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Sobre este blog

Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.

Monasterio, acelerador del voto de la izquierda

La candidata de Vox a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio en un acto público de Vox

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Una campaña electoral polarizada es una manada de caballos desbocados. El más leve incidente puede provocar una coz o una caída al jinete que se creía triunfador sin apenas despeinarse. No fue leve el incidente protagonizado por Rocío Monasterio el pasado viernes 23 en el debate de la Cadena Ser, cuando primero puso en duda las amenazas que habían recibido por carta con texto y balas Pablo Iglesias, el ministro Marlaska y la directora general de la Guardia Civil, después se negó a condenarlas y por último soltó toda una ristra de agresiones verbales a Iglesias (“¡lárguese, lárguese!”) y a la moderadora del debate, en las que se mostró como lo que sospechábamos que era: una autoritaria de ultraderecha con escasas convicciones democráticas. No fue un incidente leve, fue grave. Hizo ver a mucha gente y de modo claro que nuestra democracia, que creíamos asentada y estable, corre un serio riesgo inmediato de deterioro si una de sus principales instituciones, la Comunidad de Madrid, acaba siendo cogobernada por un partido, Vox, que es xenófobo, racista, homófobo y sectario, y del que varios de sus dirigentes exhiben evidentes pulsiones fascistas y antidemocráticas.

Los minutos que Monasterio creía de gloria no parecieron improvisados. Dos horas antes, en otra emisora, Radio Nacional de España, la dirigente de Vox ya había puesto en duda las amenazas de las balas de Cetme. Al debate de la Ser, donde sabía que iba a coincidir con Iglesias, iba a repetirlas y probablemente iba a lo que consiguió: reventar el debate y aprovechar la ausencia en la mesa de la candidata del PP, Isabel Díaz Ayuso, para tomar protagonismo e impulsar su propia campaña. Es probable que a buena parte de su electorado natural la entusiasmara con su actuación. Pero es seguro que indignó y movilizó mucho más a los muchísimos votantes de centro y de izquierda que aún dudaban sobre si ir a las urnas el próximo 4 de mayo y sobre qué papeleta meter en el sobre electoral. Desde el viernes pasado, muchos de esos votantes lo tendrán más claro: cualquier papeleta que sirva para frenar a Vox o para impedir un cogobierno de Vox con el PP. De pronto, el “libertad o comunismo” con que Díaz Ayuso polarizó cuando se supo que Iglesias dejaba la Vicepresidencia Segunda del Gobierno central para bajar a la arena autonómica madrileña se había convertido en el “fascismo o democracia” de la izquierda. Los minutos que Monasterio creía de gloria no solo fueron una vileza. Fueron también un error político. Las posibilidades de Ayuso de gobernar bajaron (aunque aún tiene muchas), las de Vox de entrar en ese Gobierno del PP también bajaron y las de la izquierda de sumar los suficientes escaños como para gobernar Madrid aumentaron de pronto.

El pasado jueves 22, víspera del viernes 23 de autos, una encuesta del CIS cuyo trabajo de campo se había hecho muy poco antes, el lunes 19 y el martes 20, tenía algunos datos muy interesantes para la izquierda. A esas fechas, el 19,6% del total de los entrevistados por el instituto demoscópico público decía a los entrevistadores que no sabía todavía a quién votar. En las elecciones a la Asamblea de Madrid podrán votar en total 5.112.658 personas. El 19,6% de ese censo es un poco más de un millón de personas. En las anteriores elecciones autonómicas madrileñas, cada escaño le costó a cada partido entre 23.800 y 25.500 votos. Un millón de electores que aún no han decidido sus votos –aunque es seguro que muchos de ellos no votaran finalmente, se abstendrán– son muchos escaños en danza, en función de, finalmente, por qué siglas se decidan.

Para la izquierda, lo interesante de ese 19,6% de indecisos eran los detalles de su perfil político. Entre los que votaron al PP en las anteriores elecciones autonómicas, sólo el 6,4% no sabía aún hace una semana a quién votar ahora. Entre los votantes de Vox de 2019, solo el 6,8% estaba indeciso el lunes-martes de la semana pasada. Dicho de otro modo: hace siete días, el votante de derechas estaba ya muy movilizado, había muy pocos indecisos entre ellos. En el resto del arco político, lo contrario: el 21,8% de los antiguos votantes del PSOE, el 21,7% de los ex votantes de Ciudadanos, el 19,6% de los votantes de Más Madrid y el 17,9% de los votantes de Unidas Podemos aún no sabían a quién votar ahora. Es muy probable que a muchos de esos indecisos de centro y de izquierda les haya ayudado Rocío Monasterio a decidirse.

Por lo demás, el viernes 23 acabó también sepultando los otros dos debates que estaban previstos. De la gestión de Díaz Ayuso y de los problemas reales de Madrid se hablará poco o nada en lo que queda de campaña electoral. Las campañas electorales polarizadas son manadas de caballos desbocados. Se vota en apoyo a alguien y también en contra de alguien. Y aún queda una semana para que algún otro incidente pueda pegarle una nueva sacudida al tablero.

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Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.

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