La obra de Eduardo Arroyo, figura clave del arte contemporáneo español, llega al Niemeyer con 'Una biografía pintada'
Fue una de las figuras clave del arte contemporáneo español más reciente y un gran renacentista, por encima de todo, para quienes le conocieron bien y siguieron su obra, pues “no hubo arte que no pasara por sus manos: lienzos, escultura, collage...”. Así le describe Marisa Oropesa, comisaria de la exposición Una biografía pintada, de Eduardo Arroyo (Madrid, 1937-2018), que llega estos días a la Cúpula del Centro Niemeyer (Avilés, Asturias).
Desde el 7 de febrero, más de setenta obras de este artista madrileño estarán expuestas en el centro internacional avilesino, procedentes, entre otros, del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, el Museo Regional de Arte Contemporáneo de Cartagena, el Instituto Valenciano de Arte Moderno, diversas colecciones privadas u obras cedidas por la familia del artista.
Esta exposición llega a Asturias procedente de Granda, con la incorporación de veinte obras nuevas. Entre ellas, por ejemplo, 'Los cuatro dictadores', que hasta ahora nunca antes se había visto fuera del Reina Sofía, o alguna otra que el autor tenía en su casa.
No podían faltar las litografías dedicadas a Constantina Pérez Martínez, 'Tina', represaliada por las protestas mineras asturianas, reconocida en varias de sus obras como La femme du mineur Pérez Martínez y La moglie del minatore Pérez Martínez, Constantina detta Tinam rapata della polizia. A pesar de que nunca llegaron a conocerse, Eduardo Arroyo quedó profundamente impresionado al ver una foto de Tina represaliada, y por ello decidió dedicarle una serie de obras con las que pretendió recordar la barbarie del franquismo y del posfranquismo.
Una biografía pintada es un recorrido de más de cincuenta años, que se inicia en la década de los sesenta y llega hasta 2018, fecha en la que fallece el autor, por la relación que este estableció con la pintura a través de sus experiencias vitales y cómo él las sintió, pues el propio Arroyo llegó a reconocer que “me preocupa la cultura y el entorno, me preocupa, en realidad, todo, las cosas y la vida, y me preocupa mucho el arte y la pintura, y me parece importante porque mi patria es la pintura”.
Eduardo Arroyo era una persona muy especial en la vida de Marisa Oropesa, pues llegaron a labrar una profunda y sincera amistad, desde que se conocieron en la década de los ochenta. Con la muerte de Franco, Arroyo había regresado de París, donde se había instalado en 1958, tras abandonar España debido al asfixiante clima político instaurado por el franquismo, durante la posguerra. “Un creador en mayúsculas, que ha disfrutado de la vida y nunca se centró en una única disciplina, diversificando toda su creación”, tal y como señala Oropesa.
Quienes visiten esta exposición podrán realizar, a través de las obras de Arroyo, una recorrido por distintos sucesos históricos y políticos, pues era una autor que “removía conciencias” con sus ácidas críticas, pero también por otra de las temáticas protagonista en sus creaciones, la lieratura, elemento imprescindible para entender su forma de ver la vida, que confirió a sus cuadros una connotación filosófica que va mucho más allá de lo que, a priori, se puede apreciar al primer golpe de vista.
Y es que, a pesar de que desde niño demostró una gran habilidad para la pintura y el dibujo, su verdadera vocación fue la literatura, y por eso se matriculó en la Escuela de Periodismo de Madrid, con la intención de dedicarse a la escritura, incluso, una vez llegado a París, aunque allí encuentra grandes dificultades para convertirse en escritor. Es al instalarse en Montmartre, el barrio de los pintores, cuando entra en contacto con el colectivo de artistas que están viviendo en la capital y su voluntad comienza a dirigirle hacia la pintura como su nuevo vehículo para contar historias.
Tras una intensa implicación con el mayo del 68 en París, donde llegó a convertirse en uno de los principales representantes de la vanguardia figurativa francesa, y después de varias decepciones por el devenir de acontecimientos políticos como el régimen cubano o la invasión rusa de Checoslovaquia, Eduardo Arroyo comenzó la década de los 70 diversificando los temas de sus obras y con trabajos mucho menos políticos de lo que acostubraba a hacer.
Con la muerte de Franco en 1975 regresa a España y a finales de los setenta decide comprar la casa familiar de Robles de Laciana (León), en la que instala el taller donde se adentra en el mundo de la escultura.
Emoción, admiración y una expo complicada de montar
Poder comisariar esta exposición es para Marisa Oropesa un auténtico honor que la emociona, pues Eduardo y ella eran muy amigos, trabajaron juntos y “la admiración que he sentido por él la he sentido por muy pocos artistas”, cuenta esta mujer para quien Eduardo Arroyo era, además de un gran artista, un amigo que, aunque a veces era complejo y difícil de entender, también era una persona sabia, que se metía en la piel de las personas que sufrían, y y de gran generosidad con la vida.
A la emoción por el reto que tenía por delante, cuenta Marisa, hubo que añadir lo “rabiosamente difícil” que fue llevar a cabo la selección de obras y, posteriormente, un buen montaje, pues la Cúpula del Niemeyer es en sí misma, dice, una obra de arte. Por ello, la que han conseguido montar en Asturias es una de las exposiciones más complejas que se han hecho en ese espacio.
El arte de Eduardo Arroyo fue ganando adeptos entre los círculos de artistas e intelectuales españoles, llegando el reconocimiento definitivo para él, en el ámbito nacional, durante lo años noventa. Lector incansable y agudo observador de la realidad artística, política y social que le rodeaba, Arroyo reflexionó y narró, a través de sus piezas, diferentes aspectos relacionados con su propia visión del mundo, para que luego seamos nosotros, los espectadores, quienes demos un sentido último a sus obras.
Fallecido hace siete años, en 2018, Eduardo Arroyo continuó innovando hasta el final de sus días, algo que muy pocos artistas, solo Picasso, han logrado. Por eso sigue siendo, a día de hoy, una de las piezas indispensables para entender el arte contemporáneo de nuestro país.
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