Sembrar futuro: los huertos de Zaragoza resisten a los nuevos modelos cultivando valores y comunidad
En medio del asfalto y el ruido de Zaragoza, hay pequeños oasis donde la vida crece al ritmo lento de la naturaleza. Los huertos urbanos, impulsados hace más de una década, no solo son espacios para cultivar tomates o alcachofas, sino lugares de encuentro, aprendizaje, concienciación y resistencia verde. En ellos, los ciudadanos dejan de ser meros espectadores de la naturaleza para convertirse en protagonistas.
De terrenos descuidados a pulmones urbanos activos
En 2012, el consistorio zaragozano apostó por un modelo de huertos de kilómetro 0 con los objetivos de recuperar suelos fértiles históricos, regenerar biodiversidad, apoyar nuevos agricultores ecológicos y ofrecer a la ciudadanía zonas de disfrute activo. Desde entonces, iniciativas como el Hortal del Canal, el Parque del Agua o Parque Goya se han convertido en auténticos ejemplos de éxito al superar las 600 parcelas ecológicas para el disfrute de todos.
“Cuando empezamos, era una iniciativa muy verde, en todos los sentidos”, recuerda Tomás Rodrigo, gerente de Plantae, empresa gestora de los huertos del Parque del Agua que inició esta transformación urbana. “Había que presentar proyectos y mejorar el terreno; todo era un reto”, afirma.
Por otro lado, el Hortal del Canal está gestionado por la Asociación Doce, una organización para la creación de entornos de aprendizaje. Desde ella, un grupo de profesores especializados levantaron tres hectáreas de huerta comunitaria en una zona “inmejorable”.
Así lo explica la gerente María Pilar Bescós, quien comparte que ha costado casi 10 años sanear el proyecto y construir todas las instalaciones. “Obtuvimos 80.000 euros de subvención al principio, pero había que hacer muchas más obras y no llegaba. Por eso nos ha costado tanto tiempo, porque hemos ido trabajando sin cobrar, como por amor al arte”, valora.
Ahora, además de las parcelas, cuentan con árboles autóctonos cuidados, nuevos frutales, zonas de sombra, biodiversidad, espacios de ocio y actuaciones en favor de las aves junto a SEO Bird Life.
“Es una zona muy agradable y un complemento perfecto para vivir en un piso, que es la forma de vivienda más sostenible. Además, puedes decidir qué plantar y tener contacto con la tierra. Haces y deshaces como quieres, y, de manera económica, tienes tu momento de paz”, añade.
Del mismo modo, Rodrigo reconoce que este tipo de huertos también pueden funcionar como “espacios de iniciación” en los que “la gente pueda probar y ver si le gusta” para después tener huertas más tradicionales a las afueras de la ciudad.
Más que cultivo: crear comunidad y bienestar emocional
El huerto urbano no solo produce hortalizas, sino también redes humanas. “Aquí ves amistades entre personas de diferentes clases sociales, edades y realidades”, destaca María Pilar, quien también pone en valor las actividades gratuitas que se llevan a cabo desde el Canal como, por ejemplo, con el Instituto de Rosales del Canal, la Zona Joven o el Programa 12 Lunas.
Aunque la mayoría son personas jubiladas o prejubiladas, en el Parque del Agua existen diez huertos para entidades sin ánimo de lucro como AFDA, la Asociación de apoyo al tratamiento de ansiedad y depresión en Aragón.
Su coordinador general, Javier Mediel, confirma que “el huerto no solo es un espacio para cultivar alimentos, sino también un lugar de encuentro, de aprendizaje y de conciencia”. “Nos permite relacionarnos en un entorno verde y a valorar lo que comemos. Además, tiene un impacto directo en la salud, en el bienestar emocional y en el sentido de pertenencia al barrio o comunidad”, añade.
Al mismo tiempo, asegura que “es una actividad creativa, una alternativa de ocio y una nueva forma de relación personal y con el entorno urbano” en un momento en el que “estamos acostumbrados al espacio gris de la ciudad”.
Por otro lado, Pablo, hortelano desde hace año y medio, comparte esa percepción: “Es una afición que engancha. Vas viendo progresos, recogiendo cosechas y compartiendo con los demás”.
