muy distinta a la que vivían en sus pueblos”. 

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