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Los pequeños agricultores que desafían al desierto en España: “Tenemos que convertir el suelo en una esponja gigante”

Santiaga Sánchez, junto a sus cultivos en Los Vélez (Almería).

Guillermo Prudencio

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Rodeados por el desierto, en una de las zonas más áridas de toda Europa, un colectivo de pequeños agricultores está empeñado en demostrar que sus cultivos pueden regenerar la tierra. Su receta es tan sencilla como compleja: aliarse con la naturaleza. Años después de dar el paso, dicen que no hay marcha atrás. Su ejemplo, defienden, puede ayudar a otros a restaurar la vida y la fertilidad de sus campos, resistiendo mejor frente a las sequías y un clima cada vez más extremo. 

“Nos dimos cuenta de que teníamos que cambiar, porque estábamos convirtiendo esta zona en un desierto de almendros”, cuenta Santiaga Sánchez desde la comarca de Los Vélez, en Almería. Hija y nieta de agricultores, hace casi diez años que esta mujer rural decidió darle la vuelta al manejo de sus tierras, “unos suelos súper pobres de tanto labrarlos, de tanta maquinaria pesada y de no aportarles casi nada, nada más que sacar, sacar y sacar”. 

Sobre los suelos se sostiene la supervivencia humana, pero las prácticas de la agricultura intensiva, al tiempo que multiplicaban la producción de alimentos, han esquilmado los suelos. Según las últimas estadísticas oficiales, en España se pierden cada año 543 millones de toneladas de suelo fértil, con un tercio del territorio sufriendo una erosión “grave o muy grave”. 

Es un problema común a todo el país, y a toda Europa, pero en pocos lugares la situación es tan dramática como en el sur y sureste de la Península Ibérica, donde el desierto avanza impulsado por el cambio climático y el mal uso del suelo y del agua. Multitud de estudios han relacionado el problema con la utilización masiva de herbicidas o el modo de labrar cultivos como el olivar. Según un documento oficial de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, más de la mitad de la superficie de olivares tiene un potencial de erosión de 80 toneladas por hectárea y año (el límite considerado “tolerable” son 12). 

“En monocultivos de olivar o de almendro, tienes campos con muy poca protección, que prácticamente todo el año están sin cubierta vegetal. Al labrar continuamente, se pierde continuamente materia orgánica”, explica Joris de Vente, investigador del CEBAS-CSIC en Murcia. 

Además de sufrir más erosión y ser menos productivo, un suelo empobrecido y desnudo –sin cubierta vegetal, las beneficiosas malas hierbas que crecen de forma espontánea o que se siembran entre los olivos o los almendros– es capaz de almacenar menos agua. Lo contrario lo convertiría en un salvavidas en medio de la crisis climática, ya que el suelo absorbe mejor las lluvias, mitigando las inundaciones, y la humedad dura más tiempo durante las sequías. 

“Teníamos que tener nuestro suelo preparado, como si fuera una esponja gigante, para captar la poquita agua que nos caía cada vez menos, pero muy torrencialmente”, explica Santiaga Sánchez. Ese fue uno de los motivos que la animaron a avanzar hacia la agricultura ecológica y, en un paso más allá, hacia la llamada agricultura ‘regenerativa’, un modo de cultivar que busca restaurar los suelos degradados, potenciando su salud y su biodiversidad. 

Junto a otros productores y vecinos de cinco comarcas en Granada, Almería y Murcia crearon AlVelAl, una asociación para impulsar este modelo y recuperar también “una autoestima y un orgullo por los pueblos que estaba muy perdido”. Su mensaje a otros agricultores de la zona es que “no se trata de que dejas de labrar y pasas de 0 a 100, sino que paulatinamente tienes que ir teniendo más en cuenta el suelo”. 

La agricultura regenerativa implica todo un abanico de prácticas, que van desde arar lo mínimo posible a mantener el suelo cubierto todo el año, dejar crecer las llamadas ‘malas hierbas’ que fijan nitrógeno de la atmósfera o fertilizar el suelo con el ganado, como las 300 ovejas de raza autóctona que pastan entre los almendros de la agricultora. 

