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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Los juegos del hambre

Maru Díaz

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Hace unos días, cuando este país todavía tenía a un presidente de un gobierno tocado por la indignidad, desayunábamos día sí y día también con el mantra de que el final de la crisis ya había llegado. “¡Bendito Rajoy!”, nos decían, “que se encontró una España devastada y con su esfuerzo ha conseguido llevar el barco a tierra”. Estos días hemos confirmado que más que con su esfuerzo ha sido a pesar de sus políticas, de su nefasta gestión y de la delincuencia manifiesta de su partido. En cualquier caso, la idea de que lo peor ya ha pasado parece haber calado en el imaginario colectivo, sin embargo, poco se explica de cómo sale nuestro país, de cómo sale nuestro sistema económico y social, de esta estafa.

Mucho se escribió sobre “los felices años 20” alemanes previos a la segunda guerra mundial y mucho también sobre la década posterior al hundimiento. Nadie es igual después de una guerra, después de una gran crisis, y probablemente nada es igual en nuestro país después de esta década de recortes, privatizaciones y pérdida de derechos. La llamada “salida de la crisis” no nos devuelve a la España del 2005 como si de un túnel circular se tratara. La salida de la crisis no es más que la entrada en una nueva pantalla donde vivimos normalizando la precariedad generaliza. Hacía falta esta estafa de crisis para que dejáramos de percibir a los mileuristas como la clase más baja del sistema y salimos de ésta convirtiendo lo que en 2008 era algo desdeñable en el horizonte al que aspirar.

Así que más que una crisis, lo que hemos vivido estos años son nuestros propios “juegos del hambre”, al más puro estilo Collins, enfrentando a la gente entre sí para imponer un modelo de capitalismo salvaje en el que, en el mejor de los casos, sólo puede ganar uno. Y el resto, tras la batalla, quedan tocados, sumisos y condescendientes con el nuevo mercado. A los perdedores de esta singular batalla, la mayoría, se les enseña a vivir con resignación, a asumir la precariedad como el resultado inevitable de este juego salvaje.

La crisis lo ha cambiado todo. Ya no hay pobres y clase media, si es que alguna vez hubo algo parecido, sino una clase media empobrecida cuyos hijos jamás vivirán mejor que sus padres. Incluso los lemas más revolucionarios, “el trabajo dignifica”, dejan de tener sentido en una sociedad donde muchas trabajan sin cobrar y el empleo ya no es la garantía para salir de la pobreza. Trabajadores pobres, parados de larga duración, pensionistas y jóvenes precarios... Estas son las nuevas identidades de un sistema cuyo modelo económico ha saltado por los aires, donde el trabajo no garantiza el orden social porque no hay trabajo para todos y donde el empleo no te libra de la pobreza. ¿El resultado? Que las viejas respuestas ya no sirven, porque ya no hay una minoría pobre sobre la que trabajar e incluir en el sistema social, sino una mayoría a la que se le exige vivir peor.

Esto es lo que está detrás del problema al que nos enfrentamos con la ley de Renta Social Básica del PSOE en Aragón. Su modelo afronta la pobreza desde los servicios sociales, teniendo como horizonte unas medidas para paliar una minoría de pobres excluida socialmente del sistema, pero es que el mundo hace años que dejó de ser así.

La apuesta de Podemos por una Renta Garantizada es la respuesta a la cronificación de la precariedad y a la inutilidad del empleo como mecanismo de inclusión en el sistema social. Esta renta garantizada no puede ser entendida como una ayuda de caridad para los pobres, sino como un cambio de paradigma en el modelo económico de un sistema cuyas reglas de mercado ya no garantizan por sí solas la sostenibilidad económica de nuestras vidas.

El modelo de renta del PSOE establece ayudas a cambio de que las personas sin recursos afronten planes de inclusión social, colocando la responsabilidad de la pobreza en el sujeto que la sufre. El problema es que, tras la crisis, la causa de la falta generalizada de recursos económicos es de un sistema que ha empobrecido el trabajo y expulsado a un porcentaje altísimo de personas del mercado laboral. Uno ya no es pobre por no encajar en la sociedad sino que es precario precisamente como elemento central de un nuevo sistema social. Y es ahí donde entran las administraciones para poner freno y contrapeso al capitalismo salvaje de los juegos del hambre, y lo hace no por caridad con aquellos que sufren sino por reconocimiento de que todo contrato social justo tiene que garantizar, al margen de las derivas del mercado, a aquellos que lo suscriben las condiciones materiales para el derecho a una vida digna.

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