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“La percepción sobre cuánto comen los niños no es real”

Luis Moreno.

Ana Sánchez Borroy

Zaragoza —

El Centro de Investigación Biomédica de Aragón (CIBA) de Zaragoza se alza en un espacio situado entre el Hospital Clínico Lozano Blesa, la Facultad de Medicina y la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza. Era difícil encontrar una ubicación mejor para un edificio que pretende ser punto de encuentro de investigadores del ámbito de la biomedicina.

De camino al despacho en el que charlaremos, Luis Moreno (Bellavista-Callao, Perú, 1958), nos muestra que las paredes se han ido decorando con recuerdos de becarios de distintos países que han participado en el grupo de investigación Growth, Exercises, Nutrition and Development (Genud). La Catedra Ordesa de Nutrición Infantil, la única en España especializada en este ámbito, también es fruto de la colaboración: de la Universidad de Zaragoza, la Universidad de Cantabria y Laboratorios Ordesa.

¿Cuáles son las principales conclusiones del Libro Blanco de la Nutrición Infantil en España, que acaba de publicar la Cátedra Ordesa?Libro Blanco de la Nutrición Infantil en España,

Lo más importante es que por primera vez se ha hecho un esfuerzo sistemático para analizar la situación. Más de 100 especialistas han abordado más 50 temas, hay muchísimas conclusiones y hemos identificado multitud de tareas pendientes. Para resolverlas todas, miles de personas tendrían que trabajar durante decenas de años y también tenemos el desafío de trasladar nuestro estudio a los profesionales de los centros de salud, farmacias y colegios para que ellos, a su vez, lo transmitan a las familias. Entre todo ese trabajo, solemos destacar el análisis sobre la obesidad infantil. No hay mejor sitio en España para estudiar este problema que en Zaragoza, porque es uno de los lugares del mundo donde mejor se conoce a la población infantil: aquí hay estudios muy documentados desde los años 70. De hecho, el primer estudio en España sobre la obesidad infantil se hizo también en Zaragoza, en 1984, coordinado desde la Universidad. Ya en aquel momento se detectó que había un porcentaje relativamente elevado de obesidad: en torno a un 5 % de la población infantil. Ese porcentaje ha aumentado mucho, sobre todo, hasta el año 2000. Desde entonces, parece que las cifras se mantienen estables, aunque en unos niveles muy altos: alrededor de un 25 % de la población infantil tiene sobrepeso u obesidad. 

¿Qué recomendaciones hacen frente a la obesidad infantil?

La obesidad, especialmente en los niños, es un problema social, en el que influyen muchos factores. El primero es la genética; de hecho, la genética es responsable del 60 % de nuestra composición corporal, la cantidad de grasa que tenemos. Esto se entiende bien cuando nos fijamos en que hay personas muy susceptibles a la obesidad, que engordan fácilmente con pequeños excesos de consumo de calorías. Frente a ellos, están los que llamamos “delgados constitucionales”, que no varían de peso aunque consuman 5.000 o 6.000 calorías diarias, que es lo que consumía Induráin cuando hacía el Tour de Francia. Más allá de los números que recibimos en el sorteo de los genes, tendríamos el consumo excesivo de alimentos y de calorías o la falta de actividad física. Tanto para una cosa como para la otra, el entorno condiciona muchísimo. Por ejemplo, si compramos alimentos con densidad de calorías altas, es más fácil que un niño los consuma en casa. Y esa compra, en parte, está condicionada por la publicidad, por la disponibilidad, por el precio... En cuanto a la actividad física, para los niños antes era muy fácil salir a la calle y ponerse a jugar en un patio. Las características de las ciudades, la seguridad y el tipo de educación han cambiado eso totalmente. Hasta hace un tiempo, todos los cambios nos llevaban a que aumentase la obesidad.

¿Por qué?

Porque todo nos incitaba a consumir más alimentos; además, los más apetecibles y los más baratos eran los que más fomentaban la obesidad. La tendencia también nos encaminaba a acumular muchos aparatos de televisión, de videojuegos, consolas, etc., que consiguen que los padres estén tranquilos y los niños entretenidos durante horas y horas. Yo creo que poco a poco eso ha empezado a cambiar. Nos hemos dado cuenta de que la obesidad es un problema, hay mucha información sobre la alimentación y los padres, niños y adolescentes conocen lo que es mejor y peor. Por ejemplo, en Zaragoza hace diez años no había ningún carril bici. Ahora tenemos muchos y eso fomenta que la gente y los niños sean más activos.

Llama la atención el porcentaje de niños con sobrepeso o con obesidad si tenemos en cuenta que la principal preocupación de los padres suele ser que sus hijos no comen...

