Estamos en ese instante eterno en mitad del traspiés acrobático, un tropiezo, dos tropiezos, tres tropiezos, te caes o no te caes, el suelo cada vez más cerca, pero aún conservas en el subconsciente, quizá por una décima de segundo, la esperanza de que en el último momento -así lo quiera la diosa Fortuna- no llegues a estamparte contra la dura acera y logres recomponer el paso airoso que llevabas dos segundos antes. Tal cual la reforma laboral del Gobierno, todo el país aguantando la respiración a ver si al final de esta acelerada caída por la rampa del desacuerdo entre los partidos que sostienen a Pedro Sánchez, no tendremos que lamentar el doloroso fin y fracaso de una negociación entre Gobierno, patronal y sindicatos que se ha llevado meses y meses de un brillante pero doloroso trabajo.
Entenderán ustedes perfectamente que nada diremos del esperado “no” del PP, encastillados en la posición siempre obstruccionista del pimpollo Casado, qué nos importan los ciudadanos, sean obreros o empresarios, que a nosotros solo nos interesa el poder. O de su siamés, el aguerrido Abascal. Nunca ayudarán, nunca abandonarán sus posiciones cerriles. Tanto les da, como se ha visto, que el presidente de los empresarios -gente de orden- haya firmado el acuerdo. ¿Por generosidad cristiana hacia los asalariados, porque le han engañado las malignas fuerzas de la izquierda? Más sencillo: porque lo considera conveniente para los intereses de los miembros de la organización que le ha elegido para dirigir las conversaciones, y está en su perfecto derecho de actuar de esa manera.
Claro que el pacto no será esféricamente perfecto, acero inoxidable sin fisuras. Si a eso vamos, tampoco lo fueron la paz de Aquisgrán o los acuerdos de Bretton Woods. Pero los expertos que lo han diseccionado y que en distintos medios han descrito abundantes detalles de su contenido, también en elDiario.es, han ofrecido un juicio muy favorable sobre el balance de pérdidas y ganancias para los trabajadores respecto a la situación anterior, y muy especialmente su utilidad para ir desmontando las aberraciones de aquella reforma laboral que pergeñó el Partido Popular de Mariano Rajoy, aquel sí en solitario y con la oposición de casi todos, sindicatos y partidos, y decimos casi todos porque la patronal se frotó las manos. ¿Qué ocurre entonces?
Pues pasa que la coalición que mantiene a Sánchez es de pernil feble. Permitirán al Ojo que prescinda de algunos matices, que el espacio es limitado, que tanto a Esquerra como al PNV parece que en esta ocasión les vencen a ambos los miedos -o las presiones- que les llegan de su reducido patio trasero frente a los beneficios para millones de ciudadanos de toda España, trabajadores y empresarios. En el caso del PNV, por ejemplo, que afirma estar al 95% a favor del acuerdo, insisten en que solo cederán si se conserva la primacía de los convenios autonómicos sobre los estatales. ¿De verdad que ese es el problema que puede echar por tierra el mayor acuerdo entre las fuerzas sociales en 40 años? ¿Impide ese 5% validar el histórico acuerdo? ¡Qué altura de miras!
Más chocante resulta la posición de ERC, que han decidido que son ellos, y solo ellos, quienes de verdad representan el corazón y el cerebro de los trabajadores, que los sindicatos de clase, UGT y CCOO, curtidos en mil y una huelgas y que sus militantes han recibido más palos que una estera, se han vendido al capital y han hecho un acuerdo basura, lleno de cesiones a los caballeros de las chisteras. Los revolucionarios de ERC exigen más indemnizaciones, más dinero para la inspección, más lucha contra la precariedad. ¿Que el acuerdo lo ha logrado, firmado y rubricado una ministra comunista de carné? Pues ella sabrá, porque los rojos verdaderos, los que enarbolamos la bandera de la liberadora revolución que salvará a la humanidad de la explotación capitalista somos nosotros, los de Esquerra Republicana de Catalunya, que aquí estamos pertrechados de víveres en nuestras trincheras para gritar, alto y claro, que la reforma laboral no pasará, que los ricos podrán engañar a otros, pero nunca, jamás, a nuestros clarividentes líderes. Así que les parece mejor mantener a los trabajadores el tormento de la reforma laboral de Rajoy que la propuesta ahora. ¡Gran avance social! Por cierto, pura casualidad que Esquerra gobierne con Junts, la derechona catalana de toda la vida.
Lo peor es que el tiempo avanza y la cita con el Congreso, quizá el 3 de febrero, se acerca. Todavía queda tiempo para la reflexión de unos y la flexibilidad de otros. Incluso el Gobierno, que cuenta con un ejército de avezados leguleyos, podría encontrar una salida ingeniosa a la par que legal para el conflicto, es posible que articulando algunas medidas como los cambios en determinados ámbitos de los convenios en dos fases. Cualquier cosa sirve, que hay que defender el fuerte con uñas y dientes. Vienen a por nosotros. Y con muy malas intenciones.
Adenda. Levantemos un poco la mirada y oteemos más allá. Este desastre, de confirmarse, ¿acabaría con la coalición que sostiene a Sánchez? Una vez rota, podría suceder que las próximas elecciones las ganen PP y VOX, VOX y PP. ¿Le apetece a Iñigo Urkullu celebrar sus encuentros de trabajo en Madrid con el vicepresidente Santiago Abascal? ¿Seguirá viva para entonces la mesa de diálogo Gobierno central-Generalitat? Quizá Pere Aragonès tenga la enorme satisfacción de que la representante del Gobierno de la derecha en esas conversaciones sea, un suponer, Macarena Olona. Hay más nombres.
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