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Las cicatrices de Neuengamme. Viaje a la zona cero del sexto mayor campo de concentración del nazismo

Ofrenda floral sobre la zona donde se ubicaban las celdas de castigo en el campo de concentración de Neuengamme, Hamburgo

Patricia Martínez

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Benjamín Álvarez Carcedo era de Sama de Langreo. De febrero del 23. Hijo de Julio y Obdulia, fue el segundo de cinco hermanos. En 1937, ante la caída del Frente Norte, durante la Guerra Civil, la madre sale con sus hijos del puerto de Ribadesella. En Barcelona, la familia se reagrupa. Perdida la guerra, en 1939, todos cruzan la frontera con destino a Francia.

Es el episodio conocido como “La Retirada”, en el que toman parte medio millón de republicanos españoles. Dos años después, ya avanzada la II Guerra Mundial, Benjamín se une a la resistencia francesa para luchar contra en nazismo. Tras ser detenido, es deportado al campo de concentración de Neuengamme, en el entorno de la ciudad de Hamburgo, al norte de Alemania. Allí se le despoja de su identidad. Pasa a ser el 37.210. Muere con 22 años en otro campo al que había sido trasladado, el de Bergen-Belsen, a medio camino entre Hamburgo y Hannover.

La del langreano Benjamín es una de la historias que acompañan a la funesta crónica del campo de concentración de Neuengamme. Uno de los menos conocidos en el contexto del imaginario colectivo vinculado al nazismo. Fue, sin embargo, el sexto gran campo puesto en marcha en la Alemania de Hitler.

Neuengamme, más de 100.000 deportados

Situado en uno de los márgenes del río Elba, dependía al inicio, en su administración, del de Sachsenhausen. Sería autónomo desde junio de 1940. Por allí pasaron unas 100.000 personas durante la guerra. Hasta su liberación en mayo de 1945, el régimen nazi deportó a Neuengamme a más de 80.000 hombres y 13.000 mujeres.

Son, al menos, los que aparecen registrados con su correspondiente número de prisionero. Otros 6.000 no fueron inscritos. De todas estas personas, cerca de 43.000 fueron asesinadas. Se tiene constancia de que al menos 750 eran españoles. Compartieron detención, prisión, sufrimiento y vejaciones con franceses, rusos, ucranianos, polacos, italianos o belgas. De hasta una veintena de nacionalidades.

Con motivo del aniversario de la liberación de los campos y el fin de la guerra, se suceden en los distintos memoriales los actos de recuerdo a las víctimas de los horrores del nazismo. Las voces de los supervivientes y sus familiares proclaman estos días, desde los atriles, que sigue siendo necesario reivindicar la memoria para proteger la democracia frente al fascismo, el racismo y el populismo.

Han pasado 78 años desde que terminase la II Guerra Mundial pero las heridas siguen en proceso de curación. La sociedad alemana condena su pasado y lo hace abiertamente, sin aparentes complejos. Asume un aciago legado imborrable. Lo recuerdan quienes sobrevivieron. Hombres y mujeres que son testimonio vivo de aquellos años oscuros de la historia del país pero también los que nacieron cuando esos espacios, antaño escenario de hambre, muerte y devastación, ya se habían convertido en museos memoriales.

 En KZ Neuengamme es hoy un vasto espacio abierto. Apenas quedan en pie algunos de los edificios que formaron parte de este complejo, el mayor campo de concentración del noroeste de Alemania. Tres años después de su liberación, la ciudad de Hamburgo ordenó el derribo de la práctica totalidad de las construcciones originales, entre ellas los barracones donde los prisioneros dormían hacinados.

Ocho construidos en madera a los que se sumarían otros dos edificios de ladrillo entre 1943 y 1944. Unas estructuras de hierro rellenas de escombros de piedra recuerdan hoy el espacio que ocuparon estos barracones. Quedan vestigios de las cinco celdas de castigo del campo y un espacio bien delimitado señala el lugar que ocupó el crematorio. También se ha reconstruido parte de la línea férrea que comunicaba la ciudad de Hamburgo con Neuengamme. Hasta su entrada en funcionamiento, los prisioneros eran trasladados a pie hasta el campo.

