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Sobre este blog

Los expertos en Salud Pública José Martínez Olmos, Daniel López-Acuña y Alberto Infante Campos analizan las medidas clave para hacer frente a la pandemia de coronavirus.

Más que salvar la Navidad, debemos anticiparnos para prevenir una tercera ola de la pandemia

Vista general de la calle Preciados de Madrid el domingo 29 de noviembre

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El lunes 23 de noviembre el Centro Europeo de Control de Enfermedades (ECDC) publicó sus Proyecciones actualizadas de la COVID-19 en los países de la Unión Europea, el Espacio Económico Europeo y el Reino Unido. En ellas quedó muy claro que, ante el actual escenario de alta incidencia, alta presión asistencial y alta mortalidad de la pandemia en toda Europa, resulta fundamental no obrar con precipitación relajando prematuramente las medidas restrictivas que están en marcha para reducir la transmisión de la enfermedad, especialmente de cara a las celebraciones navideñas y de fin de año. De lo contrario nos encaminaríamos indefectiblemente a una tercera ola, de magnitud semejante o incluso mayor que las anteriores. Una tercera ola que tendría, además, la particularidad de producirse en plena temporada invernal y con un alto nivel de desgaste en nuestros profesionales y en los servicios de atención primaria y hospitales. En especial en las UCI, cuya presión por la COVID-19 alcanza niveles aún dramáticos.

El ECDC ha sido contundente en sus conclusiones elaboradas a partir de una serie de proyecciones de la transmisión del virus, de las medidas restrictivas hasta ahora adoptadas, de la presión hospitalaria y de los fallecimientos por coronavirus. Ha planteado que todos estos indicadores se dispararán en enero si se relajan las medidas de seguridad en las navidades, e incluso ha señalado que, si lo hacemos antes, a comienzos de diciembre, corremos el riesgo de generar un repunte pronunciado alrededor de las fechas de las celebraciones navideñas. El ECDC afirma que, si los países europeos levantan las restricciones el 21 de diciembre, es de prever que la primera semana de enero empiecen a notarse los efectos en la incidencia, la presión asistencial y las defunciones por COVID-19. Pero si eso ocurriese a partir de la segunda semana de diciembre, debido a la activación de las campañas comerciales prenavideñas, observaríamos un repunte en los indicadores antes del fin del año, alrededor del 24 de diciembre mismo.

No podemos echar en saco roto estas advertencias. No se trata de profecías catastrofistas ni jeremiadas, sino de ponderaciones del riesgo potencial que entrañaría una permisividad excesiva ligada a las celebraciones navideñas, cuando la incidencia es aún muy elevada, la transmisión comunitaria está aún presente y la probabilidad de incrementar la transmisión de la enfermedad se vería potenciada con interacciones gregarias llevadas a cabo sin las suficientes medidas de protección para evitar la transmisión del virus.

Por ello resulta verdaderamente fútil centrar el escenario de las preocupaciones y el debate en “salvar la navidad”, las campañas comerciales, los festejos y las celebraciones, cuando lo que debería preocuparnos es salvar vidas, disminuir el sufrimiento, abatir la curva de contagios y hacer todo lo necesario para evitar el colapso de la asistencia sanitaria ante las altas tasas de presión asistencial que están aún presentes en buena parte del territorio nacional.

En el caso de España nos encontramos muy lejos todavía de alcanzar una incidencia de menos de 25 por cien mil habitantes y de tener una positividad inferior al 5% en la realización de pruebas diagnósticas. Por ello situar la Navidad como horizonte, cuando la incidencia es aún diez veces mayor que la que había al comenzar el verano o la que hay que alcanzar para tener suficientes márgenes de seguridad en el manejo de la pandemia, nos llevaría a repetir, con creces, el error de la desescalada exprés del verano. Sobre todo, cuando la estrategia adoptada desde entonces nos ha llevado a pagar una factura en términos de enfermedad, presión asistencial y muertes por la COVID-19 (sin contar el impacto en morbimortalidad en otras patologías por el impacto en el funcionamiento del sistema de salud) tremendamente alta. Una factura en buena medida evitable de haberse actuado con la anticipación y la contundencia que muchos hemos venido proponiendo.

No se puede confundir estar algo mejor con estar bien. Si bien la curva de la pandemia comienza a descender en la mayor parte del territorio español y esto genera un escenario un poco mejor que el de las semanas pasadas, la incidencia, la positividad a las pruebas diagnósticas y la presión asistencial siguen siendo altas. Y algunos territorios tienen en concreto situaciones aún de extrema gravedad. Un confinamiento domiciliario habría sido muy útil para acelerar el descenso de la curva de modo más abrupto y, con ello, evitar el número de casos y de fallecimientos que se han producido con la cronificación de una incidencia prolongada por demasiadas semanas.

Todos apreciamos la costumbre cultural de reunirse familiarmente en Navidad, pero si aumentamos las interacciones gregarias cuando la transmisión es aún muy alta, lo que haremos será jugar a la ruleta rusa poniendo en riesgo la salud, especialmente de los mayores con más alto grado de vulnerabilidad. Además, como hemos apuntado, si esto se asocia a las desescaladas o reaperturas prematuras, o a levantar restricciones tempranamente, podríamos encaminarnos muy rápidamente a una explosión de contagios que se traduciría en una reanudación de la presión asistencial y en un nuevo ascenso en el número de fallecimientos.

