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Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Decir la verdad o callar, un debate legítimo

Pablo Echenique

Secretario general de Podemos Aragón y secretario de Organización de Podemos —

Hay muchos debates estratégicos, tácticos e incluso de principios que atraviesan Podemos y estamos orgullosos de que esto sea así. Desde el primer momento hemos sabido que debatir es la única manera de que la inteligencia colectiva cristalice en análisis certeros y en buenas decisiones. Una fuerza política que no debate sobre las cosas importantes se convierte en un mero tablero de luchas de poder y es, a la vez, una fuerza política que se va muriendo.

Uno de esos debates centrales es sin duda el debate sobre “decir la verdad”. Teniendo en cuenta que Podemos nació (en parte) gracias a que un profesor universitario con coleta decía las cosas muy claritas en los platós de televisión, creo que a nadie le causará sorpresa saber que debatimos de esto.

En este breve texto, quiero hacer un esfuerzo por clarificar qué entiendo yo por “decir la verdad” en el sentido de Podemos, quiero intentar dibujar qué es y qué no es (desde mi punto de vista) “decir la verdad” en el sentido de Podemos, para así intentar ayudar a que un número mayor de personas pueda tener las herramientas para posicionarse en un debate que reconozco complejo, huyendo lo máximo posible de etiquetas y de simplificaciones improductivas.

Lo primero es aceptar que la “realidades” sociales existen. Si no en un sentido absoluto, al menos sí en un sentido lo suficientemente fuerte como para justificar el uso de tan pesada palabra.

Como siempre, la manera más rápida de demostrar la existencia de una categoría es mediante la exhibición de un ejemplo. Helo aquí: “En España, los bancos ejecutan desahucios todos los meses cuando han sido rescatados con dinero público”.

Una vez aceptado que las realidades sociales existen, les quito las comillas y paso a subdividirlas en nuevas categorías.

Una realidad social puede ser emancipatoria o no serlo.

Lo será si su difusión y conocimiento amplio sirven para generar cambio social en el sentido de reducir la desigualdad, mejorar el sistema democrático y dar elementos a la gente corriente para ser dueña de su futuro. No será emancipatoria si no tiene ese efecto o si incluso tiene el contrario: el de facilitar la acumulación de más y más poder en menos y menos manos.

En España, los bancos ejecutan desahucios todos los meses cuando han sido rescatados con dinero público” es una realidad social emancipatoria.

En España, hay más gente que vive por encima del umbral de la pobreza que gente que vive por debajo de él” es una realidad social, pero no es emancipatoria. La clave radica en que no constata si la tasa de pobreza es o no es tolerable, o si es o no es imposible de reducir, y por tanto se trata de una realidad parcial que suele servir de excusa para frenar o deslegitimar la lucha contra la lacra de la exclusión social.

Las realidades sociales (sean emancipatorias o no) pueden convertirse en afirmaciones que son difundidas activamente por la gente corriente en los bares, en las cenas familiares y en los centros de trabajo. O puede tratarse de realidades conocidas por sectores relativamente pequeños de la población y que no se verbalizan, por tanto, fuera de ámbitos muy concretos y reducidos.

Si se da el primero de los casos, diremos que se trata de “verdades del pueblo” y, si no, no lo diremos.

Los dos ejemplos anteriores son verdades del pueblo.

La economía social es fuente de empleo de calidad y responsable con el medioambiente” es una realidad social (y es emancipatoria) pero no es una verdad del pueblo. Poca gente sabe exactamente qué es la economía social y cómo funciona, y desde luego esta afirmación no es una afirmación que se escuche habitualmente en los bares o en los centros de trabajo.

La última división categórica que quiero introducir es que existen realidades sociales que, si son expresadas en público en boca de personas o colectivos a los que escucha y presta atención mucha gente, generan una respuesta agresiva contra el mensajero por parte de los poderes establecidos. Un buen ejemplo que me viene a la cabeza es cuando los sectores mediáticos más cavernícolas y buena parte del PP comparaban a la PAH con ETA por defender la Convención de los Derechos Humanos y poner al capitalismo financiero frente a sus vergüenzas.

Por supuesto, también hay realidades sociales que despiertan la indiferencia o incluso el aplauso de los poderes establecidos.

A grandes rasgos, he aquí una tabla que resume el tipo de respuesta oligárquica a los diferentes tipos de realidades sociales cuando éstas son expresadas:

Desde mi punto de vista, “decir la verdad” en el sentido de Podemos es un debate que tiene que ver con las afirmaciones de tipo 1: aquellas que, al ser emancipatorias y, a la vez, vistas como ciertas y difundidas activamente por la gente, generan adhesión en torno al que se atreve a amplificarlas en público, ponen por tanto en peligro el sistema de privilegios y despiertan el consecuente ataque sobre el mensajero por parte de los privilegiados.

En ningún caso “decir la verdad” en el sentido de Podemos sería (para mí) esa estrategia no muy eficaz (y a lo mejor tentación perenne de cierta “izquierda”) que sostiene que el camino dialéctico hacia la revolución democrática pasa por “mostrar a los de abajo los mecanismos que les oprimen” y aportarles datos e información de calidad (y que no conocían previamente) sobre la realidad social en clave pedagógica. Eso estaría representado en el tipo 2 del esquema anterior y, al no tratarse de verdades del pueblo, hablamos de mensajes poco peligrosos (al menos en el corto plazo) para el sistema de privilegios y que, por tanto, no despiertan más que la indiferencia de los privilegiados. En mi opinión, pensar que “decir la verdad” en el sentido de Podemos sea decir verdades de tipo 2 es no sólo incorrecto sino además construir hombres de paja.