Sí se conserva la fábrica de ladrillos que se ubicaba dentro del recinto y en cuya construcción y explotación eran forzados a trabajar los prisioneros. También el canal y la dársena sobre el río Elba. Lo que igualmente sigue en pie, prácticamente en el mismo estado en el que se encontraba tras la liberación, es la casa del comandante. El último en ocupar ese cargo fue Max Pauly, miembro de las SS que también era responsable de los subcampos asociados al KZ Neuengamme.

Tras las 'marchas de la muerte' sólo devastación

Durante la fase final de la guerra, los miembros de las SS ordenaron masivas transferencias de prisioneros hacia algunos de esos campos anexos. Es el caso de los de Wöbbelin o Sandbostel. A esos traslados se los conoce como las “marchas de la muerte”. No en vano, esos otros complejos, algunos de ellos aún en construcción, se convirtieron en auténticos morideros. Los prisioneros que estaban más débiles y enfermos apenas pudieron sobrevivir unos días. No había ni comida ni agua.  

Y hacía, probablemente, mucho frío. Como hoy. Apenas cuatro o cinco grados centígrados. La sensación térmica hace olvidar que ya estamos en primavera. Es 2 de mayo. Hace 78 años, las tropas estadounidenses entraron en Wöbbelin. Ahora un bosque ocupa el espacio por el que, en su momento, pasaron unos 5.000 prisioneros. Cerca de un millar murieron y de éstos, 15 eran españoles.

El nombre de Pascual Askasibar, natural de Elgeta, en Gipuzkoa, figura en el monumento que rinde homenaje a los fallecidos en Wöbbelin. Aparece grabado, junto a los nombres del resto de víctimas, sobre unos adoquines de pizarra entre los que se abren unas brechas que evocan las heridas que deja un terremoto sobre la tierra.

La instalación se inauguró en 2015 y hoy es el escenario sobre el que se rinde homenaje a esos prisioneros. Una ceremonia, con marcado carácter religioso, que sucede una mañana en la que el frío acompaña a la música de piano y clarinete. Jesús Mari Txurruka localiza el adoquín de su tío abuelo, hermano de su abuela. Pone una vela junto al nombre de Pascual. “Estoy emocionado, no contaba con encontrar esto”, dice, “apenas hace unos años que tuve conocimiento de su historia. Mi abuela jamás contó nada”.

La investigadora Ana García Santamaría se puso en contacto con él hace unos cinco años para informarle del hallazgo de la ficha que acredita el paso por Neuengamme y Wöbbelin de su tío abuelo y un objeto personal, un reloj de bolsillo, requisado por las SS tras su deportación. El reloj, que “estaba perfecto, como si hubiera salido recientemente de la fábrica”, dice Jesús Mari, se expone ahora, por deseo de la familia, en el Centro vasco de interpretación de la memoria histórica, que se ubica precisamente en Elgeta, lugar de nacimiento de Pascual Askasibar. 

Amical de Neuengamme y Balbina Rebollar

Por Wöbbelin pasó también Evaristo Rebollar. Previamente también había estado recluido en Neuengamme. Fue uno de los asturianos. De Tazones, localidad costera del concejo de Villaviciosa. Pescador y anarcosindicalista, vivió para contar su experiencia como víctima del nazismo. Su hija Balbina es hoy la presidenta del Amical de Neuengamme en España. La organización que aglutina a los familiares de quienes fueron deportados a este campo y la única del conjunto de estas asociaciones en España que está radicada fuera de Cataluña. En Asturias.

Este año es especial para las familias del Amical. Una docena de personas ha viajado en representación de quienes forman parte del grupo, constituido en 2020. Tras muchos esfuerzos administrativos y financieros, este 4 de mayo inauguraron un muro de la memoria en el bosque del recuerdo que se ubica en el complejo del memorial del campo. Es obra de Serge Castillo, escultor que es, además, hijo de un deportado a Neuengamme.

El monumento también rinde homenaje a todos los resistentes antifascistas españoles y a los miembros de las Brigadas Internacionales. Así se puede leer en una de las dos placas instaladas sobre un muro de ladrillo, en referencia a la fábrica en la que trabajaban como esclavos los prisioneros del campo.

La otra es una “ventana mágica”, explica Balbina Rebollar, que tiene “el poder de dejarnos ver a través del muro y, a su vez, difuminar las escenas de horror y crueldad para resaltar los episodios de afecto y bondad”. Varios hombres, con pijamas de rayas, se ayudan unos a otros a superar las extenuantes jornadas de trabajo forzoso. Al fondo, la silueta de la fábrica de ladrillos. En primer plano, el abrazo afectuoso de dos compañeros. “Solidaridad y fraternidad”, destaca la hija de Evaristo en su intervención durante la inauguración del monolito.