Esto hace pensar en cuál ha sido el sentido de acordar el llamado “Plan de Navidad”, cuyo borrador se conoció prematuramente la semana pasada cuando aún estaba pendiente su discusión final por parte del Consejo Interterritorial. El haber dado a conocer un documento de trabajo aún en proceso de consulta y formulación final, sujeto a deliberaciones técnicas en el Consejo Interterritorial, ha llevado al peor de los escenarios posibles: la proliferación de propuestas alternativas prematuras por parte de  la mayoría de comunidades autónomas, la politización de la definición de “medidas para la Navidad” que deberían ser recomendaciones técnica basadas en la epidemiologia y la salud pública, así como la transformación de una acción de política pública sanitaria en una especie de concurso de popularidad autonómico de cara al público. Esto es lo contrario de lo que debería ser una acción convergente, coordinada y cohesionada de salud pública. Existe el riesgo de que acabemos teniendo 17 planes diferentes, uno para cada comunidad autónoma.

De cara a las próximas fechas navideñas se necesita un plan coordinado con el máximo común denominador posible en términos de medidas y restricciones para una eficaz protección; un plan capaz de sumar acciones y voluntades en el ámbito del Estado para minimizar los posibles efectos negativos de una época de celebraciones que lleva a una situación de riesgo de relajación de las medidas fundamentales para reducir la interacción gregaria y, con ello, el riesgo de transmisión incrementada y de una posible tercera ola de la pandemia.

Carece de sentido alguno el entrar en un regateo de media hora más o menos en el toque de queda, o si son 6, 8 o 10 personas las que deberán reunirse en las celebraciones. Lo que hace falta es un marco común de actuación que prevenga la tercera ola y no un plan para “salvar las navidades”. En su próxima reunión, el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud debería aprobar un plan con un horizonte temporal más allá de las festividades navideñas, por lo menos hasta que se haya completado la primera fase de vacunación. Y si para ello hay que declarar un nuevo estado de alarma o hay que enmendar el existente habrá que hacerlo, porque lo que va de por medio no es otra cosa que la seguridad sanitaria del país.

Ese plan debería, además, ser congruente con lo que existe y ha sido consensuado, pero apenas se está respetando. El Consejo Interterritorial de Salud acordó ya, hace varias semanas, aun cuando no lo haya hecho con carácter vinculante, un semáforo que tiene cuatro diferentes niveles de alerta y un marco de restricciones que cada comunidad autónoma debería poner en marcha al traspasar los umbrales establecidos. Bastaría, por tanto, con aplicar ese marco ya aprobado. Y recordemos que en estos momentos la mayor parte del territorio español está en rojo o naranja.

La clave de estos momentos está en tomar medidas anticipatorias y no en relajar la disciplina entrando de lleno en una permisividad de fin de año que solo redundara en problemas más temprano que tarde. Hay que adelantarse a los acontecimientos y prevenir una tercera ola. Alentar unas navidades tranquilas, austeras y muy poco gregarias frente a la situación de excepción que vivimos. Y, al mismo tiempo, mirar más allá de las celebraciones de fin de año y las cabalgatas de los Reyes Magos. Por lo menos hasta finales de enero de 2021, si no hasta finales del primer trimestre de 2021.

Llegar a una incidencia acumulada de entre 25 y 50 casos por cada 100.000 habitantes no será una tarea fácil. Es muy probable que no vaya a ocurrir en el cortísimo plazo, ni para Nochebuena ni para Nochevieja ni para la Noche de Reyes. El empeño puede llevarnos varias semanas (hasta enero al menos), y todo dependerá de si nos relajamos excesivamente o no en la temporada navideña. Y habrá que reducir la presión asistencial, cuyo descenso vendrá dado por la bajada en la incidencia con un decalaje de dos o más semanas.

Llamar a la responsabilidad individual al tiempo que se levantan las restricciones en vigor, como ha ocurrido en varias ciudades y comunidades autónomas este fin de semana, envía mensajes contradictorios y poco comprensibles para la ciudadanía. Las escenas de calles céntricas de varias ciudades españolas abarrotadas de público no presagian nada bueno.

En este momento lo esencial es mantener las medidas para bajar la incidencia, detectar los casos y aislar a los positivos de aquí a las navidades y en las semanas subsiguientes y con ello tener el mayor margen de seguridad posible. También, para anticipar una tercera ola, es esencial un trabajo firme y decidido para asegurar criterios comunes que determinen la necesaria disponibilidad de los recursos humanos y materiales para la detección precoz, el rastreo y el aislamiento, así como el refuerzo real de la atención primaria. Se trataría de que, cuando se alcance el objetivo de una baja incidencia, se puedan evitar los repuntes que no se supieron evitar en el verano y que llevaron a la situación actual.

Y habrá que seguir observando las tendencias epidemiológicas y actuar de manera muy contundente identificando a los positivos asintomáticos con cribados bien diseñados y focalizados, aislándoles y atajando el contagio. Para lo cual sería conveniente evitar el populismo sanitario de las campañas masivas e indiscriminadas de cribado, fomentadas por determinados intereses comerciales, y realizadas además con pruebas que han mostrado una baja fiabilidad en tales condiciones. Pero también tendremos que ayudar todos, reduciendo al máximo las interacciones sociales. Si cometemos los errores del verano, incurriremos en una gravísima imprudencia y habremos dado pasos firmes hacia la tercera ola. Justo lo que deberíamos evitar.

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