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Yesa, el pantano que salva y amenaza a Zaragoza y su ribera

Los trabajos de recrecimiento de Yesa fueron adjudicados en 2001 y siguen sin fecha de finalización.

Eduardo Bayona

Zaragoza —

El pantano de Yesa, en el tramo medio del río Aragón, a caballo entre esa comunidad y Navarra, lleva casi sesenta años atenuando los efectos que las crecidas de ríos navarros como el Ega y el Arga provocan en la ribera zaragozana del Ebro. Desde hace dos décadas, a esa labor de laminación de las avenidas, en la que desde 2002 colabora el embalse de Itoiz, en su afluente Irati, se le han sumado las sombras que proyecta su polémico proyecto de recrecimiento ante la inestabilidad de las laderas del embalse y un eventual riesgo de rotura cuyas consecuencias resultarían devastadoras para todo el tramo medio del Ebro, según los expertos en dinámica de fluidos.

Yesa, que entró en servicio en 1960, regula las aguas del Aragón, uno de los principales afluentes pirenaicos del Ebro, con dos objetivos fundamentales: abastecer de agua de regadío al Canal de Bardenas y laminar las crecidas que los afluentes provocan en el tramo medio del Ebro. Tiene capacidad para almacenar 447 hectómetros cúbicos de agua, que, lodo acumulado al margen, equivalen a la demanda de agua de una ciudad como Zaragoza para más de siete años.

La causa principal de las crecidas y riadas que sufre la ribera zaragozana del Ebro ha sido históricamente la aportación de cuatro afluentes cuyas cuencas se concentran en una distancia de apenas doscientos kilómetros, lo que hace que los episodios de intensas precipitaciones en el Pirineo central provoquen crecidas prácticamente simultáneas. Se trata, de este a oeste, del Aragón, el Irati, el Arga y el Ega, estos dos últimos sin presas que regulen sus variaciones de caudal.

La mitad de la riada de diciembre se quedó en Yesa e Itoiz

Los efectos de unos y otros fueron claramente diferentes en el último episodio de crecidas, el de mediados de diciembre: el Arga, con 806 metros cúbicos por segundo la tarde del día 14, aportó la mitad del caudal de 1.538 que llegó a Zaragoza en ese episodio, a los que se añadían otros 138 de Ega. Entre los dos aportaban más del 60% del caudal de la avenida, a la que se sumaban las aportaciones de otros cauces como el Trueba, el Araquil o el Ulzama, que tuvieron carácter extraordinario.

También lo tuvieron las del Irati, aunque esa crecida se vio laminada por las maniobras de otra presa de Itoiz, que llegaron a impedir que 550 metros cúbicos por segundo circularan por el cauce. En Yesa, donde la avenida no fue extraordinaria, la laminación alcanzó los 900, según datos de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE).

Es decir, que solo con la ausencia de esas dos presas, y sin incluir los efectos de otras como Eugui (50), Urríunaga (100) y Ullívarri (80), la riada habría superado los 3.000 metros cúbicos por segundo en Zaragoza, más cerca de los devastadores 4.100 de 1961 que de los 1.500 de este mes.

Las 'escrituras' del Ebro

Otra cosa es que los daños económicos que provocan las crecidas ordinarias puedan llegar a resultar incluso mayores que los causados entonces como consecuencia de la creciente ocupación del cauce, especialmente a partir de esa histórica riada de principios de los años 60, mediante motas y diques que se han instalado obviando las 'escrituras' del Ebro: la tierra que anega una crecida ordinaria es ni más ni menos que la del cauce del río; de hecho, ese es el límite que separa la crecida de la riada.

Esas 'escrituras', y su ocupación de una manera violenta por el río, son la causa fundamental de la preocupación que genera el proyecto del recrecimiento en medios ambientalistas y científicos: la eventual rotura de la presa, una vez recrecido el pantano a 1.079 hectómetros cúbicos, generaría una riada de 64.000 metros cúbicos por segundo que, tras engullir varias localidades ribereñas, llegaría a Zaragoza en 25 horas con un caudal de 16.000 para sumergir bajo un manto de agua de siete metros los barrios del Actur y La Almozara y alcanzar 2,5 en la plaza del Pilar, según las estimaciones del geólogo Carlos Revuelto sobre los efectos de ese colapso en el tramo bajo del Aragón y el medio del Ebro.

Esos temores tienen varias causas: las laderas del vaso sufren deslizamientos, aunque los movimientos son mínimos según el seguimiento técnico que efectúa la Che, y la propia construcción ofrece magnitudes de disparate, con un presupuesto que se ha cuadruplicado al pasar de 113 a 440 millones mientras sigue careciendo de fecha de finalización casi 19 años después del inicio en mayo de 2001. Los retrasos se han debido a la inestabilidad de las laderas y a la necesidad de replantear el diseño para garantizar la seguridad de los apoyos de la presa.

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