A pocos metros, se emociona Mayu Muñoz, talaverana pero nacida en Venezuela, donde recaló su padre, Bautista, que también sobrevivió a Neuengamme junto a un hermano. Ella y Balbina comparten historia y son las artífices de la creación del Amical. Hace unos años se pusieron en contacto por mediación del gijonés Antonio Muñoz, investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa y que trabaja en la recopilación de las historias de aquellos denominados “rotspanier”, españoles rojos según el régimen de Hitler.

Mayu guarda el pijama de rayas de su padre y el año pasado cumplió una de las promesas que le hizo antes de su fallecimiento hace dos décadas: visitar los lugares en los que estuvo prisionero. Viajar a Hamburgo. Dice que hasta entonces no “tuve la valentía de venir. Ha sido muy duro para mí pero se lo debía a mi padre. Tenía que verlo con mis propios ojos. Me convencieron mis hijas”.

En el discurso, Balbina relata una historia del campo. Cuenta que un jóven que estaba ya muy enfermo, muy débil y con fiebre fue ayudado por dos hermanos carpinteros. Todos los días pasaban por delante de la cocina donde comían los miembros de las SS. El cocinero tenía un gato, gordo y lustroso, al que alimentaban con leche diariamente.

Los hermanos, a riesgo de ser descubiertos, robaron en varias ocasiones la leche destinada al felino y se la dieron al jóven. También pan y pellejos de patata, explica Rebollar. Gracias a esa ayuda, consiguió sobrevivir. Era el padre de Balbina, Evaristo. Los hermanos Muñoz, el padre y el tío de Mayu. Cuenta ésta última que, cuando ambas hablaron por primera vez por teléfono, sólo pudieron llorar. Tras inaugurar el monumento en homenaje a los españoles y a los brigadistas, se funden en un abrazo.

La tragedia de Cap Arcona y el Thielbek

El día anterior, a hora y media de viaje desde Hamburgo hacia el norte, en la bahía de Lübeck, en el mar Báltico, es una jornada señalada en el calendario para los alumnos del Instituto Costero de la ciudad de Neustadt. Cada 3 de mayo se recuerda la tragedia del Cap Arcona y el Thielbek.

Un grupo de chavales espera a la entrada del centro portando carteles con banderas de distintos países. Del autobús que viene desde Hamburgo llegan una veintena de familiares de variada procedencia. Mika y Olena, dos de las estudiantes, reciben a la delegación española con un “¡hola!”.

En un recorrido por el paseo de la costa hasta donde se ubica el memorial repasan la historia de aquellos días de la primavera de 1945. “Unos 9.000 prisioneros de Neuengamme fueron trasladados hasta aquí. En la bahía de Lübeck se les metió en cuatro barcos”. Eran el Cap Arcona, el Thielbek, el Athen y el Deutschland. “Muchos murieron de hambre, de sed o de otras enfermedades”, cuentan las chicas, de 17 años. Eran campos de concentración flotantes.

 El 3 de mayo, la Royal Air Force británica creyó que los nazis, entre ellos algún alto dirigente del régimen, huían en esos buques y optó por bombardearlos. En los dos primeros murieron ahogados o quemados más de 6.500 prisioneros. Los que lograban alcanzar la costa eran asesinados a tiros por los miembros de las SS que esperaban a la orilla. En total fueron 7.000 las víctimas de aquel desastre.

Un monolito de piedra recuerda ese número y su origen. También hubo españoles. Olena y Mika cuentan los detalles de aquel trágico día de hace casi 80 años. Ha pasado mucho tiempo desde el prisma de unas adolescentes pero asumen con aplomo que la historia está muy presente y que es necesario que sea recordada “para que no se repita”.

Frente a la costa báltica hay ahora algunas casas bajas con un pequeño jardín delantero. También un enorme camping de caravanas. Un lugar muy concurrido en verano, según relatan las estudiantes. Muchos vecinos de Neustadt tienen aquí su roulotte, a modo de segunda residencia estival. A estas alturas del año aún hace frío aunque luzca el sol. Un coro de chavales cierra el acto con el Imagine de John Lennon. Unas rosas amarillas descansan sobre la hierba y un solitario cisne surca las hoy plácidas aguas de la bahía. 

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