“Se trata de una aproximación holística, hay un efecto multiplicador entre estas prácticas”, explica Joris de Vente. Un estudio del CEBAS-CSIC en las fincas de nueve productores de AlVelAl detectó que los aspectos físicos, químicos y biológicos del suelo habían mejorado tras la adopción de prácticas regenerativas, incluido un aumento del carbono orgánico de hasta un 30%. El potencial almacenamiento de carbono es uno de los beneficios clave de esta práctica. Según un estudio encargado por el Parlamento Europeo, una gestión del suelo de las tierras agrícolas basada en la recuperación de la fertilidad natural y el secuestro de carbono podría almacenar hasta 67,5 millones de toneladas de CO2 equivalente al año, un 15,7% de las emisiones anuales del sector agrícola de la UE.

Llevamos décadas degradando el suelo, y eso no se soluciona ni en un año, ni en dos ni en tres

Joris de Vente Investigador del CEBAS-CSIC en Murcia

Pero según los productores y expertos consultados, lo más complicado es llevar a cabo el proceso hasta que el ecosistema vuelva a entrar en equilibrio. “Llevamos décadas degradando el suelo, y eso no se soluciona ni en un año, ni en dos ni en tres”, incide el investigador, y apunta que “hay que superar una fase inicial de cinco o diez años de una cosecha menor, porque estás todavía en fase de restauración. Una vez superas esa fase, vemos que la cosecha suele ser como mínimo lo mismo, pero más estable y menos sensible a situaciones de estrés como las sequías”. 

Cultivando en “la peor finca del mundo mundial”

Un productor de la zona que ya ha afinado su máquina regenerativa es Francisco Martínez Raya, que cultiva aceitunas, almendras y “todo lo que no se hiela en invierno” en el desierto de Gorafe, un rincón de Granada poco benevolente con la agricultura. Cuenta que al año caen cuatro gotas y, a mil metros de altitud, en mayo tan pronto sufren una helada como se achicharran a 40 grados. 

“Está en un desierto, no tiene suelo, es la peor finca del mundo mundial”, cuenta entre risas este agricultor e ingeniero agrónomo. Su familia lleva cinco generaciones cuidando de esa finca, el cortijo Torre Guájar, y él la trabaja desde 1997, al principio como “mano de obra barata” de su padre, que la manejaba de modo convencional, antes de pasar a ecológico y, por último, a regenerativo. 

Buscamos transformar el cultivo en un bosque, un poco tuneado, pero un bosque. Imitamos lo que lleva millones de años funcionando en la naturaleza, porque trabajar contra la naturaleza es muy difícil y costoso

Francisco Martínez Raya Agricultor regenerativo e ingeniero agrónomo

“Buscamos transformar el cultivo en un bosque, un poco tuneado, pero un bosque. Imitamos lo que lleva millones de años funcionando en la naturaleza, porque trabajar contra la naturaleza es muy difícil y costoso”, explica Martínez Raya. 

Esa mentalidad explica que hable de “las plagas buenas” de su cultivo, porque “es un ecosistema, y en un ecosistema complejo tienen que estar todos los bichos, si no hay pulgones no habrá mariquitas que se coman a los pulgones”. También que haya abrazado las ‘malas hierbas’; la piedra angular de su finca es su cubierta vegetal, germinada a partir de las propias semillas del terreno. Gracias a ella no tiene que usar ni pesticidas, ni abonos, ni labrar con el tractor. La única tarea que le da la hierba es aplastarla con un rodillo a finales de la primavera, para que no compita con los árboles por el agua. Tampoco recoge la paja seca: aísla frente al calor y acabará descomponiéndose y fertilizando el suelo, que así permanece cubierto todo el año.  

Tan importante es su cubierta vegetal que este agricultor la riega. Entre los árboles ha instalado aspersores de bajo caudal para mimetizar las tormentas que deberían caer en momentos críticos para el desarrollo de las plantas –como al principio del otoño, cuando tiene que germinar la cubierta vegetal– pero que ahora o no llegan o llegan a destiempo. 

