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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Salir de la manada

Maru Díaz

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Hace unos años, enfrascada en la redacción de mi inacabada tesis doctoral, recuerdo haber leído una cita del escritor búlgaro Elias Canetti que decía: “Cuando la manada forma un círculo alrededor de su fuego, cada cual podrá ver a sus vecinos a derecha e izquierda, pero la espalda está libre, la espalda está abiertamente expuesta a la naturaleza salvaje”. La cita parece inofensiva, sin embargo, en estas últimas semanas y sobre todo tras la puesta en libertad de los cinco violadores de la manada, la frase recobra un nuevo sentido, haciendo que una afirmación que en otro momento hubiera pasado desapercibida hoy nos sirva como marco para explicar lo inexplicable.

En la cita, Canetti expone que los miembros de una manada siempre mantienen expuesta su espalda, tienen salida. Ellos forman parte de un grupo, de un “círculo que gira en torno al fuego”, pero nada les impide salir del círculo, salir de la manada, dejar de mirar el fuego. Su espalda no necesita ser vigilada, no tienen miedo y, por ello, se alían con los de al lado sin tener que prevenir un ataque por la espalda. ¿Por qué? Quizás porque el afuera de la manada, la “naturaleza salvaje”, no sea tan distinto de lo que se hace dentro, por lo que los miembros no tienen que tener miedo al rechazo, a la condena o a la agresión. El afuera de su manada los protege o como mínimo no condena que se agrupen o se alíen para mirar el fuego.

Nada más revelador para esta hipótesis que lo ocurrido en nuestro país con la violación en grupo en Pamplona. Los cinco agresores, en círculo, rodean a la víctima y la violan y no velan por su integridad a la vez, al contrario, introducen a un potencial sexto espectador que, a través de la cámara que graba la atrocidad, podría desde fuera de la manada legitimar su acción. Tras la agresión no huyen por miedo a ser descubiertos, se disuelven de nuevo en la multitud porque esa multitud saben que silencia las agresiones, justifica las violaciones e incluso las despenaliza como pasó finalmente con la nefasta sentencia. Y cuando ya están entre rejas, aun con una sentencia injusta, obtienen la libertad porque no hay indicios de que vayan a huir. ¡Claro!, no les hace falta.

¿Qué hay alrededor de la manada, fuera de ella? Una cultura patriarcal que cubre las espaldas de los agresores. Preguntas como “¿qué hacía la chica sola?” o “¿pero dejó claro que no quería?” son las armas que desde fuera de la manada velan por la integridad de los agresores y auxilian la espalda de estos hombres que se sienten protegidos para practicar sus fechorías. Ellos no necesitan mirar hacia atrás cuando caminan, pues el mundo que hay fuera de su círculo no les es hostil, y es ella la que no sólo sufrirá la agresión sino que al terminar tendrá que proteger su espalda porque el afuera, el sistema, la va a cuestionar, a seguir y a señalar.

Esta es la cultura de la violación en la que vivimos en nuestro país. La que contempla como factible poner un altavoz a un violador para que cuente su historia desde el sofá de su casa. Una cultura que, en lo más profundo de su ser, justifica que el sujeto hombre posea el objeto mujer del que es legendariamente propietario, sobre el que tiene derecho de uso y disfrute. La cultura que nos enseña a nosotras a evitar ser violadas, en vez de desterrar como sujetos abyectos a aquellos que violan. La cultura que erotiza la negación y la resistencia, que erotiza el exceso y el abuso, que erotiza el NO e incluso nuestro miedo. En esta cultura el maltratador que agrede, pega, viola, insulta, veja, acosa, intimida, amenaza y mata consigue el silencio cómplice en el descansillo de su casa. Las penas le son laxas porque el sistema no interioriza que es imposible sostener un pacto social si jugamos a infravalorar el maltrato sobre la mitad de su población.

El afuera es cómplice de la manada, como la sentencia y la libertad lo son de lo que pasó hace dos años en aquel portal. Porque el mayor apoyo que encuentra el maltrato es el de la mirada benevolente e incluso esquiva, aquella que no hace daño, que no les señala como non gratos en nuestra sociedad, que no pone en riesgo sus espaldas. La mirada del que jamás reconocerá que desearía formar parte de la manada.

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