Esto no supone que yo niegue el poder de la educación y la pedagogía a la hora de modificar la sociedad en el medio plazo; de hecho, creo que es la única vía. Tampoco estoy diciendo que los que tenemos el honor de ser escuchados por mucha gente nunca tengamos que enunciar afirmaciones de tipo 2 y ayudar así, en la medida de nuestras posibilidades, a que la batalla del medio plazo se gane también; de hecho, yo enuncio habitualmente afirmaciones de tipo 2 en los medios de comunicación.

Lo que sí estoy diciendo es que una de las características diferenciales del discurso de PODEMOS es un reconocimiento de que las afirmaciones de tipo 1 son mucho mejor herramientas que las de tipo 2 para la disputa política y que, cuando mucha gente (incluido yo mismo) dice que “los de PODEMOS dicen la verdad”, se refiere a que no tenemos miedo de pronunciar afirmaciones de tipo 1.

Una vez que esto queda claro y bien definido, se plantea una dicotomía táctico-estratégica ahora ya simple de enunciar: ¿Deben los portavoces de Podemos expresar en público realidades sociales, emancipatorias y verdades del pueblo (esto es, de tipo 1) o es mejor callarse?

Si nos fijamos, tanto responder afirmativamente como negativamente a la pregunta anterior configura dos posiciones antagónicas pero legítimas las dos.

Al fin y al cabo, decir afirmaciones de tipo 1 tiene ventajas (cohesión popular en torno al mensajero y posibilidad de empujar la emancipación en clave democrática), pero también tiene desventajas (ataque por parte de los poderes establecidos y posible debilitamiento, como consecuencia, del prestigio o credibilidad del mensajero y su proyecto). El optar por callarse las afirmaciones de tipo 1 tiene, a su vez, las ventajas y desventajas que son espejo de las anteriores: menor posibilidad de emancipación popular, pero también menor riesgo de ataque oligárquico.

Evidentemente, los límites categóricos no son nítidos sino borrosos y la dicotomía que se plantea es por lo tanto cuestión de grados. No tienen ni el mismo potencial emancipatorio ni el mismo riesgo de ataque oligárquico, por ejemplo, las dos siguientes afirmaciones, ambas de tipo 1:

La reforma laboral del PP es lesiva para los derechos de los trabajadores.”

Hoy el periódico El País compite en los kioskos de Madrid por ver quién defiende a Mariano Rajoy. [...] No habla bien de nuestra democracia que, cuando uno va a un kiosko en Madrid, todos los periódicos en papel defiendan que Mariano Rajoy tiene que ser Presidente del Gobierno.”

La segunda, que menciona directamente a los medios de comunicación, es previsiblemente más peligrosa para el mensajero.

De hecho, al día siguiente de enunciarla Pablo Iglesias en público (el pasado 7 de octubre), el periódico de mayor tirada de España predecía en portada (y olvidando, convenientemente y como si nada, que el principal partido de las últimas décadas seguía implosionando) un sangriento Consejo Ciudadano Estatal de Podemos que, sin embargo ¡oh sorpresa!, se desarrolló ese mismo día en un sentido fraterno y de debate político, en desafiante negación de la portada.

Por eso, es completamente legítimo que uno piense que los costes son demasiado altos y que, por tanto, es más inteligente callarse ciertas realidades sociales, aunque sean emancipatorias y aunque las esté diciendo el pueblo en la calle. Como es también legítimo pensar (como tiendo a pensar yo) que el coste que se paga en el corto plazo se suele recuperar en el medio y largo plazo gracias a la valentía demostrada, la coherencia y la mayor conexión con la gente.

Ambas posiciones son legítimas y por tanto el también debate lo es.

Un debate que espero haber enriquecido aunque haya planteado un esquema relativamente sencillo y al que aún le faltan dimensiones importantes: ¿Qué gente expresa qué realidades? ¿El objetivo del mensajero está en el corto plazo o en el medio? ¿Por qué algunas afirmaciones generan más respuesta oligárquica y qué tiene esto que ver con la elección de adversarios? ¿En qué medida depende esto del tono, el contexto o las palabras elegidas para hacer la afirmación? (Por no mencionar que me he quedado única y voluntariamente en la estrategia discursiva.)

Es obvio que falta completar el esquema pero también es obvio que su poder explicativo no es baladí.

No sólo nos ha permitido distinguir entre “decir la verdad” en el sentido de Podemos (tipo 1) y su hombre de paja (tipo 2). También arroja explicaciones que no esperaba cuando lo pensé y lo diseñé (señal de que el modelo captura algo no trivial).

Por ejemplo y como pequeño test final, ¿sabría el lector o lectora determinar qué tipo de afirmaciones buscará y repetirá incansable ese nuevo tipo de populismo cuñado, reaccionario y pro-oligárquico que ha aparecido en los últimos años en España?

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