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La contradicción de viajar 12 horas en avión para admirar la Antártida desde la ventanilla

Vista desde una de las ventanillas del avión en un vuelo de Antarctica Flights.

Laura Rodríguez

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Viajar 12 horas en avión para sobrevolar “el último destino prístino en el mundo”. Ese es el mensaje que utiliza la compañía Antarctica Flights, en colaboración con la aerolínea australiana Qantas, para promocionar sus vuelos a la Antártida. Sobre unas imágenes blancas de nieve virgen, un folleto explica que los pasajeros podrán observar los icebergs y los glaciares desde la comodidad de un asiento de avión mientras disfrutan de un aperitivo, escuchan historias sobre el continente helado, o ven una película o un documental.

Algunos se preguntarán si no es una contradicción climática visitar un lugar gravemente tocado por el calentamiento global para hacer unas cuantas fotografías desde un medio de transporte que contribuye de forma importante al cambio climático: el avión. A pesar del mensaje optimista de que no habrá consecuencias de coste ambiental ya que se compensan las emisiones de carbono para cada vuelo–“lo dejaremos tan impoluto como lo encontramos” asegura el anuncio de la compañía–, resulta discutible pensar que no supondrá añadir otra porción importante a la suma de emisiones. Además, no se menciona cómo la aviación también contribuye al calentamiento global a través de otros efectos independientes del CO2.

El vuelo, que se realiza en un modelo Boeing 787-9 en el que pueden viajar unos 220 pasajeros, tiene un recorrido de 10.000 kilómetros y dura entre 12 y 14 horas, según la ciudad australiana de la que se parta. Se trata de un viaje de un día que se ha vendido como el entretenimiento perfecto en tiempos de coronavirus. Al tener el mismo punto de partida y llegada –no aterriza en el Polo Sur– se considera un vuelo doméstico, por lo que no ha tenido restricciones. Los precios varían entre 737 euros y 4.920 euros según la comodidad del asiento y la cercanía a una ventanilla, aunque todos los tripulantes intercambian sus asientos a mitad del vuelo para poder sentarse durante un rato junto a una ventana desde donde puedan ver el exterior. Aunque sea a una altura de 10.000 pies, según los organizadores, es una oportunidad para ver la “última tierra salvaje del planeta”.

La cuestión es: ¿a qué coste? Como han apuntado algunos expertos, compensar las emisiones de la aviación es complicado por lo difícil que resulta establecer una equiparación real entre las emisiones que se producen y el beneficio de los programas de compensación de emisiones de carbono que, por lo general, consisten en reforestar algún otro lugar del planeta. No solo porque estos programas no tienen ninguna garantía a largo plazo (no hay ningún mecanismo que asegure que ese bosque luego no se va a talar o usar para otras actividades), sino porque además los vuelos no solo contribuyen al cambio climático a través del CO2 que emiten por la quema de queroseno.

Desde hace al menos dos décadas, se sospecha que las estelas blancas que dejan en el cielo producen nubes tipo cirro similares a las naturales que contribuyen en mayor medida que las emisiones de CO2 al calentamiento del planeta. Un estudio publicado en septiembre de 2020 por el Centro Aeroespacial Alemán estimaba que el impacto de los efectos no relacionados con estas emisiones suponía hasta dos tercios de su impacto total.

Antarctica Flights empezó a operar en 1994, cuando el empresario británico especializado en viajes remotos y exóticos Phil Asker decidió que podría ser una buena idea ofrecer un vuelo único a este lugar del planeta. La Antártida es normalmente un territorio que evitan los aviones por sus condiciones meteorológicas, la falta de infraestructuras y los riesgos que sus campos magnéticos conllevan para la navegación. De hecho, Antarctica Flights no tiene un recorrido establecido, sino que cuenta con 19 trayectorias diferentes que el capitán del avión decide el día del vuelo en función de las previsiones del tiempo. Como nos explica la compañía, durante las cuatro horas que sobrevuela el continente se busca la máxima visibilidad, la variedad de los paisajes y la máxima penetración en las tierras poco exploradas. Para solucionar el problema de que cada pasajero tendrá distintas vistas según el lado al que se sitúe su ventanilla, el aparato hace desplazamientos en forma de ocho para que todos puedan observar las montañas, los glaciares o las estaciones bases de investigación. La fauna salvaje, sin embargo, no podrá diferenciarse al quedar demasiado lejos.

La Antártida es uno de los territorios en los que el calentamiento del planeta está teniendo un mayor impacto. En 2020, las temperaturas han sido dos grados más altas que en los últimos 70 años y se espera que, si las emisiones de carbono siguen aumentando, en 50 años su superficie cubierta de hielo se reduzca a la mitad; y, según ha apuntado la revista Nature en 2020, uno de los mayores peligros para preservar este ecosistema es el aumento del turismo.

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