Sí, sobre todo en los niños más pequeños. Ocurre que la percepción de lo que comen los niños, de nuestra imagen corporal, de lo activos que somos... en general, no corresponde a la realidad. La mejor evidencia de que el consumo de alimentos es suficiente es que los niños crezcan bien. En las consultas de pediatría de seguimiento del niño sano del sistema sanitario, casi siempre, lo que se observa es lo contrario: el exceso de ganancia de peso. Hay que identificarlo cuanto antes para transmitir una serie de recomendaciones.

Habla de la cantidad de comida, ¿han estudiado si la alimentación actual es suficientemente variada?

Efectivamente, la base de nuestra alimentación deberían ser los alimentos basados en los cereales, como el pan, la pasta, el arroz… a ser posible, no refinados. Después, en la pirámide nutricional iría la fruta y verdura. En el tercer piso estaría la leche y sus derivados y la carne, que hay que consumir con moderación, pero no eliminar de la dieta. Del resto, chucherías y embutidos, había que comer muy ocasionalmente. Hoy en día, el consumo de alimentos en España ha convertido esa pirámide casi en un rectángulo. Hay una carencia importante de consumo de cereales, especialmente de los integrales. En el medio en que vivimos, no tenemos disculpa si no consumimos frutas y las verduras. ¿Quién no se come a gusto un melocotón de Calanda o una naranja de Valencia? Son frutas riquísimas. Probablemente, a la población infantil, no se le insiste lo suficiente. Sin querer culpabilizar a nadie, creo que somos demasiado permisivos y que deberíamos valorar nuestra actitud con nuestros hijos cuando dicen que no les gustan las judías verdes o la borraja. Hay que insistirles.

¿Qué otros problemas se han analizado?

Hemos comprobado que hay porcentajes relativamente elevados, entre un 3 % y un 5 %, de niños con falta de hierro, algo que puede conducir a una anemia en los casos más extremos. Además, sin llegar a sufrir anemia, la carencia de hierro puede originar una disminución del rendimiento intelectual. El problema es que, en general, tanto la obesidad como la carencia de hierro se observan más en familias que tienen un nivel socio-económico menor, con lo que se compromete el futuro de estos niños. También hemos estudiado el aumento de la frecuencia de las alergias, las alimentarias en particular. No hay una explicación clara que responda a cuál es la causa de este aumento, que implica muchísima carga asistencial y condiciona la vida de los pacientes. Y otra conclusión importante es la repercusión de la nutrición precoz: al menos desde el momento de la concepción, los nutrientes que recibe el feto están programando lo que va a ocurrir posteriormente. Si el niño, durante la gestación, recibe poca cantidad de nutrientes por un problema en la placenta, por una alimentación de la madre inadecuada o por estar expuesta a otros factores de riesgo como el consumo de tabaco; ese niño se programa para vivir en situaciones de poco aporte de nutrientes. Sin embargo, cuando nace, en muchas ocasiones se le expone a lo contrario: a un exceso de aporte de alimentos y de calorías. Esa es la peor combinación. 

¿Puede darse este caso porque la madre coma poco durante el embarazo?

Es menos frecuente en nuestro medio, aunque sí ocurre en países menos desarrollados o en momentos puntuales de crisis alimentaria. Por ejemplo, la primera vez que se observó este fenómeno bien documentado fue en la hambruna de Holanda durante la Segunda Guerra Mundial, por el invierno en el que estuvieron invadidos por Alemania. Las mujeres que estaban embarazadas durante ese invierno tuvieron niños más bien pequeños y se ha visto que después han sufrido más obesidad, más diabetes de tipo 2, más enfermedades cardiovasculares...

¿Qué le parecen los productos que se anuncian especialmente diseñados para niños?

No han sido objeto del libro y cada uno es distinto. Probablemente, en un niño normal, con una alimentación normal, no sería necesario administrarles leches de continuación. Pero sí en un niño con dificultad para comer o con algún problema de salud, porque tiene una composición óptima de nutrientes que le sirven si no se le aportan con la alimentación habitual. En los cereales y papillas, todo es susceptible de mejorarse, pero, sobre todo, no debemos culpabilizar a las empresas alimentarias. Aunque su primer objetivo es tener beneficios, creo que se esfuerzan en mejorar la calidad de los alimentos. Lo ideal sería que una mamá, con todo su cariño, prepare a los niños una comida hecha en casa con el método tradicional. Todos entendemos que hay casos en que eso no es posible hoy en día. Lo recomendable es recurrir a ese tipo de productos lo menos posible y buscar el de más calidad.

¿Qué opina de los menús de los comedores escolares?

Ahora, al menos, hay una normativa sobre comedores escolares consensuada con muchas sociedades científicas. Como marco, es una normativa muy buena, pero hay que llevarla a la práctica con unos recursos limitados. No es solo la teoría de que el primer plato sea verdura, sino que hay que plantearse qué están comiendo los niños realmente y eso puede depender de que esa verdura sea de más o menos calidad y más o menos apetecible. En todo caso, el comedor es un espacio ideal para hacer educación nutricional.

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