Pese a que “al principio puede dar un poco de pereza ir” y cueste adquirir el hábito de cuidar el huerto, “luego estás ahí y no volverías”. “Se aprende de todo, de los errores, de los compañeros, de la naturaleza”, asiente.
A medio camino de recoger las cosechas de invierno para dar paso a las de verano, los hortelanos pueden disfrutar de estas parcelas, que suelen tener 50 m2, de manera activa. En este sentido, María Pilar pone en valor que “aquí las personas son protagonistas y no como en otras zonas verdes, como parques, donde solo se está de espectador”.
Lista de espera y falta de expansión
Estos espacios tienen ahora una ocupación del 100%, algo que afianza su éxito, pero conlleva listas de espera y la necesidad de crear más huertos en la ciudad. En el caso del Hortal del Canal, Bescós contabiliza que son 380 los huertos en activo y, aunque celebra la fidelidad de muchos de los usuarios, también lamenta la lista de espera, que está en 428 personas.
“La movilidad no es muy grande. Puede haber un cambio de 40 huertos al año, entre bajas y altas. Ahora estamos llamando a gente que se apuntó en la primavera de 2023. Antes solo tenían a 160 personas por delante, ahora, los que se apunten, no sé cuánto tendrán que esperar”, remarca.
Por ello, la gestora de ese Hortal demanda una ampliación de estos proyectos, que “funcionan, son autosostenibles y deberían replicarse más fácilmente”. Sin embargo, según indica, existe falta de voluntad política y una escasa prioridad porque tampoco recibieron respuesta institucional a un proyecto innovador de huertos móviles que aprovechaban solares vacíos hasta que fueran destinados a otra causa.
Amenazas más allá de lo urbano
Además de no contar con una apuesta clara que incida en la ampliación de estos huertos urbanos, tampoco el futuro periurbano es del todo verde.
Esta incertidumbre es con la que viven zonas como la Huerta de Movera, un espacio esencial para la sostenibilidad, la producción de alimentos de proximidad y el equilibrio ambiental del territorio. Sin embargo, pese a su gran valor agrícola y sus suelos de regadío, los nuevos modelos energéticos fuerzan su desaparición.
La Plataforma en Defensa de la Huerta de Movera, en Zaragoza, ha manifestado su preocupación ante la próxima concesión de licencias para la instalación de parques fotovoltaicos en su entorno a pesar de la Modificación 214 del Plan General de Ordenación Urbana, en la que se protegían estos suelos y se evitaba su ocupación por infraestructuras industriales.
Y, aunque los vecinos no se oponen a la energía limpia y apoyan las renovables, sí reclaman que su emplazamiento se realice en terrenos industrializados, donde no cause un impacto negativo en el ecosistema.
A esta idea se suma Tomás Rodrigo, quien además de reconocer que la presión inmobiliaria y la expansión urbana es un problema que afecta a las zonas naturales que sobreviven, señala que “es absurdo instalar fotovoltaicas sobre terrenos agrícolas fértiles cuando existen alternativas”.
“Con lo complicado que es generar una tierra capaz de cultivar, instalar paneles solares y echarla a perder… es un error. Me ahorro el adjetivo, pero no se plantearía en otros casos. Si ahí hubiera tierras raras, carbón, oro o plata, ¿alguien plantearía poner placas solares? Estoy seguro de que no”, afirma.
A su vez, hace hincapié en que en Zaragoza hay espacios públicos y privados que “nunca se van a desarrollar porque están con otra catalogación urbanística”, por lo que “es incomprensible que haya interés en colocar placas en un terreno que es oro”.
Un modelo para replicar
A pesar de que las zonas periurbanas están en posible alerta, los huertos urbanos de Zaragoza siguen demostrando que otro urbanismo es posible. Un urbanismo que reconecta con la tierra y que pone la salud y la cohesión social en el centro.
En palabras de Javier Mediel, estos huertos no solo cultivan alimentos, sino que hacen florecer “relaciones, conciencia, respeto y esperanza” poniendo el acento en la importancia de observar, esperar y cuidar.
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