“Con el cambio climático hemos perdido la primavera y el otoño. Que no te cae la lluvia, pues tienes la opción de poder aportar ese agua”, explica el agricultor. Al imitar tormentas en cinco momentos críticos logra asegurar la producción y mantener la biodiversidad del suelo y la fauna auxiliar que lucha contra las plagas, incluso en años tan secos como este. Si hay tormenta, no riega. “Es un apoyo para casos de emergencia, no puedes andar despilfarrando el agua”, dice. Y asegura que utiliza una parte muy pequeña de la dotación que le corresponde para sus cultivos: según sus cálculos, en el caso de los almendros le daría para regar diez veces más superficie. 

No hay una solución mágica

¿Podría aplicarse esto a gran escala? Martínez Raya admite que, respecto a la agricultura convencional, “a nivel de formación es mucho más complejo porque necesitas más experiencia”. “Una cubierta hay que adaptarla mucho a las condiciones locales. Cada finca es un mundo, las condiciones climáticas son diferentes, el suelo es diferente. Tampoco hay una solución mágica, de decir 'esto hay que hacerlo así y siempre así'”, dice el investigador del CEBAS-CSIC, Joris de Vente. 

Mantener cubiertas vegetales no es una idea nueva, aunque todavía es una práctica minoritaria (apenas un 30% de los olivares emplea de alguna forma esta técnica contra la erosión, según datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, aunque sin especificar cuántos meses se mantiene). Con la nueva Política Agraria Común (PAC), los agricultores pueden cobrar una ayuda extra si dejan crecer ese manto protector de hierba durante unos meses al año. “Gracias a las ayudas de la PAC, este año me ha llamado gente, agricultores tradicionales cerrados, que yo pensaba que en la vida dejarían cubierta vegetal y lo han aceptado por completo”, cuenta Martínez Raya. 

Aunque el investigador del CEBAS-CSIC aplaude estas medidas, y pide redirigir las ayudas de la PAC para “superar las barreras económicas y también de conocimiento” de los productores, también advierte que no debe simplificarse de más lo que es la agricultura regenerativa. En Estados Unidos existe una certificación, Regenerative Organic, que incluye los criterios del sello bio estadounidense pero va más allá, con criterios más estrictos sobre salud del suelo, biodiversidad, bienestar animal y garantías sociales para quienes trabajan la tierra. 

Un término ambiguo que abre la puerta al greenwashing

Pero en Europa el término no está regulado, y ni siquiera hay una definición única a nivel científico y técnico, lo que según De Vente implica un riesgo de greenwashing: “Existen ejemplos donde grandes empresas obligan a sus productores a poner cubiertas, pero al quitarlas utilizan herbicidas. Así matas toda la biodiversidad, así que no estás trabajando hacia la regeneración, porque no estás regenerando”, dice De Vente, que critica además que las empresas obliguen a adoptar estas prácticas sin pagar de más por el esfuerzo adicional. 

Es difícil encontrar un gigante del sector agroalimentario que no haya abrazado lo “regenerativo”, desde PepsiCo a Nestlé o Danone, o fabricantes de agroquímicos como Syngenta y Bayer. “Se está poniendo muy de moda, y creo que es bueno. La pregunta puede ser por qué llama tanto la atención, cuando no está tan bien definido lo que es”, reflexiona De Vente. 

A falta de un sello que avale ese trabajo ‘regenerativo’, Martínez Raya decidió certificar su producción de aceituna con el sello Olivares Vivos, que garantiza la recuperación de la biodiversidad en los campos. “La parte que nos gustó es que es la primera certificación en la que tienes que manejar el ecosistema, no puedes romper el equilibrio y te obliga a que el suelo esté vivo”, explica este agricultor. Al comercializar su aceite con este sello consigue un mayor valor añadido, pero sigue vendiendo el resto de su cosecha a través de una cooperativa agrícola, como un producto normal. Aun así, está convencido de que es el camino. “Yo soy agricultor profesional y vivo de esto. Hago este manejo porque, aparte de que filosóficamente me gusta, es el que más rentabilidad me da”, remarca Martínez Raya. 

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